jueves, 9 de enero de 2014

Decisiones erroneas


David sale del trabajo a las seis de la tarde. Hoy se dirige a casa de su cuñada para ver si le puede prestar su aspiradora. Sale puntual de la oficina y se despide de sus compañeros. Sube a su auto y sin prisa alguna toma la avenida Reforma. A esas horas el tránsito es insoportable. Él de antemano lo sabía pero hay algo dentro de la larga fila de autos que le gusta. Puede ser el hecho de perder tiempo. En el mundo lo peor que un hombre puede hacer es desperdiciar el tiempo. El hombre verdadero, el hombre trabajador, el buen hombre debe siempre ganarlo sea lo que signifique eso. En cambio, en los embotellamientos todos están detenidos en el tiempo. Avanzando en pequeños movimientos y sentados. El mejor pretexto para no hacer nada es meterse a una de las avenidas más transitadas de la ciudad en hora pico. Por ello, David ama el tránsito. Sabe que es una contradicción del sistema. Una pequeña fuga que le permite realizar un acto prohibido sin culpa alguna.

Una hora tardó en llegar a su destino. No se encuentra ni estresado ni descansado. Al llegar toca a la puerta y Silvia lo deja pasar. Platican un poco antes de pasar al tema central: la aspiradora. Silvia le pregunta por su hermana. Él le contesta que se encuentra de lo mejor. Ahora, Mariana está tomando un curso de macramé lo cual la tiene más relajada. A él le gusta esa Mariana. Una mujer tranquila, que no habla mucho y que sabe mover las manos a un buen ritmo y con precisión. Su cuñada le pregunta sobre su trabajo y él le responde que en la oficina todo va de lujo. Su sueldo ha aumentado, igual que sus prestaciones. Sus compañeros son tranquilos y al parecer pronto habrá despidos que no le afectarán en lo más mínimo.

A Silvia siempre le ha parecido un hombre extraño David. Un hombre más serio de lo normal. Habla muy poco de su vida y cuando lo hace es de una manera muy general que no le permite generar un diagnóstico de la personalidad de su cuñado. Para Silvia su cuñado nunca ha sido de confiar. Ella misma ha hablado con su hermana para que no baje la guardia en cuanto a su relación matrimonial. Mariana le presta poco atención porque a pesar de la poca comunicación existente con su esposo, ella le cree absolutamente todo.

Mariana se ha acostumbrado a la seriedad y discreción de su esposo. Desde que eran novios David se distinguió por ser un hombre elegante y sobrio. Nunca hizo grandes desplantes, tampoco llamaba la atención. Ella creía que ese era su secreto para ser un hombre interesante. Luego de la boda él continuó siendo el mismo. Pocas palabras, muchas miradas y sexo espectacular. A Mariana le encantaba su comportamiento en la cama: hablaba más, sabía moverse y le satisfacía todas sus fantasías.

David tomó la aspiradora que su cuñada le había alcanzado. Le dio las gracias y la invitó a comer a su casa la siguiente semana. Ella dijo que iría, pero sabía perfectamente que buscaría un pretexto para evadir la cita. Se despidieron y Silvia salió a acompañarlo. David subió a su automóvil e inmediatamente abandonó el lugar. En camino a su casa encendió el radio y buscó una estación donde estuvieran dando las noticias. Ya no había tanto tránsito así que llegó en menos de veinte minutos a su casa.

Esa casa la habían adquirido hacía a penas tres años. Se casaron y cada uno vivió en casa de sus padres durante un años más. En ese tiempo juntaron el dinero que ganaban en una cuenta común y gastaban poco, sólo lo necesario. Después de ese año buscaron un departamento. Mariana deseaba pasar el tiempo con su esposo, pero al parecer él no se sentía muy a gusto. Una amiga de Mariana le pasó el dato de un pequeño departamento en la Doctores. A ella le pareció horrible, él no dijo ni un adjetivo. La renta sería de dos mil pesos. Con el tiempo fueron ascendiendo en sus trabajos. Ganaban más, guardaban más y así juntaron para comprarse una pequeña casa en una buena zona.

Bajó la aspiradora de la cajuela y la arrastró hasta su casa. Abrió la puerta y enseguida escuchó la voz de su mujer que cantaba algo de una regiomontano. Hizo una pequeña mueca que parecía una sonrisa. Se adentró en la casa con la aspiradora en mano y se la mostró a su esposa. Mariana le agradeció por haber pasado a casa de su hermana y le dijo que se sentara a comer. David se dirigió al baño y se lavó las manos. Luego cogió un poco de agua y se la echó en el rostro. Vio su rostro en el espejo y vio las gotas descender por su mejillas. Cerró los ojos y enseguida escuchó nuevamente el coro de aquella canción popular. Sintió un escalofrío por todo su cuerpo. Metió las manos a los bolsillos de su pantalón y apretó los puños tan fuerte que sentía las uñas incrustarse en sus palmas.

David nunca se imaginó una vida como la que llevaba. Él no necesitaba nada para ser feliz. Quería vivir solo, tener un trabajo modesto y pocos amigos. Siempre gritó a los cuatro vientos que el trabajo en una oficina no le interesaba. Deseaba tener tiempo libre para sentirse bien consigo mismo. Le gustaba tomar los libros, sentarse por horas a leerlos o a veces ver las películas que daban en TeleCultura los sábados por las noches. Era muy normal en él cancelar las citas con sus amigos o con Mariana cuando eran novios, para quedarse en casa escribiendo las frases de los libros que había leído durante el mes. Sin embargo, todo cambió el día en que Mariana lo puso entre la espada y la pared. O tomaba en serio su relación o lo dejaba por ser un niño, un hombre inmaduro. David debió elegir.

Salió del baño y se sentó a la mesa. Se sirvió una pieza de pollo, frijoles y arroz. Sirvió dos vasos de agua de piña. Le extendió el vaso a Mariana y le dedicó un pequeña sonrisa. Ella comenzó a hablar de que Doña Mari, la señora que les hacía la comida, les estaba robando. No había azúcar, ni aceite, ni sal. Mariana culpaba a Doña María porque siempre llegaba con su bolsa que parecía vacía y cuando se iba parecía más que repleta. Le pidió a David que hablara sin falta con ella. Si era necesario la despedirían para enseñarle la lección de respetar lo ajeno. David asintió y siguió comiendo. En la mesa estaba el control. Lo tomó y encendió el televisor. Buscó el canal de las noticias. Ninguno de los dos habló. Se concentraron en las imágenes que presentaban a varios seres humanos tirados en el suelo y cubiertos con una sábana blanca. Al parecer alguien los había atacado con arsenal químico. El gobierno o los rebeldes, no se sabía bien.

Terminaron de comer. David recogió los platos y los llevó directo al fregadero. Comenzó a lavar la vajilla mientras su esposa limpiaba la mesa. Al finalizar se secó las manos y se fue directo al baño. Se sentó en la taza y se quedó mirando la ventana. Suspiró, volvió a apretar los puños y golpeó al viento. Soltó varios golpes al aire. Sentía la furia dentro de sus venas. Sabía que había tomado una mala decisión en su vida. Estaba harto de continuar con la farsa de esa vida que no le gustaba, que no había pedido pero era a la que había llegado. Lloraba, sus ojos estaban rojos, era el odio hecho hombre.

Salió del baño. Se puso la pijama y se metió en la cama. Mariana ya lo estaba esperando recostada y leyendo una revista de moda. Al ver que su marido se acercaba, dejó la revista en el buró y le bajó las cobijas. Él se metió y le dio un beso en la frente a su mujer. Ella, al sentir el beso le dijo que lo amaba. Él respondió que ya lo sabía, que también él la amaba. Después, su esposa, posando su vista en los ojos de su esposo le dijo que era la mujer más feliz de la tierra porque tenían todo lo que un ser humano podía desear: trabajo, dinero, amor. David sonrió. Le dio otro beso, ahora en la mejilla. Mariana le preguntó directamente si él era feliz. David volvió a sonreír, tomó la mano de su mujer y le depositó otro beso. Dio las buenas noches y se acomodó para dormir.

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