domingo, 6 de enero de 2013

Nada nuevo bajo el sol


Por: Martín Soares.

Estoy de vacaciones y decidí quedarme a disfrutar de la ciudad. Hace aproximadamente tres años que no salgo de esta urbe bendita. Mi último viaje fue al norte del país, aunque los viajes que más disfruto son los playeros. Aún recuerdo la última vez que vi el mar, todavía el PRI gobernaba. Ahora, 2012, no quisiera regresar al océano, sería triste con esos hijosdeputa de vuelta.

Todos los días salgo a ver qué hay de bueno, no ya de nuevo. Nuestra ciudad es la misma. Recuerdo a un profesor de la preparatoria que se enojaba al escuchar la frase “no hay nada nuevo bajo el sol”. Él decía que aunque sea un pequeño tallo estaría intentando crecer en la banqueta gris y fría. Antes creía en eso, ahora ni tanto. He salido, como ya dije y veo exactamente lo mismo: malas caras, ratas (de dos y cuatro patas), basura, burlas, chistes, risas, putadas, mamadas, chingonerías y demás cosas; sin embargo, todas iguales.

Tomo rumbos diferentes en mi caminata cotidiana. Algunas veces paso por los barrios sucios y malolientes. Me junto con los ancianos que sólo tienen para una botellita de mezcal corriente. Les compro un par de botellas y ahí estamos. El tango debería decir “Beber es un placer, genial, sensual”. Con los viejos, bebo esperando el pasar del día. Cuentan historias desagradables donde se han visto involucrados: violaciones, robos, drogas. Los escucho con atención, pero ni eso se me hace nuevo. Me aburro, me despido y continúo ya con paso tambaleante mi recorrido.

En otras ocasiones simplemente camino hasta encontrar un café para sentarme y fumar un cigarrito, dos cigarritos, una taza de café, otro cigarro. La gente pasa apurada rumbo a su trabajo. La mayoría suele pasar preocupada y estresada, los que están sentados pareciera que recuperan energía para seguir con el ritmo, con el putísimo ritmo. Todos se levantan menos yo. El cenicero está repleto de colillas y mi estómago me pide tregua. Regreso a casa caminando, me recuesto y espero el siguiente día.

Harto de tanta monotonía, el jueves fui a buscar a Margarita. Es una mujer bastante hiperactiva. Siempre tiene algo en mente para alejar el aburrimiento. Ella vive a unos cuantos minutos de mi casa, así que descarté tomar el micro y me puse en marcha. Caminar y caminar para buscar entre calles, rostros, gritos algo novedoso, algo que de verdad tenga valor.

Mi amiga es única, de las pocas personas que tienen el derecho de vivir. Con Margarita siempre tuve una amistad sana. Con mis otras amigas suelo ir a pasar un buen rato en alcohol, la cama y el sillón; es decir, tomar, coger y luego ver una película. Esa es mi rutina en lo que llamo amistad. Margarita es diferente. Bebemos, vemos películas, pero nunca nos encamamos. No me atrae sexualmente, es una mujer-hombre, o mejor, una amiga-amigo.

Siempre nos buscamos en los tiempos malos y en los buenos no tanto. Somos amigos sólo en las malas y ninguno sale con la estupidez de quejarse por eso. Sé que es la única capaz de hacer nacer un tallo novedoso para aceptar que el mundo, al final, no está tan podrido como pienso.

Al llegar a su casa toqué el timbre y me abrió su padre. Son las únicas dos personas habitando esa casona del siglo XIX. La madre de Margarita se suicidó cuando ella tenía apenas siete añitos. Desde ese momento padre e hija se dedicaron a vivir y desterrar, o enterrar, el recuerdo de la esposa-madre.

Don José me saludó con beso y abrazo incluido. Me invitó a pasar y enseguida se dirigió a la cocina para traerme una cervecita, como de costumbre. Cuando regresó con la botella en mano, la destapó y se me quedó viendo fijamente, esperaba algo.

Don José no habló. Yo le di el primer trago a la Modelito. Luego de eso inquirí por Margara. Don José frunció el seño y al parecer movió su cabeza para que le repitiera la pregunta. Con todo respeto volví a formular la pregunta a lo que el padre de mi amiga respondió con un “no inventes, Martín”. Me quedé como al inicio, sin saber qué pasaba por ahí. Luego, don José con tono débil, casi susurrando, me dijo que Margarita había muerto.

Ella se había suicidado hacía un par de semanas, con el mismo método que utilizó su madre. Me quedé pasmado. Le di otro trago a la Negrita. Luego otro. Intenté decir algo coherente, pero las palabras se me habían escapado. El silencio me obligó a despedirme de don José, no sin antes abrazarlo como un niño a su padre.

Salí de la casa sin saber qué hacer. Por fin me había encontrado con algo novedoso en mi vida. La muerte no, sino la desaparición de uno de los mejores seres que ha habitado esta pocilga. Mi entrañable amiga se había ido para nunca más volver. Qué sorpresas uno se lleva cuando se las anhela. La próxima vez no buscaré, ni pediré, ni desearé nada nuevo, aunque a lo mejor sí situaciones menos desagradables como la muerte de uno que otro compañero de trabajo.  

2 comentarios:

Es cierto, esperamos cosas nuevas a diario, y en muchas ocasiones lo que nos topamos son con malas noticias.
Uno debe ser quien propicie que algo nuevo suceda.

Gracias por tus comentarios... siempre son un valioso aporte.