domingo, 27 de octubre de 2013

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Gustavo Y.


La imagen de un ya muerte es estremecedora. Qué pasaría por la cabeza de este hombre cuando aún tenía vida. Qué sentía, qué pensaba, qué deseaba cuando lo entrevistaron a las afueras del hospital de Guaymas. El hombre murió ahí. La opinión pública busca culpables. Desde el director del hospital hasta el presidente sonaron como los verdugos de este campesino.

Generar culpables es lo de menos en este caso. Un hombre pierde la vida porque no tiene seguro. Su muerte se debió a no tener ni un centavo en el bolsillo. Muchos periódicos utilizaron la frase “perdió la vida”, pero la verdad es que se la arrebataron.

Las reglas de juego en este mundo indican que el que no tiene no existe. Si no existe, bien puede morirse afuera de un hospital (qué ironía), siendo un ente invisible. Su pérdida no afecta porque muchos como él están aún de pie para seguir trabajando para los otros. José Sánchez Carrasco se fue envuelto en una cobija y en la soledad de este mundo superpoblado.

Los esclavos, los sinnombre, los campesino, los indígenas, las mujeres, los gais; en general, los que llaman “las minorías” aún no ven cambios sustanciales en este siglo XXI. Para ellos, los derechos humanos aún no están cien por ciento disponibles.

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