lunes, 9 de diciembre de 2013

De placeres

por Mister Bastard

No sé por qué tanta gente insiste en buscar el lugar más fino para tomar un trago, el de mayor renombre, el que esté mejor calificado por las revistuchas de moda, o al que de vez en vez, en sus ratos de ociosidad, suelen visitar los faranduleros que critican el sabor de las bebidas que saben exactamente igual a como saben en otros lados “más de su onda”. El chiste es mamonear.

Cuando el hígado exige una bebida, sea la que ésta sea, cualquier lugar es bueno, lo mismo uno de cinco estrellas o uno con fama de acabar con la vida (en el sentido figurado y literal) de sus visitantes.

Ya entrados en calor, una copa vale lo mismo en el putero, en la cantina de clasebajeros o en los lugares más exclusivos del país, el resultado es el mismo. El valor agregado, entonces, deja de ser la parafernalia que rodea el sitio y lo es más el baño con el que cuenta la taberna.

Si lo hay, uno medianamente limpio, si no con papel al menos sí con agua, es un plus que alivia tanto el alma como el desaguar los litros y litros de cerveza que uno pueda ser capaz de consumir.

Si no lo hay, el problema inicia desde el momento mismo en que uno reconoce que su vejiga no es tan resistente como pareciera, muy a pesar de la fama de ebrio empedernido con la que se cuente.

Y es que a últimas uno puede orinar en la pared exterior del lugar (si se es mujer, el problema es aún mayor) o bien puede hacer uso de la siempre efectiva botella de litro y medio que tantos favores puede hacer. Se rellena, se desrellena, según sea el caso.

Pero ¿y cagar? ¿Qué hacer si no hay una letrina donde puedas, ya no tranquilamente, pero sí al menos confiado, evacuar tanto como tu cuerpo, sumido en whisky, te lo permita?

La fiesta sigue, los tragos y las botanas no dejan de correr, pero es tu intestino el que te pide a gritos liberar presión. Puedes beber cantidades industriales de alcohol y pedirle a tu organismo de la manera más seria que te permita un par de horas sin tener que pararte a orinar. Pero no le puedes pedir a tu organismo que mantenga la caca alejada de tu mente sin que te estorbe.

Cuando el vandalismo estomacal comienza, el lugar, lujoso o inmerso en absoluta podredumbre, da lo mismo. Sí, es un error pensar que en un cinco estrellas no va a haber un retrete de mármol con un sujeto que corta los pedazos de papel por ti, aunque si sabes que vas a visitar un lugar de esos te previenes y cagas en casa, o te aguantas las ganas y te das el lujo de defecar como todo un líder diplomático en una reunión élite del G-20.

Lo que menos esperas es que en un lugar donde sólo existen mingitorios y para los que un inodoro es cosa de otro mundo, el deseo de defecar se vuelva una necesidad cuasi espiritual.

Pongamos la situación fácil: conoces el rumbo, sabes dónde puedes encontrar un baño público (muy público) que a altas horas de la noche te preste sus servicios, sin clavarte el diente con el precio y en el cual puedas desahogar garnachas, botana, alcohol fermentado, etc, etc, etc.

Pero  ¿si no?, ¿si se trata de un lugar en el que apenas y te atreves a asomar la cabeza a esas horas? ¿Vas a pedirle a los dueños que te dejen usar “su baño”, exclusivo para ellos”, en el que nadie salvo sus propietarios han posado sus tiernos traseros porque es “su baño” construido sólo para que ellos caguen?

¿Qué hacer? Tampoco te vas a atrever a cagarte en los pantalones y fingir que se trató de uno más de tus actos inconscientes cuando tomas más de lo debido, ésa ya lo te la van a creer.


Francamente no sabría responder. Lo ideal es, muy a pesar de los planes que tengas, pasar a tu baño, tomarte unos cuantos minutos y cagar. Situaciones como ésa pueden ocurrir en cualquier momento, pero no dejes que la caca arruine la fiesta.

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