martes, 22 de mayo de 2012

La puta vida sin sentido


Por: Martín Soares. 

Dos pájaros se han posado en los cables de luz. Están ahí, quietitos. Mueven su cabecita a la derecha y luego a la izquierda. El aire alborota su plumaje gris, el sonido de la ciudad los envuelve y ellos siguen ahí. En la habitación, él se despierta. Estira sus extremidades. Bosteza. Se levanta en seguida. Ya es tarde para ir al trabajo. Decide no bañarse, pero aun así se dirige al baño para lavarse los dientes y la cara. El agua está caliente, es primavera. El sol ya ha calentado el agua del tinaco. Siente el agua cálida escurrir por sus manos, por su cara. Pone la pasta en el cepillo y con cierta brusquedad se lavaba los dientes. Escupe y continúa la limpieza, escupe de nuevo. Llena el vaso con la cálida agua. Toma el agua y sabe rara, la siente extraña, no es líquido vital refrescante. Escupe.

Los pájaros ya no están en los cables. Hay perros en la calle. Canes flacos, desnutridos y sedientos. El agua del grifo a ellos les sabría refrescante, ¿los perros saborearán el agua? No hay mucha gente en la calle, pasan pocos carros, se escuchan los gritos de los niños que juegan en el parque de la esquina. Él regresó a su cuarto y se viste a toda prisa. Los niños juegan a La rueda de San Miguel. Cantos y gritos. Felicidad y cotidianidad. Él no toma café, es ya demasiado tarde. Toma su portafolio, abre la puerta y sale de su casa. El canto de los niños le llega a sus oídos.

Toma el metro. En el metro la música va a todo volumen. El canto dulce de los niños se esfuma instantáneamente. Saca un libro de su portafolio y comienza a leer. El señor que va junto a él está dormido. Sueña con su hija que se fue al extranjero. Su hija estudió en la Universidad Nacional, pero nunca encontró trabajo en el país. Buscó durante dos largos años, pero sólo encontró puestos que no la satisfacían. Luego, un día cualquiera le dijo a su padre: me voy. Se fue y ahora su padre, el que va sentando junto al señor que lee a un autor español, sueña con ella. El libro se lo recomendó una amiga. Él está enamorado de su amiga, pero no puede decírselo por miedo a estropear la amistad. Su amiga no tiene la menor idea de que le gusta a él, ella tiene novio. Su novio trabaja en una televisora. Todas las mañanas llega temprano para dar las noticias por canal 3. Su novia no sabe de su aventura con la compañera de trabajo. Su novia piensa que se casarán  y que serán felices para siempre. Su novio piensa terminar la relación lo más rápido posible, ya no la tolera. El libro es bueno ¿o porque ella se lo recomendó es bueno?

Llega al trabajo después de quince minutos. Saluda con una sonrisa falsa a sus compañeros. Buenos días, buenos día, buenos días. Se sienta en su escritorio y desde ahí observa la llegada de su amiga. Se levanta en seguida para irla a saludar, pero es interceptado por su vecino de escritorio. Lo cuestiona sobre su fin de semana. Nada interesante, estuvo en su casa los dos días viendo películas, escribiendo y leyendo. Su vecino, fue a dos fiestas, se embriagó y se tiró a dos chicas voluptuosas. Una de las chicas voluptuosas ese día estaba triste. Su padre la había corrido luego de no reconocerla. Su padre la quería antes, cuando era niño. Su padre la llevaba a jugar futbol al parque. Ambos se divertían hasta que su hijo sintió la necesidad de ser hija. Tenía 18 años cuando lo supo, cuando lo sintió. Se fue de la casa, dejó a su familia con la finalidad de encontrarse. Se encontró luego de tres años. Después de ese tiempo fue a visitar a su padre, aquel día. Su padre le gritó, le escupió y la corrió. Ella, antes él, se fue a la fiesta y ahí conoció al vecino de escritorio de él.

Al deshacerse de su vecino caminó a toda prisa para alcanzar a su amiga. Ella lo vio de lejos y lo esperó. Se saludaron, platicaron sobre nada y enseguida se despidieron. Ella se dirigió a su escritorio, tenía mucho trabajo. Aún tenía el beso de la mañana de su novio. Recordaba sus labios, su aroma, su aliento. Deseaba que la jornada laboral pasara rápido. Quería regresar con su novio y acostarse, hacer el amor, enredarse entre las sábanas, sentir, llorar, morder, gritar… morir. Su novio, en ese justo momento besaba con la misma intensidad a su amante. En el set de televisión los demás trabajan, mientras ella le desabrocha el pantalón, él le mete la mano en la blusa y siente sus suaves pechos, sus grandes pechos.

Después de saludar a su amiga, él pasa al baño. Baja la cremallera del pantalón y orina. Salpica un poco, escurre un poco. Sacude su pene y lo vuelve al pantalón. Abre el grifo y se lava las manos. Sale. Ve a su amiga hablar por teléfono. Sin pensar más en ella, se dirige a su escritorio. Enciende la computadora y espera. Pone la contraseña y espera. Abre el reproductor de música. Abre el procesador de texto y comienza a trabajar. Su vecino le habla desde su lugar. Él asiente y sonríe. Su vecino de escritorio lo cree un tonto, un ñoño, un pendejo. En las fiestas de la empresa siempre habla mal de él. Hace chistes con poca o nula gracia, pero los demás ríen por compromiso. Esos demás odian su trabajo. Nadie en ese sitio ama lo que hace. Necesitan dinero y ahí lo consiguen, ahí esconden por medio de café y charlas insulsas sus sueños.         

Cuando va a comenzar a trabajar escucha un grito. Voltea y el grito era de su amiga. Al principio no había reconocido la voz. La voz en grito suele ser otra. Es otro aquel que grita, una persona que vive en nuestro interior, no somos nosotros. Podrá ser la tristeza o la alegría, pero nunca nosotros. Ve a su amiga dirigirse al baño. Ve una lágrima en su mejilla y el celular en el suelo. Ese teléfono se lo regaló su madre hace ya mucho tiempo. Es un celular viejo, descolorido, pero con muchos recuerdos. No cuenta con cámara ni es táctil, es de los antiguos y su mamá se lo regaló el día de su cumpleaños. A los tres días de ese regalo su madre murió. Un microbús la atropelló cuando salía del mercado. Iba contando el dinero de su monedero y el conductor del microbús veía a una chica en la esquina. Ninguno de los dos se vio. La anciana se fue y el chofer también. Ella para ese lugar extraño para los vivos, él para otro Estado.

Se levantó de nuevo y se dirigió en búsqueda de su amiga. Recogió el celular, lo metió en su bolsa del pantalón. Tocó antes de entrar al baño. Toc, toc, toc. Toc, toc, toc. Nadie respondió. Toc, toc, toc, ¿puedo entrar?. Nadie respondió. Giró con cuidado la perilla y entró. Vio a su amiga llorando frente al espejo. El rímel se le había corrido, su cara no era la misma, estaba transformada en la tristeza. La tristeza soltó el grito que él escuchó. Su amiga le platicó lo acontecido: una discusión con su novio. Su novio en ese momento ya daba las noticias a la nación. 30 descuartizados. Dos robos a mano armada, ningún herido. Dos políticos envueltos en problemas de corrupción. Sequías. Inundaciones. La bolsa en caída libre. Su novio con una erección valiente, no se espantaba con todo lo que pasaba en el país. Ella seguía llorando. Él la consoló con palabras reconfortantes. Palabras vacías de amigo. Él no entendía por qué seguía con él. No era guapo, no era inteligente y sí era un reverendo hijo de puta. Ella a pesar de eso lo quería… lo amaba en silencio y él, el amigo, no comprendía la puta vida. La puta vida que al final no tiene ningún sentido y odia ser entendida.  

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