domingo, 30 de diciembre de 2012

La generación del fin del mundo


por P.I.G.

Somos la generación del fin del mundo. Estamos acostumbrados a los anuncios publicitarios de que pronto, muy pronto, el mundo se inundará de lava y las guirnaldas de fuego corroerán todo a su paso, terminando de una vez por todas con la existencia del ser humano.

Somos la generación del pesimismo, ésa que ya no compra lo que ve en la TV, pues lo encuentra repetitivo, absurdo, inmerso en una serie de patrañas de las que es mejor escapar antes que caer en ese delirante sistema del consumismo; como si el fin de la raza humana fuera un producto más que se pudiere encontrar en los estantes del supermercado.

Dudamos que el fin esté marcado por una fecha en particular del calendario del hombre. Pensamos que el final se contrajo hace mucho tiempo y que, como muchas cosas en este mundo, ha venido acentuándose con el paso del tiempo tan sólo para hacer menos agónica la caída de un imperio que se ha caracterizado por todo menos por la razón.

Para qué, entonces, darle la vuelta a una tuerca, si ese mero acto no traerá las consecuencias que se pretenden; para qué virar en direcciones opuestas si las líneas de aquello que el hombre, por natural cobardía, llama destino están más que trazadas. Luego entonces caemos en cuenta que alejarse del rebaño es sólo un gesto de valentía y rebelión, que con el paso de los días será olvidado.

La nuestra es una visión pragmática, donde lo que se hace no está en absoluto relacionada con lo que se logra, pues sobrados son los casos en la historia donde los actos del hombre han sido enterrados por aquellos quienes no ven en ellos más que simples gritos de desesperación que jamás encontraron eco.

Preguntamos nosotros si el tener un buen trabajo, una casa, un auto, una familia y un salario considerable es la moneda que nos corresponde a cambio de vender parte de nuestro tiempo a una labor que jamás comprenderemos exactamente para qué sirve.

Si seguimos caminando al lado de esta putrefacta sociedad es con el único objetivo de buscar esa ración de oxigeno que por derecho nato nos corresponde, mas no para aspirar a los puestos codiciados por el ancho de la sociedad.

Formar parte de la jerarquía social no nos inspira en lo absoluto, para qué si lo que buscan ellos, la felicidad, maquilada y prefabricada por las grandes esferas comerciales, no nos satisfacen en lo absoluto.

Nuestro perfil, bajo, silencioso, desterrado y proscrito, ha dejado ver su lado más salvaje y por lo mismo más perpetuo, ése que, sin buscarlo, se queda tatuado en el disgusto de la sociedad, ése que sobrevive a modas, catálogos, temporadas, estaciones, edades…

La felicidad, pues, para gente como nosotros no se busca en los stands de las grandes tiendas comerciales, ni en los indecentes escaparates mercantiles que encuentran la belleza de la mujer en la cantidad de maquillaje que arroje sobre su rostro, o que miden la caballerosidad de un hombre por el precio del traje que porta en las cenas de gala.

Somos la generación del fin del mundo que ha sobrevivido los holocaustos más brutales, aquéllos que, sin armas biológicas, ni bombas nucleares, ha visto cómo el hombre, por el hombre mismo, ha sumergido su rostro en el lodo tan sólo para aspirar a una vida que, siendo en exceso sinceros, ni siquiera merece, pues quién de los que pueden llegar a comprendernos puede arrojar la primera piedra y decir que tiene pendiente como pago la felicidad absoluta por el resto de su vida.

Nosotros ya no creemos en los viejos cuentos de la princesa encantada y del príncipe azul, en los finales de telenovela. En los días que corren apresuradamente, el “fueron felices para siempre” ha sido sustituido por el “y sobrevivieron hasta el final del día”.

Somos la generación de las ideas libres, de las acciones emancipadas, de las palabras entrecortadas por los nudos que a menudo ahogan nuestra voz para concluir las frases; llámese tristeza, melancolía, impotencia, pulcritud o demencia; o puede que se deba acaso a la contaminación de las fábricas del hombre que nuestra garganta poco a poco pierde la energía de hace algunos ayeres.

Pero la pluma, más grande y destructiva que cualquier arma creada por el ser humano, último reducto de quienes se rodean de las amenazantes cuatro paredes, es quizás nuestra única forma de encontrar insurrección… insurrección, el único derecho que nos queda a estas alturas del partido.

Quizá no se nos sea permitido apreciar de cerca y en primera fila el final irreversible de éste, el mundo del hombre, pero  aseguramos, con la misma complacencia que las letras exigen, que se nos recordará como aquellos que intentamos hasta el cansancio no un cambio, que hecho comprado es que los cambios son elementos netamente individuales, si no una renovación de aires, y que por ello mismo fuimos, cada quien en su respectivo tiempo, desterrados de la vida “común y corriente” del hombre.

Henos aquí, entonces, las filas más obstinadas y fieles de la generación del fin del mundo, las que soltamos displicentes una lágrima sincera porque el mundo, una vez más, contó aquel chiste banal de que esta vez  iba en serio, de que el final del mundo, tardío pero seguro, llegaría…

Somos esa generación que lamenta que el fin de esta vida, por desgracia, obligada y mecánicamente reflexionada, nunca llegó. Y por ello lanzamos, a quien sea éste dirigido, el más obstinado de los reclamos que una generación, la nuestra, a diario ahoga en el límite de las posibilidades.

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