lunes, 30 de abril de 2012

El hombre que creía estar enamorado

por El Doctor Pluma

Si alguna vez te has detenido a escucharme, sabrás entonces que mis comunes denominadores son la demencia y las obsesiones. Tú, en tu mediana figura e interminable discurso, formas parte del grupo selecto segundo; no recordar que formas partes del segundo… irónicamente te hace formar parte del primero. Demencia y obsesión concebidas ambas en el significado de tu nombre.

El amor… esa palabra, palabra cuyas cuatro letras corresponden a la misma cantidad de clavos que debieron ser colocados en la cruz; cuatro son las palabras que componen la palabra odio. Cuatro manos cuando logramos juntarnos lo suficiente, cuatro ojos que se convierten en un solo si nos permitimos reducir el espacio entre tu cuerpo y el mío.

Ahora que miro cómo tu sombra se desvanece y la manera en que tu voz se vuelve tan ajena, qué otra cosa puedo hacer sino permanecer en vilo hasta que el sueño me arranque de la tierra; insuficiente consuelo el mío dado que acallar en el terreno de las ideas me obliga irremediablemente a volver a ti.

Y por más que evite no tomar en cuenta las señales que el camino recorrido me permite, debo reconocerme aquí, cayendo de rodillas, limpiando mis lágrimas con el viento, desperdiciando horas y horas en vano.

De mi garganta cercenada nacen gritos que aluden a tu nombre, con la intención desesperanzada de que eleves la vela y dirijas el barco hacia tu puerto más cercano.

Demencia cual animal que olvida el nombre de su presa; demencia que desconoce el sabor de los días  e ignora la diferencia entre la vida y la muerte; demencia y olvido las primeras palabras tuyas que me indicaban que todo de principio estaba perdido.

Obsesión… que la agonía del aliento manifieste cuán necesaria es tu presencia justo cuando el corazón se niega a continuar con su fastidioso ir y venir. Mírame aquí varado en medio del mundo que abruptamente gira, donde las aves susurran ambigüedades, donde el sol pide un poco de calma, donde el mar se desborda… observando en silencio el cielo en busca de tu nombre, ora detrás de las nubes, ora detrás del arcoíris, ora alejado del mundo.

Dónde puede encontrar más significado la palabra amor que en este trecho perdido de vida, trecho del cual se desprenden imágenes imborrables. Amor, amor el tuyo, amor el mío; amor el que se congela con el calor y se deshace con el frío; amor mitad demencia, mitad obsesión; amor, tú.

El monstruo de cuatro letras que amenaza con cernir su reino sobre la carne débil; el cirio que finge estar a punto de apagarse; las cuatro líneas de la rosa del viento; el tesoro único que pretende mantenerse adosado al alma para siempre, el tesoro del que seremos despojados tan pronto llegue el verdugo y nos llame a dar el paso hacia el patíbulo.

Como si se pudiera elegir en el amor; no hay reglas claras, ni recetas específicas. Como si fuese tan sincero el corazón para creerse petulantemente fuerte. En el amor la moneda tiene dos caras, pero miles de justificaciones; se mira, luego se observa; se oye y luego se escucha; se siente y más tarde se lamenta.

El amor se piensa, bebe y se fuma y se huele y se vomita; se sufre, se sangra; se penetra, se escupe, se vive, se muere; el amor se ama. El amor y sus cuatro muros que se ciernen cual prisión que te prohíbe pensar, respirar, beber, fumar, oler, vomitar, sufrir, sangrar, penetrar, escupir, vivir, morir; las cuatro dagas del amor que te impiden amar.

Dime, pues, si en tus labios habré de pronunciar la única palabra a la cual me remiten tus ojos y tu boca y tu cuerpo y tu pelo, y de la que echo mano cada vez que mis palabras faltan y tus oídos expectantes buscan justificación.

Eres tú o el amor lo que estoy buscando; busco el amor en ti o te busco en medio de los cuatro pilares que detienen al mundo, que se derrumban sobre mí y me llaman a pedirle respuestas al vacío.

Y la demencia y la obsesión, bajo la etiqueta de tu nombre, tu apellido y la huella de tu pulgar, componen un total absoluto. El castillo cuya bandera lleva, sí, esas cuatro letras. Total el conjunto de dos corazones, total las almas venidas a una sola; total el sol y las mañanas, y el inicio de tus días y el fin de los míos. Total parcial: te quiero. Total general: te amo.

Ahora camino por esta senda, deteniéndome en cada una de las chozas a donde pudiese guarecerse de las miradas obsesivas el nombre que por obligación te han conferido. Cierro los ojos y echo un vistazo (una de mis obsesiones) a cada una de las ventanas que conforman el abanico de fotografías.

No eres tú la que llora, no eres tú la que grita, ni eres tú la que se aferra a vivir en una escena repetida por miles en este mundo. Al fondo de esa vieja habitación (una de mis demencias) te encuentro escribiendo, dejando residuos de ti en cada una de las líneas que conforman las letras que ahora empiezan a tomar sentido.

Puede que no te vea pero te siento y siento tu mirada, y puedo verte desangrando, borrando la tercera letra para empezar de nuevo. Te detienes y, vieja demencia, has olvidado la parte primordial de la magia que enarbola tan fatídico conjunto de letras:

Las primeras dos te corresponden a ti y las últimas dos a mí; se trata de un puente que no puede sostenerse sólo de un lado. No hay ingeniero que se haya atrevido a montar semejante obra con un solo apoyo. Puedo entonces abrir lo ojos e intentar dar el salto a donde me invitas a saltar; atravesar las ventanas y desgarrar mi piel para construir la palabra contigo.

Hagamos, pues, el amor juntos: erige lo que te corresponde que yo me encargo del resto. Intenta darle nuevo sentido a la frase y dale una segunda oportunidad al sol. Dejemos que la demencia se encargue de aislarnos del mundo; orillemos a los corazones y a las almas a la incesante obsesión de sentirse cerca.

El amor… el juego en el que está prohibido jugar a la libre elección; amor que no consiste en elegir de entre el catalogo de miradas y sonrisas, amor porque nadie elige a quién va a amar, amor falso al que le corresponde el mote de mentira, absoluta mentira. Amor el que viene cual lluvia sin previo aviso, como la muerte, como el deseo, como la lujuria y como la soledad; amor que viene y se queda a acampar, amor que toma sus cosas y se marcha con la inconsciente idea de que tendrá que volver algún día.

Amor y las cuatro palabras que conforman el menester de la humanidad: amor-vida; amor-acto; amor-afán; amor-aire; amor-alas; amor-reír; amor-tuve; amor-loco; amor-humo; amor-luna; amor-vilo; amor-bobo; amor-toma; amor-bebe; amor-dice; amor-hace; amor-ateo; amor-rico; amor-tu/yo; amor-amar; amor-solo; amor-todo; amor-nada.


Amor el que respiro y el que se ahoga con la ausencia de tus palabras escritas en la tierra; amor el que se funde con las lágrimas que se niegan a salir; amor con las veintisiete letras del abecedario, amor por cada estrella del universo, por cada latido del corazón, por cada suspiro, por cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo de la historia; amor porque te amo… y te amo porque no sos mía.

5 comentarios:

Claro y abierto homenaje al capítulo 93 de "Rayuela"

Obsesiòn, locura y amor, simplemente maravillosa combinaciòn

No hay nada mejor que ejemplificar al amor que con los actos de locura que la acompañan

Gracias por la aclaración del homenaje a Rayuela, justo estaba por buscarle (en vano) una conclusión a tu escrito.


Por otro lado, me hiciste recordar aquella vez en la que alguien me dijera (como si de una pedrada-puñalada se tratase): 'Algunos se enamoran de la sensación y no de la persona'. Y sí, también el amor se ama.

me a encantado uff que juego de palabras pero es que el amor es una jodienda..