martes, 25 de marzo de 2014

Aquel pasado

Todas las mañanas salía a tirar la basura. Su esposa no se lo pedía, él lo hacía por su cuenta. Luego de dejar las bolsas en la banqueta regresaba y se preparaba una taza de café. Encendía el radio y durante una hora escuchaba las noticias. Justo cuando el noticiario iba por la mitad, su esposa se levantaba. También se preparaba un café y lo acompañaba a escuchar los pormenores del mundo.

Más de veinte muertos dejaba una revuelta en un país euroasiático. Al parecer un país potencia había metido su cuchara y otro hacía lo mismo. Muertos, manifestaciones, desastre. La economía continuaba cayendo. Ningún país por más que maquillara sus cifras se escapaba de la crisis. Más muertos al norte del país. La guerra nacional continuaba. En los deportes todo normal. El clima era un desastre igual que la sociedad.

El noticiero terminó y él se fue a bañar. Su esposa preparaba el desayuno mientras silbaba una canción que había escuchado por primera vez cuando conoció a su esposo en aquel bar del sur de la ciudad.

Era una noche cálida de mayo cuando se conocieron. Él iba saliendo del trabajo. Era un herrero en un edificio que estaban construyendo sobre Reforma. Al terminar su jornada se fue directo a la casa, ahí ya lo estaba esperando su amigo. Lo invitó a un bar, él de mala gana aceptó. Hubiera deseado quedarse a dormir, pero fue imposible negarse a la invitación de su colega porque era el cumpleaños de éste. Se dio un regaderazo, se puso un poco de colonia, tomó sus mejores ropas y se fueron al bar.

El lugar era una triste, oscura y maloliente cantina. En un pequeño espacio bailaba una pareja una cumbia que estaba de moda. Ellos se sentaron en una mesa de la esquina y le pidieron al mesero dos cervezas para comenzar. Su amigo le platicó sobre su trabajo y su esposa, la cual se había quedado en el pueblo. Él no le prestó mucha atención, no quería saber nada de ese lugar, de ese pueblucho, de ese pasado.

Al salir de bañarse escuchó el silbido de su mujer. También recordó el momento en que la conoció; sin embargo, un remordimiento muy dentro de él resurgía. Se vistió, se perfumó y fue a la cocina. Habló con su mujer sobre lo que haría ese día. Le comentó que llegaría tarde porque iría con los amigos por unas cervezas. Ella no le reprochó nada a pesar de que le molestaba. Le respondió que en ese caso ella visitaría a su amiga Patricia. Hacía más de dos meses que no hablaban así que sería una buena oportunidad para ponerse al corriente.

Desayunaron sin decirse una palabra más. Escuchaban el radio de la vecina. Ésta oía un programa donde los radioescuchas hablaban para contar sus problemas. Pudieron oír el caso de una mujer que había perdido a su hijo. Al parecer, éste quería irse para el otro lado. Quería cruzar la frontera como lo había hecho su padre. No obstante, la madre nunca lo apoyó en su terca idea, por lo que el muchacho junto a sus amigos, tomó rumbo hacia el norte. La madre lloraba y moqueaba. Pedía que si su hijo escuchaba el programa se comunicara los más rápido posible.

Luego de la tercera cerveza a él le pareció estúpida la actitud de su amigo. Se había puesto a llorar porque se encontraba solo en una ciudad tan grande y tan mierda. Le parecía el mismo infierno. Él lo consoló diciéndole que era necesario estar ahí, así le podía enviar dinero a su esposa y a sus hijos. La ciudad, le dijo, era un gran monstruo que se come los sueños de las personas siempre y cuando éstas no opongan resistencia. Las palabras estaban de más. Su amigo estaba cansado y borracho. Se levantó y se fue al baño, necesitaba refrescarse. Mayo había sido un mes demasiado caluroso. Se sentía sucio y pegostioso. Se echó agua en la cara y se miró en el espejo. Se vio como el citadino que era, mas ya no se reconocía como el campesino que fue. Su lengua natal se le había olvidado poco a poco. El rostro de su mujer ya no lo recordaba al el primer intento; sin embargo, aún pensaba en ella y en su hijo.

Al salir del trabajo se fue con los demás al bar. Pidieron cervezas y retomaron la plática en la cual se habían enfrascado desde la hora de la comida. Al parecer muchos de sus colegas pensaban que el nuevo ingeniero era un ser repugnante al cual no le gustaba trabajar y que tenía malas costumbres. A otra parte de sus colegas les parecía un buen sujeto. Pícaro, de buen humor y muy relajado. Él no opinó sobre el caso. Bebía y escuchaba, a veces asentía. Par él eran problemas intrascendentes . Ladrón o no, el ingeniero debía pagarles por el trabajo. No le importaba la actitud de aquel siempre y cuando le pagara a tiempo.

La charla se alargó por ese rumbo, pero luego de la cuarta ronda el tema se volcó a la familia. Hablaron de sus esposas y de sus hijos. Él les comentó que ya no podía tener hijos, pero que su esposa era una buena mujer y entendía eso. Les comentó que casi no tenían problemas y que cuando diferían en ciertas cuestiones trataban de llegar a un punto medio. Luego, sus colegas le preguntaron sobre sus hermanos, sobre su madre, sobre su pueblo natal.

Al salir del baño sentía aún restos de enojo y pena. Vio a lo lejos a su amigo que intentaba secarse discretamente sus lágrimas. No quería regresar a su lugar así que vio con dirección a la puerta. Sabía que era imposible irse sin despedirse, así que fue a la mesa, se disculpó con su amigo y se dirigió a la puerta. Justo en una mesa junto a la salida vio a aquella mujer que intentaba limpiarse las lágrimas. En un principio la confundió con su esposa. Pensó por un pequeño momento que era ella, tal vez por eso se acercó y le preguntó qué le pasaba. Ella sin pena ni pudor alguno le dijo que la acababan de correr de su casa. No tenía dónde dormir y el poco dinero que llevaba consigo se lo acababan de quitar. La asaltaron y lo único que se le ocurrió fue irse a meter a aquella cantina. Él le invitó un café. Ella indecisa le dijo que no. Él insistió con una leve sonrisa que expresaba sinceridad de ayudar. Al parecer eso la convenció a ella y se fueron a una cafetería mientras sonaba a todo volumen una pegajosa cumbia.

Ya afuera pudo contemplar el maravilloso cuerpo de la mujer. Se parecía de perfil a su esposa, sólo que más joven. Se enteró que era soltera, que había trabajado en un despacho de abogados como secretaria pero que hacía una semana la habían despedido. Era bastante impuntual. Llegaron a la cafetería y luego de ordenar dos capuchinos ella le preguntó sobre su vida. Él respondió que era herrero, que había nacido en la ciudad y que era soltero. También le dijo que toda su familia había muerto. Sólo quedaba él.

Rabiosos les contestó a sus compañeros que ya sabían su vida. Que no necesitaba ser atormentado más de la cuenta. Los que lo conocían ya se habían encargado de correr la verdad en toda la obra. No quería hablar más del tema, no quería saber nada de su vida pasada. Uno de sus colegas lo llamó cobarde. Él, viendo hacia el suelo, repitió que era un cobarde. Se levantó de la mesa y salió del bar. A veces pensaba en su esposa y en su hijo. El pequeño tendría ya nueve años. Se había enterado que su esposa trabajaba en una tortillería por las mañanas y por las tardes y que por las noches planchaba ropa ajena. Su hijo estaba en tercer grado de primaria y decía que su papá había muerto. Le dolió el pecho, sintió que un grito quería salir de sus entrañas. Cerró los ojos, apretó los dientes pero a pesar de ello las lágrimas salieron. Se hincó en medio de la banqueta mientras sentía la tristeza recorrerle el alma. La ciudad gritaba, se movía, lo devoraba de a poco.

Gustavo Y.

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