jueves, 19 de diciembre de 2013

El Tío Ramón

por Mister Bastard

A menudo el ser humano realiza acciones sin pensar en sus consecuencias, de eso estoy seguro. Mi tío Ramón es el botón de muestra de dicha teoría. Sólo actúa, no se detiene a meditar las cosas. No sé qué tan sano pueda ser, pero le ha resultado medianamente favorable, eso creemos todos, eso cree él también. No está muerto y eso es, para él, una absoluta ganancia.

Siempre que nos reunimos en familia encuentra el momento adecuado para recordar esa experiencia, por todos conocida, cuando navajeó a un sujeto en la calle. Conocemos de memoria la historia, pero siempre, sobre todo si hay visitas, agrega nuevos elementos justificando que no los había mencionado antes porque no sabe qué tantas bolas puede tener la familia para guardar el secreto.

En fin. Cada que tenemos la oportunidad de reunirnos es casi una obligación escuchar la historia. “Maldita sea, que no soy cualquier hijo de puta que habla; siéntate y hazme caso”, es el argumento del tío Ramón cuando por mero instinto tratas de abandonar la mesa so pretexto de ir al baño.

Conozco el cuento como las vocales: un día iba caminando por la calle y sintió la necesidad de sonarse la nariz. No llevaba mucho papel, pero aun así logró, según, su cometido. Necio como sólo él, sentía que un moco se le asomaba, así que pidió a un transeúnte -un estudiante de secundaria por lo que se veía, según su atuendo- que verificara si en verdad no había un moco fuera de lugar en su rostro.

El joven concentró su mirada en la nariz del tío Ramón y negó con la cabeza. “Mira bien, no quiero hacer el ridículo”, pidió con rigor el hermano de mamá. Ya con un poco de nerviosismo el joven volvió a negar, y sin más el tío Ramón clavó su navaja en el vientre del pobre chico.

“Maldita sea, claro que tenía un moco. ¿Por qué no se atrevió a decirme que sí? Un moco, hijo, un puto moco le costó la vida. Si hubiera dicho que sí, que ese moco se asomaba con descaro por mi nariz, nada de eso hubiera pasado, pero esos jóvenes de secundaria, creen que pueden engañar a la gente sólo porque van por la vida con su maldita mirada inocente”.

Y vaya que era inocente el chico. No la debía, empezaba a temerla y se topó con la muerte.

El tío Ramón describía su acción con tal detalle, que parecía estar más orgulloso de ello que todo cuanto había hecho a lo largo de su vida, aunque en realidad no había hecho mucho.

“Deberían haber visto su rostro. El tipo ese seguramente nunca había sentido tal clase de dolor y ahora que yo le daba la oportunidad de experimentarlo le resultaba difícil asimilarlo”.

El cuerpo no resistió la embestida, cayó, se desmoronó en el piso y quedó tendido nadie sabe cuánto tiempo. Más tarde la noticia comenzó a circular por el vecindario e incluso algún periódico despistado le brindó un par de líneas en las notas rápidas.

Se creía famoso. Para mí era un cerdo cualquiera. Incluso trataba de no creerle, eso le molestaba más que cualquier otra cosa. “Tú podrías haber sido el chico de secundaria”, pero no lo era y seguía vivo y estorbándole en la mesa.

“Lo volvería a hacer, sólo que mi esposa ha guardado muy bien mi navaja y no pienso comprar otra. Pero si tuviera de nuevo esa bella arma blanca de corte inglés en mis manos, saldría a la calle sin mucho papel y buscaría a quién preguntarle si tengo mocos en la nariz”.


Qué gran mierda, así solemos ser los seres humanos.

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