miércoles, 11 de septiembre de 2013

Letra porno

Por: Mister Bastard

Siempre que viajo en el transporte público y me topo con uno que otro pasajero que lleva un libro, un periódico o una revista, de reojo y con discreción trato de leer el título de aquello que van leyendo; una vez que me cercioro de que se trata de una obra erótica o pornográfica, igual de reojo y con mucha mayor discreción trato de ver si hay por ahí una erección o una pelvis húmeda de por medio.

Sí, es muy atrevido, más morboso y obsceno aún, pero es mucho más humano de lo que puedan comprender o de lo que yo pueda explicar o justificar.

No me interesan las reacciones sexuales particulares de cada quien como me interesan los efectos que provoca la literatura erótica o pornoliteratura en los pornolectores. (Llamarles lectores eróticos no resulta tan agradable que digamos y me da escalofríos hacerlo).

El lector promedio puede adentrarse en su lectura y fascinarse con los escenarios e historias que recrea en su mente, describe fábulas, desenvuelve papeles e imagina a los personajes de cierta manera, así como reproduce en silencio las palabras que por sus ojos entran. Pero sólo y tan sólo la literatura pornocha logra que un sentido más del cuerpo se despierte y se ponga a trabajar de más: el sexual.

Y lo mismo pasa cuando se lee a un Marqués de Sade o cuando se hojea la sección de consejos de la tía Remedios, la excitación se hace presente y el corazón se acelera. Se recrean al doble las narraciones y las escenas de orgía generalizada se matizan con colores, sabores, aromas, y a más de uno le pasa seguramente por la cabeza invitar al vagón a iniciar el gang bang en pleno movimiento del metro. “Que todos se encueren y comiencen a follar en este preciso instante”.

Pero el sentimiento se queda ahí, reprimido, retraído, rebajado a casi nada, y se enciende de nuevo tan pronto se retoma la lectura. Esto para algunos que se toman la molestia de devorar una obra de Bukowski completa; para los menos desafortunados que sólo repasan la sección erótica del periódico, no les queda más que conformarse con una dosis de gravedad sexual, quizás real, quizás falsa.

Y si esas reacciones de humedad femenina y masculina generan unas cuantas palabras y/o imágenes medianamente “prohibidas” (plasmadas éstas en el papel más vulgar del Libro Vaquero o en el más fino de la Penthouse), qué reacciones no generará una película porno en la comodidad e intimidad del hogar de cada cual.

Así somos, el sexo es fantasía, somos fantasioso aunque algunos lo nieguen con la cruz en el pecho, y quienes logran dominar y jugar con esas fantasías (color rosa como las escenas placenteras de cualquier novela barata de amor, o sexo rojo como las narrativas de Georges Bataille) pueden darse el lujo de un momento de valeverguismo sexual y procurarse un orgasmo (mental aunque sea), aun cuando el metro esté a tope o el autobús esté encerrado en un tráfico atroz.

Si andan por la vida de puritanos y devoran casi con asco las obras de Leopold von Sacher-Masoch o John Ford, allá ustedes y sus reprimendas mentales. Si aún les sobra un poco de ese morbo humano muy humano y ven por ahí a una chica leyendo casi con fascinación espiritual a Henry Miller, miren cómo tiemblan sus manos, cómo se erizan sus pezones y quizás encuentren la oportunidad que tanto han esperado para tener sexo casual.

Si ni lo uno ni lo otro les apetece, encuentren placer de la forma que más les convenga y les complazca; sólo no se les ocurra violar a alguien. El perverso tiene estilo, el pervertido es un traga mierda hijoputa.

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