Por: Martín Soares.
Dos pájaros se han posado en los cables de luz. Están ahí,
quietitos. Mueven su cabecita a la derecha y luego a la izquierda. El aire
alborota su plumaje gris, el sonido de la ciudad los envuelve y ellos siguen
ahí. En la habitación, él se despierta. Estira sus extremidades. Bosteza. Se levanta en seguida. Ya es tarde para ir al
trabajo. Decide no bañarse, pero aun así se dirige al baño para lavarse los
dientes y la cara. El agua está caliente, es primavera. El sol ya ha calentado
el agua del tinaco. Siente el agua cálida escurrir por sus manos, por su cara.
Pone la pasta en el cepillo y con cierta brusquedad se lavaba los dientes. Escupe
y continúa la limpieza, escupe de nuevo. Llena el vaso con la cálida agua. Toma
el agua y sabe rara, la siente extraña,
no es líquido vital refrescante. Escupe.
Los pájaros ya no están en los cables. Hay perros en la
calle. Canes flacos, desnutridos y sedientos. El agua del grifo a ellos les
sabría refrescante, ¿los perros saborearán el agua? No hay mucha gente en la
calle, pasan pocos carros, se escuchan los gritos de los niños que juegan en el
parque de la esquina. Él regresó a su cuarto y se viste a toda prisa. Los niños
juegan a La rueda de San Miguel. Cantos y gritos. Felicidad y cotidianidad. Él
no toma café, es ya demasiado tarde. Toma su portafolio, abre la puerta y sale
de su casa. El canto de los niños le llega a sus oídos.
Toma el metro. En el metro la música va a todo volumen. El canto
dulce de los niños se esfuma instantáneamente. Saca un libro de su portafolio y
comienza a leer. El señor que va junto a él está dormido. Sueña con su hija que
se fue al extranjero. Su hija estudió en la Universidad Nacional, pero nunca
encontró trabajo en el país. Buscó durante dos largos años, pero sólo encontró
puestos que no la satisfacían. Luego, un día cualquiera le dijo a su padre: me
voy. Se fue y ahora su padre, el que va sentando junto al señor que lee a un
autor español, sueña con ella. El libro se lo recomendó una amiga. Él está
enamorado de su amiga, pero no puede decírselo por miedo a estropear la
amistad. Su amiga no tiene la menor idea de que le gusta a él, ella tiene
novio. Su novio trabaja en una televisora. Todas las mañanas llega temprano
para dar las noticias por canal 3. Su novia no sabe de su aventura con la compañera de trabajo. Su novia piensa que
se casarán y que serán felices para
siempre. Su novio piensa terminar la relación lo más rápido posible, ya no la
tolera. El libro es bueno ¿o porque ella se lo recomendó es bueno?
Llega al trabajo después de quince minutos. Saluda con una
sonrisa falsa a sus compañeros. Buenos días, buenos día, buenos días. Se sienta
en su escritorio y desde ahí observa la llegada de su amiga. Se levanta en
seguida para irla a saludar, pero es interceptado por su vecino de escritorio. Lo
cuestiona sobre su fin de semana. Nada interesante, estuvo en su casa los dos
días viendo películas, escribiendo y leyendo. Su vecino, fue a dos fiestas, se
embriagó y se tiró a dos chicas voluptuosas. Una de las chicas voluptuosas ese
día estaba triste. Su padre la había corrido luego de no reconocerla. Su padre
la quería antes, cuando era niño. Su padre la llevaba a jugar futbol al parque.
Ambos se divertían hasta que su hijo sintió la necesidad de ser hija. Tenía 18
años cuando lo supo, cuando lo sintió. Se fue de la casa, dejó a su familia con
la finalidad de encontrarse. Se encontró luego de tres años. Después de ese
tiempo fue a visitar a su padre, aquel día. Su padre le gritó, le escupió y la
corrió. Ella, antes él, se fue a la fiesta y ahí conoció al vecino de escritorio de él.
Al deshacerse de su vecino caminó a toda prisa para alcanzar
a su amiga. Ella lo vio de lejos y lo esperó. Se saludaron, platicaron sobre
nada y enseguida se despidieron. Ella se dirigió a su escritorio, tenía mucho
trabajo. Aún tenía el beso de la mañana de su novio. Recordaba sus labios, su
aroma, su aliento. Deseaba que la jornada laboral pasara rápido. Quería regresar
con su novio y acostarse, hacer el amor, enredarse entre las sábanas, sentir,
llorar, morder, gritar… morir. Su novio, en ese justo momento besaba con la
misma intensidad a su amante. En el set de televisión los demás trabajan,
mientras ella le desabrocha el pantalón, él le mete la mano en la blusa y
siente sus suaves pechos, sus grandes pechos.
Después de saludar a su amiga, él pasa al baño. Baja la
cremallera del pantalón y orina. Salpica un poco, escurre un poco. Sacude su
pene y lo vuelve al pantalón. Abre el grifo y se lava las manos. Sale. Ve a su
amiga hablar por teléfono. Sin pensar más en ella, se dirige a su escritorio. Enciende
la computadora y espera. Pone la contraseña y espera. Abre el reproductor de
música. Abre el procesador de texto y comienza a trabajar. Su vecino le habla
desde su lugar. Él asiente y sonríe. Su vecino de escritorio lo cree un tonto,
un ñoño, un pendejo. En las fiestas de la empresa siempre habla mal de él. Hace
chistes con poca o nula gracia, pero los demás ríen por compromiso. Esos demás
odian su trabajo. Nadie en ese sitio ama lo que hace. Necesitan dinero y ahí lo
consiguen, ahí esconden por medio de café y charlas insulsas sus sueños.
Cuando va a comenzar a trabajar escucha un grito. Voltea y
el grito era de su amiga. Al principio no había reconocido la voz. La voz en
grito suele ser otra. Es otro aquel que grita, una persona que vive en nuestro
interior, no somos nosotros. Podrá ser la tristeza o la alegría, pero nunca
nosotros. Ve a su amiga dirigirse al baño. Ve una lágrima en su mejilla y el
celular en el suelo. Ese teléfono se lo regaló su madre hace ya mucho tiempo. Es
un celular viejo, descolorido, pero con muchos recuerdos. No cuenta con cámara
ni es táctil, es de los antiguos y su mamá se lo regaló el día de su cumpleaños.
A los tres días de ese regalo su madre murió. Un microbús la atropelló cuando
salía del mercado. Iba contando el dinero de su monedero y el conductor del
microbús veía a una chica en la esquina. Ninguno de los dos se vio. La anciana se
fue y el chofer también. Ella para ese lugar extraño para los vivos, él para
otro Estado.
Se levantó de nuevo y se dirigió en búsqueda de su amiga. Recogió
el celular, lo metió en su bolsa del pantalón. Tocó antes de entrar al baño. Toc,
toc, toc. Toc, toc, toc. Nadie respondió. Toc, toc, toc, ¿puedo entrar?. Nadie respondió. Giró con cuidado la perilla y entró. Vio a su amiga llorando frente
al espejo. El rímel se le había corrido, su cara no era la misma, estaba
transformada en la tristeza. La tristeza soltó el grito que él escuchó. Su
amiga le platicó lo acontecido: una discusión con su novio. Su novio en ese
momento ya daba las noticias a la nación. 30 descuartizados. Dos robos a mano
armada, ningún herido. Dos políticos envueltos en problemas de corrupción. Sequías.
Inundaciones. La bolsa en caída libre. Su novio con una erección valiente, no
se espantaba con todo lo que pasaba en el país. Ella seguía llorando. Él la
consoló con palabras reconfortantes. Palabras vacías de amigo. Él no entendía
por qué seguía con él. No era guapo, no era inteligente y sí era un reverendo
hijo de puta. Ella a pesar de eso lo quería… lo amaba en silencio y él, el
amigo, no comprendía la puta vida. La puta vida que al final no tiene ningún
sentido y odia ser entendida.
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