por Uchelo Gómez
Leonora tiene a la sazón 12 años, quizás su percepción de
las cosas, de su entorno, de la vida y sobre todo de la muerte no es la de
muchos adultos, fría y opaca, más bien triste; es para ella más lúdica y llena
de fantasía, en momentos hasta folclórica.
Lo digo porque a Leonora le ocupan
cosas como dibujar, su clase de piano los viernes, la clase de ballet los jueves,
jugar con sus amigas Sofía y Agnes los fines de semana, o ir al parque que está
cerca de su casa donde van esas señoras gordas con cara de cerditos maquillados
a pasear a sus perros todos los domingos.
Todo esto le gusta como a cualquier niña de 12 años de clase
media alta que vive en la Colonia del Valle. Leonora, aparte de todo esto,
encuentra un particular gusto por las cosas relacionadas con la muerte –como
les había mencionado-, cosas raras y hasta ominosas (como esas muñecas de
porcelana que abren los ojos como si estuvieran vivas) porque desde pequeña ha
tenido una rara relación con la muerte.
Su pequeña perrita Chanela murió un día de una intoxicación
cuando ella sólo tenía cuatro años; a los cinco murió su padre al parecer de
cáncer de pulmón, del que se encontraba en fase terminal; a los ocho se enteró
de la muerte de José María –su vecino del piso de abajo del edificio donde
vivía-, quien murió ahogado en una alberca; y apenas hace un año se han
marchado su abuela Constanza y un mes después su abuelo Emiliano.
Para Leonora, el estar tan cerca de la muerte desde pequeña
fue triste; después se empezó a volver cotidiano, normal, convencionalmente
normal.
Los coqueteos de la llamada “flaca” con Leonora la han hecho
ver a ésta con naturalidad, hasta con algo de gusto. Todo el tiempo realiza
dibujos de calaveras, seres extraños y panteones; tiene muñecas y juguetes que
para muchos parecieran horribles, y tiene un par de libros que pide a su mamá
le lea todas la noches, libros con relatos de Lovecraft, uno de Sthepen King y sobre
todo de su amado Edgar Allan Poe.
Leonora es más normal de lo que se pudiera creer, con todo y
este peculiar relato que les acabo de contar, porque, muy a nuestro pesar, la
muerte forma parte de la vida y de un proceso natural, que para una niña de 12
años, de clase media alta y que vive en La del Valle, resulta serlo también;
ella encuentra en este tema un pasatiempo y una forma muy sui generis de comprender
la vida, sí, la vida, a base de regalarle su tiempo y sonrisas a la muerte.
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