Por: I. Fernán.
Me siento en el
lugar necesario para expresar lo que pienso sobre el periodismo. Hace algunos
años me enamoré de esta labor, consideré noble
“darle voz a los sinvoz”. Jamás
imaginé que estudiar mi entonces pasión me haría desilusionarme tanto al grado
de avergonzarme por lo que califiqué como mi verdadera vocación.
Pero todos, creo,
nos hemos enamorado de las apariencias. ¿Qué aparenta el periodismo? Vende la
ilusión de ser justo, aguerrido, veraz. Es, para muchos, la institución que
castiga lo reprobable cuando las responsables no se han preocupado por hacerlo.
Hay que decir,
claro, que el periodismo se define en gran parte por el medio y sus
periodistas. Describir y unir estos dos rubros darán un producto desolador.
Me refiero al
periodismo mexicano; puedo hablar de éste, es el que conozco. Cualquier libro
especializado diría que el periodismo de otros países cojea de las mismas
fallas, pero quizá no tan evidentes y cínicas como ocurre en este caso. En México
los medios de comunicación pertenecen a grandes empresarios, gente con enorme
adquisición económica y con gran poder.
Sé que al
mencionarlo no estoy aportando nada nuevo, no obstante me atrevo a reafirmar
que éstos están coludidos con las mafias y los intereses de unos cuantos. Además
de todo, cabe recordar, los medios se dedican a hacerles creer a sus audiencias
qué es lo novedoso, lo importante para mantenerse informado. Entonces, ¿dónde queda el concepto aquel que describe
al periodismo como preocupado por el bienestar social? ¿Quién sirve a quién?
A los medios se les
reconoce por ser los que practican la libertad de expresión, son los
“transparentes”, los veraces, los objetivos, los oportunos, los primeros en el
lugar de los hechos, los galardonados, los aplaudidos, los imparciales, los justicieros
de la verdad. Olvidamos o ignoramos que su información sólo es un esbozo, un
trozo, de un hecho acontecido que, en muchas ocasiones, ni el reportero puede
constatar que así se vivió.
Claramente ningún
medio es objetivo por muy noble y honesto que sea; el medio mira desde su
perspectiva y elige qué será trascendental, sin embargo lo que para mí es
sustancial a otros les parecerá insulso. Pongamos las cosas en su lugar: la
objetividad pertenece al objeto, los sujetos son subjetivos, no podría ser de
otra forma.
Asimismo se
califican veraces, pueden serlo porque no mienten, pero de qué sirve una única
verdad. “Luchan” por un argumento que despojan de su riqueza plural y la
convierten en un lugar común, banal y pobre en contenido. Por eso, los medios
bien pueden tener varios puntos a tratar: los medios y la información como mercancía; los medios y sus modos más convenientes
de mirar y presentar la realidad; los medios y sus relaciones con los sectores
más poderosos de un país cagado; los medios y sus temas violentos y mediocres;
los medios y su capacidad para educar o manipular a sus audiencias; y un largo
etcétera.
Lamentablemente la
porquería no acaba ahí, crece y se expande en el segundo rubro: el de los
periodistas. ¡Qué personas tan singulares son éstas! Quizá sean los
responsables directos de legitimar las relaciones perversas que sostiene el
periodismo.
Comienzo con el
periodista en formación: las escuelas de periodismo están llenas de personajes
que quieren protagonizar la película en la cual deben sortear innumerables
dificultades para obtener una verdad. En ellas se encuentran a los futuros
actores, modelos y famosos intelectuales. Esto representa el mayor de los
problemas: a los estudiantes de comunicación y/o periodismo sólo les interesa perpetuar
sus modelos tradicionales en cuanto a la difusión de información se trata. Sin
saberlo, están conformes y ansiosos por enfrentarse al ámbito periodístico. Algunos
de ellos están tan preparados para seguir este modelo, que buscan a un conocido
que pueda filtrarlo a la empresa informativa. Aquellos que no poseen el
contacto, aun demostrando potencial, quedan fuera.
Pero el ser más esplendoroso
es el periodista en acción, éste ofrece su vida al medio que lo acepta para
legitimar sus intereses. Su tarea se limita a informar lo que ni siquiera conoce,
o conoce en limitadas condiciones, en veces porque no le interesa, en veces porque
no tiene tiempo de comprenderlo y, en la mayoría de los casos, es un mero
trasmisor del “hecho veraz”. Su lugar está en aquellas conferencias de prensa
en las que un gafete le concede la inteligencia para preguntar cualquier
tontería.
Disculparán que vea
sólo el lado negativo, sé bien que existen otros personajes quienes, con mirada
crítica, presentan y analizan la información. Mejor aún, existen seres que
dejan de lado su nombre, sus creencias, sus afecciones y crean materiales. Esas
obras, difíciles de clasificar, transforman la mirada de una sociedad engañada.
Lamentablemente la mayor parte de estas personas no tienen una formación
periodística. Qué curioso.
Soy honesta cuando
acepto que en algún momento quise figurar y tener un nombre dentro de un medio
de comunicación, pero soy humana si digo que me avergüenza escuchar al
periodista orgulloso de opinar sobre algo que no ha analizado en realidad; me
incomoda ver a periodistas tomándose fotografías para publicarlas en sus redes
sociales y revelar que han estado en el lugar de los hechos o que estuvieron
con el artista de moda. Valdría preguntarle a Kapuscinski: ¿en serio los
cínicos no sirven para este oficio?
Confieso que me place
decir que esta profesión, en las condiciones aquí presentadas, es más bien
inútil. Y me entristece pensar que “eso”
fue alguna vez mi vocación.
1 comentarios:
Interesante punto de vbista, ya lo compartí. Igual te dejo mi forma de ver las cosas. ¡Saludos!
http://letravierta.blogspot.mx/2013/09/el-carnet-no-hace-al-periodista.html
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