por P.I.G.
Esperamos el momento de coyuntura más vistoso y ventajoso
para salir a expresar nuestra inconformidad y, dada la realidad por la que
atraviesa el país, la sociedad voltea y toma en cuenta a un grupo de individuos
que, desorganizados (todo hay que decirlo), toman las calles para protestar, como
nunca en la historia de México, en contra de un candidato presidencial.
La ciudad se paraliza para observar a sus jóvenes; claro,
nunca antes se había observado un evento de tal magnitud y eso hay que tomarlo en cuenta, y
guardarlo en el recuerdo o en la memoria del celular.
Días antes, un grupo de estudiantes de la Universidad
Iberoamericana repudiaron sin reparo al candidato presidencial del PRI, y la
historia que se desarrolló es por todos conocida. La gota que derramó el vaso.
Días más tarde se forman células estudiantiles que dirigen
cañones contra el sujeto del copete y de inmediato se alista el inicio de una
batalla en las calles, en las escuelas, en las redes sociales con un único y claro objetivo: denostar al
candidato del PRI y bajarlo de la contienda electoral.
Luego la formación de brigadas, que a su vez organizan conferencias, concentraciones, protestas y demás, y más tarde los grupos ya
están definidos, separados, dispersos y distantes, no por causas o razones mutuas,
sino por banderas académicas: las universidades, en su conjunto, divididas por
una mano invisible que evita a toda costa la cohesión entre sí.
Un movimiento de esta índole, que no habíase visto desde
hace bastante tiempo (más aun si tomamos en cuenta la injerencia que la misma
máxima casa de estudios ha tenido en el mismo, lo cual resulta más que
plausible), puede tener un sinfín de finales, pero sólo dos los más previsibles
y palpables: disolución o continuidad.
Pero he ahí el problema de la concentración de ideas
dispares: no puede existir un consenso, amén de la gran cantidad de contradicciones,
ideológicas y no, que prevalecen entre los miembros del llamado movimiento
#YoSoy132. Hay objetivos claros y comunes, de eso no hay duda, pero no hay realmente
una organización que permite divisar logros a gran escala, muy a pesar de los miles
de simpatizantes que engrosan las filas del movimiento.
El asunto es el mismo que ha frenado grandes reformas en
este país; muy a pesar de ser una corriente alterna a todo cuanto se había
venido haciendo, el común denominador del mexicano sigue ahí, inamovible,
inerte y a la espera de echar todo a perder: la falta de acuerdo (de todos) y
el protagonismo (de unos cuantos).
Y como resultado de ello, ni la UNAM, ni el IPN, ni el ITAM,
ni la Ibero, ni nadie puede fijar miras concretas y de esa forma crear un solo
manifiesto, en cuyas líneas esté plasmado y consumado el descontento de la
juventud, sea esta juventud perteneciente a cualquier entidad académica… o no.
Las diferencias (sólo de argumento) que se han venido
observando dentro del movimiento 132, aunado a las declaraciones en medios
sobre discrepancias en las demandas (como el hecho de considerarse o no
antiPeña Nieto) han orillado a los “dirigentes” a replantear estrategias y
tomarse la molestia de crear un pliego petitorio único que englobe las miles de
consignas de inconformidad que se escucharon lo mismo en la protesta de la
Ibero, que en la marcha del Zócalo o la manifestación en la Estela de Luz.
¿Resultados? Aún hay que esperarlos y por el bien del
movimiento esperemos que sean positivos para nosotros. Por lo pronto lo que anteriormente
era considerado el primordial objetivo, ha sido medianamente cubierto: el
debate transmitido por las dos televisoras, lo que obviamente no garantiza nada
y significa realmente muy poco para los 132.
En otro orden de ideas, si el problema es el protagonismo es
porque siempre hay quien quiera erigirse como líder, como dirigente y portavoz
de un movimiento que, desde un principio, nunca tuvo cabeza ni pies. ¿Vamos a
buscar quién fue el primero en lanzar la convocatoria para la marcha antiPeña y
considerarlo indiscutiblemente como el iniciador, como el primer 132 que
existió?
En todo caso esta protesta no encuentra su inicio sino en
aquellos años donde la juventud comenzó a tomar conciencia de su realidad y se
hizo partícipe de la vida pública de su país, aventura que le costó con el paso
del tiempo derramamiento de sangre, injusticias, violaciones, vejaciones,
aislamiento y demás.
Imposible fijar, pues, punto de arranque, así como imposible fijar
la meta final. Tenemos que hacer un examen de conciencia y plantear preguntas
que tienen que ver más con nuestro futuro inmediato como movimiento, que como mero
conjunto masas y dejar de preguntarnos a quién debemos seguir.
¿Qué si gana el candidato contra el que protestamos?, ¿la
lucha seguirá en pie, más férrea que nunca, o depondremos las armas y nos
someteremos a un régimen como hasta ahora lo ha hecho el ancho de la población?
¿En verdad estamos dispuestos a afrontar las consecuencias de lo que llamamos y
lo que implica una “revolución”, que no será (ténganlo por seguro) vacaciones
con sol y playa?
¿Y qué si gana esa opción política vestida de izquierda
esperanzadora y amorosa que encuentra eco dentro de las filas del 132, pero que
muchos se niegan a sentenciar como afirmación sólida?, ¿viviremos en
concordancia sólo por tratarse de una opción ideológica distinta a cuanto ha existido
durante los últimos 80 años?
¿Seguiremos exigiendo, manifestándonos, haciendo
campaña desde las trincheras más humildes, detrás de los monitores de la
computadora, en las calles, en las escuelas, en los centros de trabajo?
Respóndanse con sinceridad y dejemos claras las bases del
movimiento no a partir de entusiasmos momentáneos, sino a partir de la realidad
inexorable del país. ¿132 termina el 1° de julio, horas después de haberse
confirmado el ganador de las elecciones presidenciales?
Tras la respuesta de todo ello, seamos conscientes de que la
rueda ha comenzado a girar e imposible es detenerla ahora. Por el contrario, es
cuestión de darle empuje para que los resultados sean visibles.
Pero una rueda, como todo, no puede funcionar sin el apoyo
de todos, y cuando alguien deja de empujar, el esfuerzo para hacerla girar es
mayor y hay menos movimiento. Más aun cuando cada cual empuja en direcciones
contrarias: el resultado es el estancamiento y la inmediata extinción.
Basta de diferencias; no somos cabezas aisladas, ni somos un
grupo de insolentes espontáneos; no tenemos líderes, ni pertenecemos a partido político alguno. Tampoco
somos 132, ni miles, ni decenas de miles. “Cuéntenos bien”, somos una gran
legión y vamos por todo.
1 comentarios:
Muy buen texto, clarificador, con los pies en la tierra y autocrítico.
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