miércoles, 18 de septiembre de 2013

La indiferencia, nuestra única moneda de cambio

por B. Varglez



Los gritos desde hace mucho en nuestro país han dejado de ser de Viva México, de Viva la Patria, Vivan los héroes que nos dieron independencia. Los gritos en nuestro país ahora son de hambre, tristeza, desolación, desconcierto, decepción y melancolía por los tiempos que nunca han existido y sólo la jodida sabe si llegarán a existir.


Dicen algunos que sólo criticamos que si el país es una mierda, que si los gobernantes valen menos que eructo de chinche, que si la corrupción que nos inunda, que si la indiferencia que mata más que cuchillo cebollero. 

La indiferencia, tal vez, sea nuestro mayor y más grande problema. En qué grado será posible intentar cambiar algo, si somos como piedras inmutables.


Criticamos la actitud del imbécil de Enrique Peña Nieto (obviamente estoy totalmente de acuerdo con todo lo que de este fulandrejo se diga) y de su familia, pero esta porquería no es más que el resultado de lo que durante años y años hemos creado, esa masa que criticamos y que conforme pasan los sexenios se hace más enorme e incontrolable y no encontramos el modo de pararla porque no pasamos de ser simples espectadores.


Y no necesitamos ver esta indiferencia en problemáticas tan grandes como conflictos magisteriales, problemáticas de partidos en su interior, la posible y cada vez más palpable venta de Pemex, otro trozo de nuestra ya tan devaluada patria; no tenemos que ver tan lejos, lamentablemente no. 

La indiferencia está a la vuelta de la esquina, está en cada rostro que vemos en la calle: cuando un fresa de unidad habitacional ve con asco a un indígena, cuando un caballero o una dama ve que le están partiendo la madre a otro y ni siquiera se inmutan para detener la bronca y llamar un policía; o cuando éstos extorsionan al dueño de una frutería o tienda, cuando un pequeño niño está en la lluvia vendiendo chicles, cuando un anciano es llamado estorbo por un joven.

Cuando lejos de alimentar a un animal de la calle, le arrojan agua; cuando nos podemos pelear a muerte por un lugar en el transporte publico, pero es mejor hacerse el dormido a cederlo a una embarazada o una persona de la tercera edad; cuando ves que tu jefe es injusto con otro empleado, cuando una empresa no te paga lo justo; cuando herimos al que nos ama, cuando te pasas un alto y encima te ofendes porque te dicen pendejo.


En fin, hay una y mil cosas que podríamos empezar a cambiar en nuestro entorno inmediato y que no lo hacemos por la bendita indiferencia acompañada del egoísmo y el valemadrismo, si no está de por medio algo que nos beneficie.

Ahora bien, ya no nos preguntemos cómo podremos resolver las enormes problemáticas del país, si nuestro civismo y patriotismo están por los suelos. Nos decimos muy mexicanos y regionales porque las chicas son adoradoras de Frida Kahlo, andan con trenzas y morrales, pero traen Converse y al que escucha banda o ranchero le dicen naco.


Para ser mexicano y sentirse orgulloso de ello, no es necesario andar de huipil y huaraches, ni ser un "radical" balín, para eso mejor me voy a Coyoacán, la Del Valle, la Condesa y la Roma, donde creen que porque van a tomar chelas a La Lagunilla y traen un libro bajo el brazo ya son regionales y que terminan siendo más una pose de moda radicalista. 

Para ser mexicano hay que tener orgullo y dignidad, ser solidario y buscar la unidad, sea cual sea el precio, pero lamentablemente sólo algunos y por sectores están dispuestos a pagarlo, obviamente también con la búsqueda de la mejora propia, eso tampoco es del todo correcto.


La mayoría espera que alguno de los personajes heroicos del cine gringo venga con su esplendorosa capa y nos salve de los malos de malolandia, pero mejor nos sentamos porque aquí ni el Chapulín Colorado nos va a salvar.

No sería de extrañarse el comentario que un amigo me hizo hace un par de días: "El día que la Selección Mexicana gane su pase al Mundial, ese día se aprobará la reforma fiscal". No lo dudo, porque papa gobierno sabe que a la mayoría pan y circo para poder seguir cogiéndonos bien y bonito, porque el que se levante siempre será tachado de alborotador.

Y lo mejor, que los mejores Judas están nuestro entorno, por eso no es raro el 15 de septiembre haber visto un Zócalo retacado. Nosotros hemos creado ese monstruo, tenemos lo que merecemos.

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