jueves, 18 de abril de 2013

Al fin de la noche

Por: Jesús Correa S.

Bien sabido es que cuando se aprende algo nuevo, el mundo se hace mayor. Ante esto hay que estar prevenidos, porque se puede llegar a querer descubrir un imposible, el tamaño entero de algún universo: el de la literatura, la música, la historia,  todos a la vez.
    Comenzamos a hacer conexiones entre lo nuevo y lo que ya sabíamos. Esto no es difícil percibirlo, basta recorrer la ciudad al estilo de los románticos (los famosos y mejores caminantes): visitar museos, leer los nombres de las calles, detenerse en los monumentos… Aquello con lo que estamos más familiarizados es lo primero que notamos.
    Caminar como el poeta portugués Fernando Pessoa, quien con las venas atiborradas de cafeína y la cabeza de lecturas recorría su ciudad, Lisboa; o el mismísimo Enrique Vila-Matas, el que dedica textos y libros enteros a este tipo de  «andarines»: los que yendo hacia ningún lugar, pasan por todas partes.
    El andar por las calles puede hablar de lo que somos, la forma en cómo vemos el mundo o en lo que nos estamos convirtiendo.
    Recuerdo, por ejemplo, haberme dado cuenta de estos cambios de percepción en un lugar que suele ser muy concurrido por los habitantes de la Ciudad de México: el metro Chabacano. Eran los días que me empezaba a sumergir en la cultura portuguesa -a propósito del poeta de esta tierra-, cuando al pasar por los pasillos del metro, como un inesperado golpe en la cabeza,  reparé en su nombre escrito, el de Pessoa (junto con el de Rufino Tamayo, Camões, Octavio Paz…), en los azulejos que adornan las paredes de aquella estación. Verlo escrito hizo que me acordara de uno de sus poemas  -atribuido a su heterónimo Ricardo Reis- que, según cuentan, influyó en su compatriota José Saramago, “adoptándolo como imperativo de vida”:

«Para  ser grande, sê inteiro: nada/ Teu exagera ou exclui/ Sê tudo em cada coisa. Põe quanto és/ No mínimo que fazes/ Assim em cada lago a lua toda/  Brilha porque alta vive.»
«Para ser grande, sé entero: nada/ Tuyo exagera o  excluye/ Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/ En lo mínimo que haces/ Así en cada lago toda la luna / Brilla porque alta vive.»

    Por cierto que cada que evoco estas líneas del lusitano, llego a pensar que si, como Saramago, nos influyéramos de ellas más personas, seríamos, quizás, un poco menos hipócritas.
    De no ser por el idioma  portugués, tal vez pasar por la estación del metro Chabacano se  me hubiera hecho aburrido y tedioso toda la vida. Pero por fortuna puedo caminar por un lado, detenerme, tratar de encontrar las similitudes de las figuras pintadas en ese lugar y los códices, entre Octavio Paz y Pessoa (el mexicano tradujo algunos poemas del lisboeta), personajes  que el ya mencionado Vila- Matas suele referirse en sus escritos, tanto como lo hace con el novelista que marcó  el nombre de esta columna: Louis-Ferdinand Céline.
    Y, de este modo, entre uniones mentales, se puede continuar el camino, persiguiendo quién sabe qué cosa ni con qué motivo: maravilloso vicio, «arrastrarse  a  la muerte», diría Céline. Hacia el fin de la noche.
Azulejos del Metro Chabacano. Autor: José de Guimarães

1 comentarios:

Podia sentir-me mais contente e orgulhoso?