viernes, 24 de enero de 2014

El otro en el espejo

Los recuerdos de la infancia le provocan acidez. Al llegar de la casa de su tía Elena tomó dos pastillas y se recostó un momento. Le cuesta mucho trabajo visitar a su tía, pero no puede hacer otra cosa. Es el único familiar que tiene, los demás han muerto. Sus padres nunca le interesaron mucho, sus otros tíos le parecían estúpidos e inútiles, sus primos eran lo peor de su familia. La tía Elena le enseñó lo que sabe, ella fue la que se interesó en su futuro. Ahora le agradece por ser un arquitecto renombrado y un hombre de bien para la sociedad.

Se levanta del sillón y enciende la tele. Las noticias anuncian el desastre que ocurre en Filipinas debido a un tifón. Ve las casas destrozadas y a la gente desorientada. No puede comprender cómo es que son tan fuertes. Sólo algunos niños lloran, la demás población intenta salvarse en un silencio que lo deja helado. Pareciera ser que están tan acostumbrados al sufrimiento que ese desastre ya no les causa ningún sentimiento. Cansado de ver la desgracia ajena, apaga el televisor y va a la cocina a prepararse un sandwich.

Cuando Carlos era pequeño la única persona que se ocupaba de él era su tía Elena. Su padres se iban a trabajar y llegaban normalmente muy tarde. Él al inicio los odiaba, los maldecía por la soledad que sentía dentro. Era un sentimiento que poco a poco comenzó a domar y que luego de la llegada de su tía Elena desterró. Su tía se ocupó de él luego de que perdiera su casa. Al parecer, su primo Antonio por enfriar un asunto de deudas de juego dio las escrituras de la casa de su mamá. Así Elenita perdió su hogar y juró por la tumba de su madre que no volvería a ver a su hijo. Fernando y Alma se ofrecieron a ayudar a Elena.

La tía llegó un dieciséis de septiembre. Carlos veía en la tele el desfile militar cuando tocaron a la puerta. Él, con pocas ganas y aún enojado, fue abrir. Sabía que un día de esa semana su tía llegaría, así que le dejó la puerta abierta y regresó a la sala a toda prisa para continuar viendo el desfile. Elena entró despacioó. Dejó sus maletas a la entrada y se fue a sentar junto a su sobrino. En silencio vieron pasar a los soldados. Al terminar el desfile Elena le preguntó a Carlos si quería un sandwich. Él sólo asintió con la cabeza.

Al terminar de comer su sandwich salió de su casa rumbo al centro comercial. Deseaba perder el tiempo, ver qué había de nuevo, pero también comprar ropa. Durante el trayecto escuchó Paloma negra con un grupo chileno. El disco se lo había regalado Renée. Ella es su secretaría y la segunda mujer más importante luego de su tía. Le pareció extraño escuchar una canción mexicana en voz de dos argentinas, pero no le desagradó para nada. Al llegar al centro comercial, se dirigió inmediatamente a la tienda Moda Hoy. Compró un par de vestidos, brassieres, truzas y blusas. La ropa de mujer le parece siempre más bonita que la de hombre. Cuando platica con Renée sobre hijos, él siempre le dice que le gustaría tener una niña porque es más fácil vestirla, es más fácil educarla y al final suelen ser más inteligentes que los varones.  Por eso al pasar frente a una tienda de ropa para niños se queda observando durante un buen rato. Luego se dirige al área de comida y compra una hamburguesa con papas.

Luego de que terminara el sandwich que su tía le hizo, Carlos le preguntó el porqué de su visita. Ella le explicó que necesitaba vacaciones, que deseaba estar fuera de su casa por un tiempo porque la estresaba tener que estar ahí sola todo el día. Él sabía la verdad, pero no contradijo a su tía. Sus padres le habían contado sobre su primo Antonio y desde ese día comenzó a considerarlo como la escoria más grande del planeta. Terminaron de charlas y Carlos le ayudó a su tía a llevar sus maletas a su cuarto. Le ayudó a acomodar su ropa y también a hacer la comida.

Comieron juntos. Platicaron sobre la llegada de los reyes de España a Filipinas porque los dos tenían un enorme interés por esas islas. Carlos le contó el origen del nombre del archipiélago y la tía se sorprendió por tener un sobrino muy listo. Terminaron de comer y juntos lavaron los platos, luego se fueron a sentar frente al televisor y continuaron viendo las noticias. Sus padres llegaron tarde. Para él era normal, para la tía no. Mientras los adultos platicaban Carlos se fue a su cuarto. En silencio dio gracias por la visita de la tía y enseguida se durmió.

Regresó a su casa y dejó las bolsas con la ropa en la sala. Él se fue directamente al baño. Necesitaba refrescarse luego del día que había tenido. Desde muy temprano se levantó para ir a visitar a la tía en la casa que sus padres les habían dejado. Sus padres, por una extraña casualidad, acomodaron el testamento para que los dos se quedaran con la casa. Carlos luego de obtener el trabajo en ICA le dejó todo a su tía. Se mudó y comenzó a vivir por su cuenta. La casa de su tía estaba treinta minutos si no había tránsito, pero en Ciudad de México éste suele ser algo normal. Así que se levantaba temprano para ir a comprar el desayuno y luego llevárselo a la tía. Juntos desayunaban y platicaban. La tía aún le daba algunas noticias sobre España o Filipinas, él le platicaba de los nuevos proyectos en los que trabajaba. La mañana se les iba rápido entre tazas de café, cigarros y palabras. Después, con un poco de tristeza Carlos se despedía para regresar a su hogar.

La tía solía quedarse viendo la televisión o tejiendo. Sus días se le iban en esas dos ocupaciones. A veces iba a comprar la despensa, pero la mayoría de ocasiones, ésta la compraba Carlos y se la mandaba con Trujillito, el empleado del supermercado cercano a casa de la tía. Así que ella no se preocupaba por nada. En ocasiones se sentía sola en ese caserón, pero casi siempre ahuyentaba ese sentimiento al entrar al cuarto de su sobrino. Veía la cama matrimonial pulcramente tendida. Los juguetes en la repisa de la izquierda y las muñecas en la repisa de la derecha.

Carlos salió de bañarse. Se secó, se puso la bata y salió a la sala. Prendió el estéreo y puso Sabor a mí con Bebo Valdés. Comenzó a sacar la ropa de las bolsas. Se probó el primer vestido y se vio en el espejo. Se lo quitó y enseguida se probó el otro. Quedó satisfecho con el resultado y fue a su cuarto por unas zapatillas rojas. Más de treinta pares adornaban una pared de su cuarto. Tomó los rojos y regresó al baño. Frente al espejo se arregló el pelo y se maquilló un poco. Sus rasgos finos le ayudaban a pasar como una guapa mujer adulta. Un poco de rojo en los labios le daba el último toque de perfección. Se vio en el espejo durante un momento. Derramó un par de lágrimas al verse.

Se reconoció, pero a medias. Él nunca se sintió él, siempre quiso ser ella. La tía le ayudó mucho, le aconsejó que hiciera lo que él creyera conveniente. Desde su etapa de secundaria la tía escuchó lo que sentía al ver a otros chicos, al observar a las chicas vestidas con vestidos cortos. Se sentía impotente al ver su cuerpo desarrollándose de una manera que le generaba repugnancia. Sin embargo, la tía la apoyó en todo momento. No dejó que se sintiera menos, pero le recomendó que ocultara a Carla durante un tiempo. Los años pasaron y Carla se ocultó por el día, pero en las noches de fin de semana ella renacía.

Se limpió las lágrimas con cuidado para no estropear el maquillaje. Suspiró. Se cepilló los dientes y salió. Esa noche tenía una cita con una vieja amiga. Juntas saldrían a beber unas copas y platicar sobre las buenas nuevas. Tomó las llaves del coche. Subió y antes de arrancar se vio en el retrovisor. Se reconoció, ella era la única y verdadera Carla. Encendió el motor y arrancó.

Gustavo Y.

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