miércoles, 4 de septiembre de 2013

El oficio de los cínicos

Por: I. Fernán.

Me siento en el lugar necesario para expresar lo que pienso sobre el periodismo. Hace algunos años me enamoré de esta labor, consideré noble  “darle voz a los sinvoz”. Jamás imaginé que estudiar mi entonces pasión me haría desilusionarme tanto al grado de avergonzarme por lo que califiqué como mi verdadera vocación.

Pero todos, creo, nos hemos enamorado de las apariencias. ¿Qué aparenta el periodismo? Vende la ilusión de ser justo, aguerrido, veraz. Es, para muchos, la institución que castiga lo reprobable cuando las responsables no se han preocupado por hacerlo.

Hay que decir, claro, que el periodismo se define en gran parte por el medio y sus periodistas. Describir y unir estos dos rubros darán un producto desolador.

Me refiero al periodismo mexicano; puedo hablar de éste, es el que conozco. Cualquier libro especializado diría que el periodismo de otros países cojea de las mismas fallas, pero quizá no tan evidentes y cínicas como ocurre en este caso. En México los medios de comunicación pertenecen a grandes empresarios, gente con enorme adquisición económica y con gran poder.

Sé que al mencionarlo no estoy aportando nada nuevo, no obstante me atrevo a reafirmar que éstos están coludidos con las mafias y los intereses de unos cuantos. Además de todo, cabe recordar, los medios se dedican a hacerles creer a sus audiencias qué es lo novedoso, lo importante para mantenerse informado. Entonces,  ¿dónde queda el concepto aquel que describe al periodismo como preocupado por el bienestar social? ¿Quién sirve a quién?

A los medios se les reconoce por ser los que practican la libertad de expresión, son los “transparentes”, los veraces, los objetivos, los oportunos, los primeros en el lugar de los hechos, los galardonados, los aplaudidos, los imparciales, los justicieros de la verdad. Olvidamos o ignoramos que su información sólo es un esbozo, un trozo, de un hecho acontecido que, en muchas ocasiones, ni el reportero puede constatar que así se vivió.

Claramente ningún medio es objetivo por muy noble y honesto que sea; el medio mira desde su perspectiva y elige qué será trascendental, sin embargo lo que para mí es sustancial a otros les parecerá insulso. Pongamos las cosas en su lugar: la objetividad pertenece al objeto, los sujetos son subjetivos, no podría ser de otra forma.  

Asimismo se califican veraces, pueden serlo porque no mienten, pero de qué sirve una única verdad. “Luchan” por un argumento que despojan de su riqueza plural y la convierten en un lugar común, banal y pobre en contenido. Por eso, los medios bien pueden tener varios puntos a tratar: los medios y la información como mercancía; los medios y sus modos más convenientes de mirar y presentar la realidad; los medios y sus relaciones con los sectores más poderosos de un país cagado; los medios y sus temas violentos y mediocres; los medios y su capacidad para educar o manipular a sus audiencias; y un largo etcétera.

Lamentablemente la porquería no acaba ahí, crece y se expande en el segundo rubro: el de los periodistas. ¡Qué personas tan singulares son éstas! Quizá sean los responsables directos de legitimar las relaciones perversas que sostiene el periodismo.

Comienzo con el periodista en formación: las escuelas de periodismo están llenas de personajes que quieren protagonizar la película en la cual deben sortear innumerables dificultades para obtener una verdad. En ellas se encuentran a los futuros actores, modelos y famosos intelectuales. Esto representa el mayor de los problemas: a los estudiantes de comunicación y/o periodismo sólo les interesa perpetuar sus modelos tradicionales en cuanto a la difusión de información se trata. Sin saberlo, están conformes y ansiosos por enfrentarse al ámbito periodístico. Algunos de ellos están tan preparados para seguir este modelo, que buscan a un conocido que pueda filtrarlo a la empresa informativa. Aquellos que no poseen el contacto, aun demostrando potencial, quedan fuera.

Pero el ser más esplendoroso es el periodista en acción, éste ofrece su vida al medio que lo acepta para legitimar sus intereses. Su tarea se limita a informar lo que ni siquiera conoce, o conoce en limitadas condiciones, en veces porque no le interesa, en veces porque no tiene tiempo de comprenderlo y, en la mayoría de los casos, es un mero trasmisor del “hecho veraz”. Su lugar está en aquellas conferencias de prensa en las que un gafete le concede la inteligencia para preguntar cualquier tontería.

Disculparán que vea sólo el lado negativo, sé bien que existen otros personajes quienes, con mirada crítica, presentan y analizan la información. Mejor aún, existen seres que dejan de lado su nombre, sus creencias, sus afecciones y crean materiales. Esas obras, difíciles de clasificar, transforman la mirada de una sociedad engañada. Lamentablemente la mayor parte de estas personas no tienen una formación periodística. Qué curioso.

Soy honesta cuando acepto que en algún momento quise figurar y tener un nombre dentro de un medio de comunicación, pero soy humana si digo que me avergüenza escuchar al periodista orgulloso de opinar sobre algo que no ha analizado en realidad; me incomoda ver a periodistas tomándose fotografías para publicarlas en sus redes sociales y revelar que han estado en el lugar de los hechos o que estuvieron con el artista de moda. Valdría preguntarle a Kapuscinski: ¿en serio los cínicos no sirven para este oficio?

Confieso que me place decir que esta profesión, en las condiciones aquí presentadas, es más bien inútil.  Y me entristece pensar que “eso” fue alguna vez mi vocación. 

1 comentarios:

Interesante punto de vbista, ya lo compartí. Igual te dejo mi forma de ver las cosas. ¡Saludos!

http://letravierta.blogspot.mx/2013/09/el-carnet-no-hace-al-periodista.html