lunes, 7 de octubre de 2013

Simetría irregular

por P.I.G.

De un lado de la acera, una mujer bella, muy bella, desciende de un automóvil.  Ella sabe que la gente la volteará a mirar, no solamente los hombres morbosos que atienden con la mirada todo aquello que inspire lujuria.

El auto, de lujo, es de la agencia de modelaje en la que trabaja la mujer. El rojo de la lámina hace juego con el rojo de los labios y el rojo de la ropa interior, pero nadie, excepto yo, conoce el último detalle.

Luego de echar un vistazo por el lugar y desaprobar con la cabeza (es un barrio “pobre” o “no tan rico”), retoca su rostro con maquillaje; no debería, no es necesario, pero así lo cree y por ello aplica una capa más de ese maquillaje caro con el que podría alimentarse una familia por un par de días.

Camina acompañada de su representante, se sabe protegida en un lugar que ni siquiera conoce. Sus gafas oscuras le permiten evitar directamente las miradas de quienes tienen la fortuna (eso cree ella) de cruzarse en su camino.

Los comercios por donde pasa le parecen insignificantes; las zapaterías, las boutiques, el puesto de joyería de ilusión, la tienda de perfumes rellenados, todo, todo es sucio, es naco, inferior, huele a salario mínimo, a miseria.

Unas cuantas cuadras y llegará al edificio donde la esperan un par de fotógrafos que no tienen otra preocupación más que hacer su trabajo, “atrapar” esa belleza femenina a través de la lente y hacer una linda campaña que posicione exitosamente el producto en el mercado, venda millones, impulse la carrera profesional de cada cual y procure millones de pesos en ganancias, y así todos vivan felices hasta el último de sus putos días de vida.

Antes de llegar al lugar de la cita, la belleza de portada se topa accidentalmente con un hombre a bordo de su bicicleta, un hombre con una sola pierna que pedaleaba despreocupadamente su bicicleta y que ahora ha caído al suelo y ha sido sometido por el guardia de aquella mujer.

Qué mierda de infortunios tiene la vida: él ha sufrido un par de raspones, nada de gravedad, pero la mercancía que transportaba sufrió algunos daños; a ella, por su parte, se le desprendió una uña (postiza) y su peinado de salón se descompuso levemente, por lo que pide que se atienda de inmediato la emergencia.

El hombre de la bicicleta de inmediato reanuda su paso, no sin antes disculparse por la imprudencia. La mujer ni siquiera le dirige la mirada, se coloca de nueva cuenta sus gafas oscuras y continúa su camino, desbordando belleza y dejando tras de sí el hedor de aquella fragancia fina.

Al llegar a donde lo esperaba su jefe, el hombre pidió disculpas por el retraso, contó la historia (o al menos eso trató de hacer) y prometió que no volvería a ocurrir incidente como ése. Su jefe (ni siquiera es necesario describirlo) hizo oídos sordos a todo, amenazó con descontar del ya de por sí mísero salario el retardo y los imperfectos en la mercancía, y le exigió que se incorporara de inmediato al trabajo.

Ella entró y fue recibida con ovaciones, con un “estás preciosísima” o un “de verdad que tu belleza se nota desde antes de salir del elevador”. Le ofrecieron todas las atenciones que una belleza de esa clase debe recibir en todos lados, todo el tiempo, al menos así lo considera ella. Se limitó a aceptar una primera copa de vino y a desdeñar con la mirada todo a su alrededor; total, un puto palacio no era suficiente para ella, menos viajar en un Corvette rojo con chofer, o cobrar cien mil pesos al mes por mostrar un par de senos semiperfectos para anunciar una marca de toallas femeninas.

El hombre tuvo otro encargo, tenía que salir, cruzar media ciudad en bicicleta, con una pierna, pero “en chinga, y si te atraviesa otra pinche güera, le agarras las nalgas y le sigues, no salgas con esa pendejada de que te esperaste a pedir disculpas, pendejo”.

En fin, era trabajar con el jefe o pedirle a dios, al estado, al diablo o a la mafia que le permitiesen un pedazo de pan para alimentar a su familia y alimentarse él mismo. En esta vida seres como él no pueden darse el lujo de desperdiciar oportunidades; es necesario comer pan, más necesario aún es pelear con la rata por un trozo de éste.

Ella pidió un trago más, tenía que quitarse de alguna forma la incomodidad que significaba trabajar con gente de categoría inferior. Pidió que todos se alistaran, tan pronto sorbiera el último trago de su copa la sesión iniciaría, acabaría el trabajo en un par de horas y saldría de ese bodrio de estudio.

Para él la ciudad era asquerosa, grasosa, repugnante, pero tenía que vivir ahí. Acostumbrado estaba a que la gente lo volteara a ver con morbo (como a la mujer), no porque poseía la grandiosa habilidad de montar la bicicleta con un solo pie, sino porque sólo poseía una pierna.

Después de que ella posó sin mesura, gozando desde luego del aire acondicionado y con toda clase de bondades, culminó su labor, firmó un par de autógrafos, agradeció hipócritamente por las atenciones y salió de la sala de trabajo.

Él regresó sudando, con un hambre atroz que en verdad le crujía dentro del estómago; entregó cuentas al jefe, pidió permiso para salir a comer unos tacos y a regañadientes logró diez minutos libres.

El vino y los entremeses comenzaron a hacer efecto, y para evitar problemas durante el camino la mujer optó por ir al baño y hacer sus necesidades como cualquier otra persona, o no tanto: en un baño perfectamente limpio, blanco hasta la ofensa, con un olor floral exclusivamente seleccionado para el olfato de la belleza que honra con su presencia; con toallas perfumadas y jabón delicado con la piel.

Tras terminar con sus dos órdenes de tacos (habrían sido más si su economía se lo permitiese), el hombre regresó a la fábrica. Hizo una pausa en el baño, se colocó como pudo sobre le retrete; debido al reducido espacio entre éste y la puerta, tuvo que dejar afuera la muleta con la que se sostenía al caminar.

Por primera vez, y pese a las pendejas y obvias diferencias que existen entre uno y otro, ambos colocaron sus traseros en el inodoro, cagaron, y el resultado fue exactamente el mismo: caca y papel sucio. Así, pues, no se necesitaba de otra prueba más precisa para afirmar que ambos, ella y él, él y ella, eran iguales, ni mejor ni peor que el otro.

0 comentarios: