lunes, 16 de diciembre de 2013

Sólo son mentiras

Por: Gustavo Y.

Mi tía Alberta me preguntó el día de ayer por el precio de las tortillas. La pobre ha estado tan enferma que no ha salido de su cuarto desde hace ya varios días. Mi hijita, La Lupe, es la que le llevaba un taquito o los frijolitos. A veces pasaba a verla para platicar y hacerle pasar un rato más ameno. Sin embargo, ayer, al sacar el tema de las tortillas sabía hacia dónde iba.

Alberta era la tía más risueña que mi abuela parió. Mi madre, por el contrario, era una amargada, enjona y neurasténica mujer. Con la tía siempre me llevé mucho mejor que con mi madre. Alberta me enseñó todo lo que se debe aprender: cocinar, limpiar, planchar, coger. Según ella, yo debía conseguirme un maridito de esos trabajadores. Un burrito de carga, el cual se fuera retetemprano y llegara requetetarde. Cansado el hombre, con olor a sudor por tanto trabajo y con unas ganas tremendas de dormir. Éste no debería ser mujeriego o si lo fuera que al menos lo supiera esconder bien. Muchas ideas me regaló mi tía, así que ahora debo estar agradecida por lo que hizo por mí y echarle la mano en sus último días en esta tierra.

Cuando la tía conoció a mi esposo se alegró mucho de saber que estaba metido en la política. Rodrigo era un simpatizante del Partido. Todos los días iba a las juntas y cuando iba a verme le platicaba toditita la reunión a la tía. Ella lo escuchaba atenta y sabía que Rodri era el candidato ideal para casarme con él. Todos los días me decía que aplicara todos mis conocimientos, todo lo que habíamos hablado para retener a Rodrigo. Recuerdo que días antes me había regalado un libro sobre amor. Era un pequeño libro rojo donde decía qué debía hacer para que mi hombre se sintiera más a gusto conmigo. Cómo masajearle los güevitos, cómo gemir para que se calentara más y hasta ejercicios para que me diera por la retaguardia. Según tía, ella había aplicado esas misma técnica con su esposo, tío Pedro, con lo cual lo mantuvo siempre sereno y tranquilo. Le daba su gasto todas las semanas y nunca le pegaba.

Todas las técnicas del libro las apliqué y Rodrigo se quedó conmigo. Los primeros años de matrimonio fuimos felices. Tenía un trabajito en una fábrica de por el norte de la ciudad. Entraba a las seis de la tarde y salía al otro día. Toda la mañana lo tenía dormidito y por las tardes iba a las oficinas de Partido para saber los pormenores. También ahí le daban una despensita porque había hecho bien su trabajo. Nunca me platicó al fondo de sus deberes, pero creo que les conseguía gente para llevarla a los mítines y esas cosas.

El Partido fue su vida durante mucho tiempo. Su gran sueño era llegar a trabajar en un puesto para luego irse haciendo de los centavitos. Me comentaba que el licenciado Rodríguez había comenzado como pepenador en el tiradero, pero que gracias a su esfuerzo y dedicación ahora era diputado. La política era su única esperanza de sobresalir en este mundo. Sabía que si hacía bien las cosas llegaría a un alto puesto y así todos nosotros tendríamos una mejor vida.

Por desgracia las cosas no salieron como él las planeó. En el trabajo sufrió un accidente. No le dieron indeminización, no nos ayudaron con los gastos y el Partido lo botó porque ya no era útil y ya no hacía su trabajo. El pobre Rodri se me murió. De tristeza, de desesperanza o qué sé yo. La pierna mala se le pudrió. Ésta despedía un olor horrible que la Lupe y yo debíamos curar. Por fortuna se nos fue rápido. Siempre hemos creído que se envenenó. Un hombre no puede durar tan poco con una lesión como esa. Cuando llego a pensar a fondo, sólo siento tristeza. Sus ideas se nos fueron por la borda y desde ese momento la Lupe, tía Alberta y yo fuimos una familia.

Los primero días luego del fallecimiento de mi esposo me acerqué al Partido, para ver si me daban el trabajito que él tenía. Los primeros días me hiceron el feo, sin embargo no me di por vencida, ya que como decía mi flaco: todo es cuestión de esfuerzo y dedicación. A la semana el licenciado Granados me dio trabajo. Debía barrer y trapear las instalaciones. No era mucho lo que me daba, pero con eso más con lo que ganaba planchando y lavando pudimos salir adelante. La Lupe dejó la escuela y también nos ayudó mucho. La tía, ella se quedaba en casa haciendo la comida. En las noches cuando cenábamos nos daba una alegría tremenda vernos juntas. Hablar y compartir el pan era nuestra única alegría, aunque también las noticias de la televisión nos hacían saltar de gusto.

Nuestro país pasaba por ciertos problemas cuando Rodri estaba aún vivo. El Partido había perdido la Silla y pues tenía algunos problemas; sin embargo, tres días después de la muerte de Rodrigo, en las elecciones nacionales, el Partido ganó. Se recuperó la Silla y a pesar de que estábamos tristes por la muerte del flaco, la alegría del triunfo no la pudimos esconder. Por eso mismo es que fui a pedir trabajo. Sabía que las cosas iban a mejorar. Que nuestro nuevo presidente haría más por nosotros, pero sobre todo que con la llegada del Partido al poder, nosotras tendríamos mayores oportunidades. Los azules se iban y dejarían los puestos a los rojos. Aquí estábamos nosotras.

Los cambios se anunciaban por la televisión con bombo y platillo. Reformas y reformas para mejorar nuestra situación. La tele lo repetía de día y de noche. Los pobres tendremos más ayudas. La guerra se terminará. Los precios bajarán. Según los comerciales todo estaría mucho mejor con la llegada del presidente. Así que cuando cenábamos y veíamos las noticias las tres saltábamos de la emoción. Se nos vendría un país diferente, el presidente en campaña lo había anunciado y firmado y le creíamos porque en muchas calles se veían pintas sobre lo hecho en su periodo como gobernador.

La gente siempre nos insulta por apoyar al Partido, pero al final son los mismos vagabundos que no desean mejorar al país. Tienen miles de palabras en contra de nosotros, pero la verdad es que no nos importa. Ellos están ardidos por perder, así que nuestro trabajo es trabajar más para continuar ganando más. El licenciado Rodríguez me dijo un día que tendremos mayor presupuesto para mejorar la colonia si seguimos votando por ellos.

Ahora los precios están subiendo un poco, pero es normal, me dicen en el Partido. Por eso tía Alberta está preocupada, pero lo que no me gusta es que esté dudando de nuestro presidente. Su comadre, doña Elvia, le ha metido ideas nada sanas. Son las mismas ideítas que todos repiten por las calles, de esos malos perdedores que quieren tener un país como en Venezuela. A mí me da miedo que lleguen estos personajes y me roben lo poco que tengo. Además eso lo gané con mis centavitos guardados. Por eso le repito a la tía que son cosas normales en la política. Debe creer en el partido y debemos aguantarnos porque si las cosas suben, habrá más dinero para la pobres. Ella no me lo dice, pero sé que no me cree. Uno debe aguantarse y creer en el presidente. Por algo nos da nuestra despensa cuando votamos por el Partido. Si fueran mentiras, si él nos engañara, la vida sería más difícil.

0 comentarios: