jueves, 10 de octubre de 2013

Violencia familiar: nuestra patria herida

Por: Azi/d./

Durante el movimiento estudiantil de 1968 -que abarcó más que ese día que muchos rememoran cada año convencidos de no haberlo olvidado-, se popularizó un gesto ya bastante conocido en esa época, levantar la mano con la palma hacia afuera, los dedos medio e índice levantados y los demás cerrados, en este contexto, simbolizaba la V del entusiasta “venceremos”; tras la masacre, algunos seguían levantando la mano para las fotos que atestiguaban su arresto.

Este hecho tiene cierta similitud con cualquier caso de maltrato a las mujeres. Supongamos pues, que esos jóvenes formaban parte de una sola persona (llámesele sociedad, patria, mexicanos, pueblo, etc.); una mujer atrapada en un matrimonio infame que se empezaba a dar cuenta de su realidad y por medio de estos manifestantes expresaba su disgusto. Tras la previsible golpiza correctiva del marido (llámesele PNR, PRI, gobierno, nombre del presidente en turno, etc.), ella usó maquillaje, lentes oscuros y le ayudó a su hombre a pretender que todo estaba bien, las voces interiores de la mujer dejaron de clamar rebelión, pero juró no olvidar.

Aproximadamente 32 años después, se podía ver a la misma mujer entusiasmada por sus avances y diciéndose lista para romper finalmente la relación patológica que entabló con el responsable de aquella represión y de las otras tantas tropelías cometidas. Era entonces, la sociedad anunciando que ya se había cansado y no votaría por renovar la relación, para expresarlo muchos eligieron la señal que proponía la campaña de quien ganó esas elecciones, dicha señal era la misma que años atrás pero esta vez el lema era “ya ganamos”, con un rostro sonriente que a sus seguidores les pareció carismático y confiable.

Y se puede seguir con la analogía de la relación destructiva, ya que esta sociedad, como cualquier mujer con una idea torcida de la pareja y el amor (hay que mencionar que ya desde su origen, producto de una violación, viene arrastrando un pasado terrible y nunca bien atendido), se divorció de aquel tirano que tan dañada la dejó y enseguida se dejó cautivar por el siguiente candidato que jugara el mismo rol (llámesele PAN, gobierno, nombre del candidato en turno, etc.), el de enredarla durante doce años en otra relación llena de mentiras, manipulaciones, maltratos y violencia del tipo “lo hago por tu bien”.

¿Qué suelen hacer las mujeres en esta situación? Sencillo, lo mismo que nuestro querido pueblo: resolver que el Ex, aquel innombrable que hasta hacía no mucho representaba el mal entero de su vida, ahora en comparación, ya no le parecía tan malo ni tan innombrable pues había hecho muchas cosas buenas por ella. Y de hecho se había vuelto a presentar con firmes intenciones de recuperarla (en realidad, nunca salió por completo de su vida, se mantuvo siempre cerca al pendiente de sus sufrimientos), traía un look renovado, mejor peinadito y aseguraba que no habría más mentiras, ni robos, ni golpizas ni todas esas cosas de las que dijo estar muy arrepentido porque ahora era una persona diferente que sanaría sus recientes heridas. Como era de esperarse, la insegura mujer (con algunas reservas pero al fin presa de su dependencia) decidió creerle y aceptarlo de nuevo.

La semejanza sigue ajustando a la perfección, es bien sabido lo que pasa cuando la mujer regresa con el marido golpeador; él se muestra lindo y totalmente reformado pero muy pronto vuelven las viejas actitudes, con un –eso sí- renovado cinismo mezclado con su refinada hipocresía: “sé que será duro para ti pero tengo que corregirte porque quiero tu mejor versión”, vuelven los planes mañosos, las verdades a medias, los robos disfrazados de ahorro: “tu dinero estará más seguro conmigo”. Y justo ahora, nuestra querida y mancillada patria escucha atónita las veladas amenazas de proxenetismo: “ve con esos amigos extranjeros, no te voy dejar con ellos, sólo los dejo contigo un ratito y me nos darán el dinero necesario para mantenermenos”; recibe incrédula las noticias de cambios “Para que seas mejor persona voy a pedirte de la mejor manera que sigas mis indicaciones y me des todo lo que tienes para administrártelo, puedes confiar en mí, recuerda que ya cambié”; y a modo de cachetada guajolotera que aplaque sus intentos de poner límites, ha recurrido otra vez a la violencia, la que con o golpes o formas más sutiles dice: “¿Quién te dijo que puedes decidir?, yo tomo las decisiones aquí”, “Eres sólo una vieja histérica que no se deja ayudar”, “Yo sé lo que es mejor para ti”.

Se puede pensar esto de manera trágica, sólo la fatalidad parece esperar a esta sociedad tan dañada, tan desmotivada, tan enferma. Pero también se puede seguir con la analogía y ver que en la mente de esa mujer, está una parte que conserva la dignidad de cualquier ser humano  y por lo tanto, es capaz de indignarse; una parte que no ha perdido la sensibilidad al dolor y por eso sufre cada golpe, cada abuso, y puede darse cuenta del daño causado; es tal vez una parte idealista y terca que no se ha acostumbrado a que eso sea normal, pero eso le permite seguir sobresaltándose y reaccionar ante lo que no le parece normal.

Quizás sea una parte insignificante de su personalidad y no basta para describirla toda e incluso pareciera no existir gran parte del tiempo; sin embargo, es eso puede ser suficiente para permitir a alienados mentales salir de su letargo y es lo que ha hecho a esta sociedad levantar la mano con ese “amor y paz”, “¡tenemos el poder!”, “venceremos”, “ya ganamos”, “hasta la victoria siempre”, “zapata vive”, “SME”, “132”, “CENTE”, o lo que sea que signifique la voluntad de no conformarse ni rendirse a pensar que así somos de dejados y pendejos y así seremos siempre, también voluntad de reconocerse en un camino errado y de reconocer así que el mayor esfuerzo no es enfrentar al opresor (al golpeador, al controlador, etc.) sino enfrentar la propia adicción colectiva a ser los oprimidos, el vicio individual a ser indiferentes.

Sí, así como es bienvenida la sonrisa de una mujer, de un ser humano que ha tocado fondo y desde ahí se ha dado cuenta de que no es un buen lugar y que la sonrisa no lo va a sacar de ahí pero le puede dar la fuerza para hacerlo el mismo; asimismo es bienvenido el gesto que la mujer/sociedad/patria/México necesite para expresar que se sabe en el fondo y que no quiere permitir que la sigan teniendo ahí, ya sea una mano levantada, una marcha, una megamarcha, un plantón o un paro nacional.

Pero hay que recordar que ese gesto no lo resuelve (más aún, de no avanzar,  puede llevarla a un nuevo estancamiento), es tan sólo un primer escalón y ya advierte lo pesado e incómodo que puede ser (mucho más que un plantón en el centro de una ciudad egocéntrica) y tener siempre presente que la parte enferma siempre pugnará por desistir, decir que se va por el camino erróneo, tratará de evitar esas molestias para continuar su decadencia en rutinas y evasiones, dirá incluso que subir ese pequeño escalón es malo, que es de revoltosos y criminales. Nos toca decidir en qué parte de esta psique disociada estamos trabajando (y la indiferencia opera en la parte enferma), si queremos ser una persona sana y cómo trabajaremos en ello. Una mujer maltratada no sabrá cómo salir de su prisión al principio, estará llena de dudas y temores, y  le costará trabajo, pero eso no es y no debe considerarse un motivo para volver a aguantar lo único que conoce; este país necesita despertar a su realidad y rechazarla, afanarse en cambiarla y no únicamente lamer sus viejas lesiones, por eso recordemos fechas, levantemos manos, apoyemos causas, marchemos en las calles, propongamos acciones colectivas, organicémonos y acompañemos todo ello de labor individual.


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