miércoles, 15 de enero de 2014

Una pequeña dosis de paranoia

Lo que ocurre en Michoacán es punto de quiebre de una estabilidad que se creía existía en el país. No es cosa nueva, no es el único caso, pero es la consecuencia de un fuego que amenazaba con extenderse y nadie procuró apagarlo a tiempo.

Ya se venía hablando de Tamaulipas, de Veracruz o Chihuahua como terrenos peligrosos, pero Michoacán tomó ventaja; el caballo se volvió bronco, nadie intentó, por obligación o conveniencia, siquiera domarlo. Ahora el potrero está hecho una mierda y ni quien pueda entrar a limpiar el excremento.

Ahora ya nadie entiende el guión de la película: los que nos vendieron en el promo como buenos, los que combatirían “honorablemente” al mal, combaten primero a quienes no tenían por qué intentar ser héroes.

Tal vez asesinar a autodefensas se trate más bien de una venganza por intentarles robar el protagonismo en esta guerra no declarada que sexenio tras sexenio se vuelve más agresiva y terrorífica. Sí, acostumbrados estamos a la sangre, pero no es ficción, es un pedazo de realidad que nos cuentan (a medias), porque tampoco me atrevo a darle la razón absoluta a cualquiera de los dos bandos.

Pero ¿matar a quien a todas luces defiende o intenta defender a un pueblo en absoluta indefensión? “Ok, no hago mi trabajo, pero me encabrona que vengas y quieras hacerlo por tus huevos. Aquí la única pieza que se mueve es la mía y si no la muevo es porque no me place hacerlo”. Luego entonces intento retomar mi papel, el que me pertenece de la película.

Un día antes de los dos asesinatos (oficiales), de los cuatro (extraoficiales) o de los muchos (no sabemos) durante el altercado entre Ejército y autodefensas, se firma un pacto nacional; se convoca a todos los medios posibles para llevar a cabo una cobertura monumental.

Están todos quienes deben estar, se dicen las palabras que se deben decir, una foto, lindo recuerdo para la posteridad, y un día después se lleva a cabo el restablecimiento de la situación. Es decir, remover la piedrita del zapato que tanto molesta al caminar.

¿Y los narcos, a quienes se supone hay que combatir “con todo el peso del Estado”? Antes de siquiera recargar la pluma en el papel para firmar el pacto por Michoacán, el efecto cucaracha habíase dado con absoluta efectividad. Familia michoacana y caballeros ya van rumbo a los estados colindantes para asentar nuevas bases, al fin y al cabo la michoacana ya es una región en completa putrefacción.

Desconfío de las fuerzas armadas de este país, los he visto asesinar a sangre fría y violar a mujeres indígenas sin el menor reparo; no me trago esa idea de que son nuestros guardianes, guardianes de la soberanía nacional. Ellos son los verdaderos perros de reserva, entrenados exclusivamente para recibir órdenes y acatarlas al pie de la letra. A la mierda el respeto a los derechos humanos, es ley marcial y ésta se debe cumplir a cabalidad.

Por qué debo creerles, entonces, que su entrada en Tierra Caliente se debe a una estrategia del gobierno federal para regresar la seguridad a esa zona y no para abrirle paso a los narcos y su huída sea menos intrincada.

¿Matar a mansalva a quien dice defender al pueblo? ¿Se trata de la cumplimentación de ´órdenes superiores, o es acaso la aplicación de un criterio obtuso?

Y para todo ello hay un pronóstico, que pese a lo simplista, y dada la experiencia histórica de este mundo que se cae a pedazos, no me parecería del todo descabellada.

Se sitia al estado de Michoacán como nunca antes; entran las tanquetas y los cientos y cientos de elementos del ejército verde y azul para, según esto, resguardar el patrimonio y la vida misma de los habitantes; se monta un espectáculo mediático-televisivo con gente aplaudiendo la entrada de sus salvadores; se instaura un gobierno provisional, amén de la renuncia (obligada o convenida) de Fausto Vallejo; se legitima un estado de extinción en el que las garantías individuales plasmadas en la Constitución carecerán de toda validez.

So pretexto de mantener el orden y la seguridad, el modelo social se expandirá a territorios que también se ven amenazados por el narco como Veracruz, Tamaulipas, Chihuahua, Estado de México, Nuevo León, Durango, etcétera.

Llegará el momento en que la opinión pública proclame la necesidad absoluta del ejército para mantener a raya a la delincuencia organizada y se anclará en el tejido social la idea de orden y seguridad a cambio de la limitación en las libertades particulares. México se volverá, pues, un país fascista, como muchos se empecinan en llamarle a aquello que no saben explicar.

Es como quien incendia un árbol en la jardinera, para después salir a sofocarlo y más tarde se apropia del espacio, bajo el argumento de que de no ser por esa heroica acción la cosa se hubiera ido mucho a la mierda.

Lo que ocurre y seguirá ocurriendo en Michoacán no es para minimizarse, independientemente de la opinión que se tenga al respecto. La pólvora sigue regada y nadie nos asegura que culmine con una explosión de magnitudes fuera de alcance.


P.I.G.

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