Por: Azi/d./
Durante el
movimiento estudiantil de 1968 -que abarcó más que ese día que muchos rememoran
cada año convencidos de no haberlo olvidado-, se popularizó un gesto ya
bastante conocido en esa época, levantar la mano con la palma hacia afuera, los
dedos medio e índice levantados y los demás cerrados, en este contexto,
simbolizaba la V del entusiasta “venceremos”; tras la masacre, algunos seguían
levantando la mano para las fotos que atestiguaban su arresto.
Este hecho tiene
cierta similitud con cualquier caso de maltrato a las mujeres. Supongamos pues,
que esos jóvenes formaban parte de una sola persona (llámesele sociedad,
patria, mexicanos, pueblo, etc.); una mujer atrapada en un matrimonio infame
que se empezaba a dar cuenta de su realidad y por medio de estos manifestantes expresaba
su disgusto. Tras la previsible golpiza correctiva del marido (llámesele PNR,
PRI, gobierno, nombre del presidente en turno, etc.), ella usó maquillaje, lentes
oscuros y le ayudó a su hombre a pretender que todo estaba bien, las voces
interiores de la mujer dejaron de clamar rebelión, pero juró no olvidar.
Aproximadamente 32
años después, se podía ver a la misma mujer entusiasmada por sus avances y
diciéndose lista para romper finalmente la relación patológica que entabló con
el responsable de aquella represión y de las otras tantas tropelías cometidas.
Era entonces, la sociedad anunciando que ya se había cansado y no votaría por
renovar la relación, para expresarlo muchos eligieron la señal que proponía la
campaña de quien ganó esas elecciones, dicha señal era la misma que años atrás
pero esta vez el lema era “ya ganamos”, con un rostro sonriente que a sus
seguidores les pareció carismático y confiable.
Y se puede seguir
con la analogía de la relación destructiva, ya que esta sociedad, como
cualquier mujer con una idea torcida de la pareja y el amor (hay que mencionar
que ya desde su origen, producto de una violación, viene arrastrando un pasado
terrible y nunca bien atendido), se divorció de aquel tirano que tan dañada la
dejó y enseguida se dejó cautivar por el siguiente candidato que jugara el
mismo rol (llámesele PAN, gobierno, nombre del candidato en turno, etc.), el de
enredarla durante doce años en otra relación llena de mentiras, manipulaciones,
maltratos y violencia del tipo “lo hago por tu bien”.
¿Qué suelen hacer
las mujeres en esta situación? Sencillo, lo mismo que nuestro querido pueblo:
resolver que el Ex, aquel innombrable que hasta hacía no mucho representaba el
mal entero de su vida, ahora en comparación, ya no le parecía tan malo ni tan
innombrable pues había hecho muchas cosas buenas por ella. Y de hecho se había
vuelto a presentar con firmes intenciones de recuperarla (en realidad, nunca
salió por completo de su vida, se mantuvo siempre cerca al pendiente de sus
sufrimientos), traía un look renovado, mejor peinadito y aseguraba que no
habría más mentiras, ni robos, ni golpizas ni todas esas cosas de las que dijo
estar muy arrepentido porque ahora era una persona diferente que sanaría sus
recientes heridas. Como era de esperarse, la insegura mujer (con algunas
reservas pero al fin presa de su dependencia) decidió creerle y aceptarlo de
nuevo.
La semejanza sigue
ajustando a la perfección, es bien sabido lo que pasa cuando la mujer regresa
con el marido golpeador; él se muestra lindo y totalmente reformado pero muy
pronto vuelven las viejas actitudes, con un –eso sí- renovado cinismo mezclado
con su refinada hipocresía: “sé que será duro para ti pero tengo que corregirte
porque quiero tu mejor versión”, vuelven los planes mañosos, las verdades a
medias, los robos disfrazados de ahorro: “tu dinero estará más seguro conmigo”.
Y justo ahora, nuestra querida y mancillada patria escucha atónita las veladas
amenazas de proxenetismo: “ve con esos amigos extranjeros, no te voy dejar con
ellos, sólo los dejo contigo un ratito y me nos darán el dinero
necesario para mantenermenos”; recibe incrédula las noticias de cambios
“Para que seas mejor persona voy a pedirte de la mejor manera que sigas mis
indicaciones y me des todo lo que tienes para administrártelo, puedes confiar
en mí, recuerda que ya cambié”; y a modo de cachetada guajolotera que aplaque
sus intentos de poner límites, ha recurrido otra vez a la violencia, la que con
o golpes o formas más sutiles dice: “¿Quién te dijo que puedes decidir?, yo
tomo las decisiones aquí”, “Eres sólo una vieja histérica que no se deja
ayudar”, “Yo sé lo que es mejor para ti”.
Se puede pensar
esto de manera trágica, sólo la fatalidad parece esperar a esta sociedad tan
dañada, tan desmotivada, tan enferma. Pero también se puede seguir con la
analogía y ver que en la mente de esa mujer, está una parte que conserva la
dignidad de cualquier ser humano y por
lo tanto, es capaz de indignarse; una parte que no ha perdido la sensibilidad
al dolor y por eso sufre cada golpe, cada abuso, y puede darse cuenta del daño
causado; es tal vez una parte idealista y terca que no se ha acostumbrado a que
eso sea normal, pero eso le permite seguir sobresaltándose y reaccionar ante lo
que no le parece normal.
Quizás sea una
parte insignificante de su personalidad y no basta para describirla toda e
incluso pareciera no existir gran parte del tiempo; sin embargo, es eso puede
ser suficiente para permitir a alienados mentales salir de su letargo y es lo
que ha hecho a esta sociedad levantar la mano con ese “amor y paz”, “¡tenemos
el poder!”, “venceremos”, “ya ganamos”, “hasta la victoria siempre”, “zapata
vive”, “SME”, “132”, “CENTE”, o lo que sea que signifique la voluntad de no
conformarse ni rendirse a pensar que así somos de dejados y pendejos y así
seremos siempre, también voluntad de reconocerse en un camino errado y de
reconocer así que el mayor esfuerzo no es enfrentar al opresor (al golpeador,
al controlador, etc.) sino enfrentar la propia adicción colectiva a ser los
oprimidos, el vicio individual a ser indiferentes.
Sí, así como es
bienvenida la sonrisa de una mujer, de un ser humano que ha tocado fondo y
desde ahí se ha dado cuenta de que no es un buen lugar y que la sonrisa no lo
va a sacar de ahí pero le puede dar la fuerza para hacerlo el mismo; asimismo
es bienvenido el gesto que la mujer/sociedad/patria/México necesite para
expresar que se sabe en el fondo y que no quiere permitir que la sigan teniendo
ahí, ya sea una mano levantada, una marcha, una megamarcha, un plantón o un
paro nacional.
Pero hay que
recordar que ese gesto no lo resuelve (más aún, de no avanzar, puede llevarla a un nuevo estancamiento), es
tan sólo un primer escalón y ya advierte lo pesado e incómodo que puede ser
(mucho más que un plantón en el centro de una ciudad egocéntrica) y tener
siempre presente que la parte enferma siempre pugnará por desistir, decir que
se va por el camino erróneo, tratará de evitar esas molestias para continuar su
decadencia en rutinas y evasiones, dirá incluso que subir ese pequeño escalón
es malo, que es de revoltosos y criminales. Nos toca decidir en qué parte de
esta psique disociada estamos trabajando (y la indiferencia opera en la parte
enferma), si queremos ser una persona sana y cómo trabajaremos en ello. Una
mujer maltratada no sabrá cómo salir de su prisión al principio, estará llena
de dudas y temores, y le costará
trabajo, pero eso no es y no debe considerarse un motivo para volver a aguantar
lo único que conoce; este país necesita despertar a su realidad y rechazarla,
afanarse en cambiarla y no únicamente lamer sus viejas lesiones, por eso
recordemos fechas, levantemos manos, apoyemos causas, marchemos en las calles,
propongamos acciones colectivas, organicémonos y acompañemos todo ello de labor
individual.
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