martes, 6 de agosto de 2013

Y si llegas, no te vayas a marear en un ladrillo

Por: B. Varglez.

El momento de decidir una carrera nos marcará de por vida, de ello comeremos, vestiremos y nos mantendremos; nuestro sustento laboral será el qué defina qué tipo de vida llevaremos. El momento de la elección no es fácil, y la tan mentada orientación vocacional por lo regular ni nos da un parámetro de qué estudiar, ni nos dice a qué nos enfrentaremos en sea la que sea la carrera que escojamos.

Es una realidad que al salir de la licenciatura muchos se sienten como perritos sin dueño, si es que no comenzaron a trabajar durante el desarrollo de la carrera. Será más fácil para aquellos que ya hayan tenido algunas pinceladas de aquello a lo que se iban a enfrentar en el enorme sector privado o público.

Las carreras siempre están saturadas, pocas son las que no tienen ese problemita, aparte de que también la preparación nunca acaba siempre y hay que actualizarse y tratar de ofrecer más que el otro. La competencia es una amarga sombra que nos quita el sueño y nos hace pensar en qué hacer para llegar a lograr el mejor puesto, el más alto, el que todos quieren.

Y es ahí donde empieza nuestro calvario: primero la búsqueda de trabajo. Antes de los 25 años por lo regular a la mayoría no les preocupa, simplemente pasan como chapulín brincando de uno a otro trabajo, hasta esperar a que llegue aquél que nos haga sentir completos, felices y que encima de todo nos paguen por hacer lo que es nuestra pasión.

Pero como citarían los clásicos ¡lástima, margarito! La experiencia acompañada de la cotización del IMSS y el desfile por varias empresas después de un amplio lapso laboral, te dejan caer la cruel realidad, y aquel ensueño en el que venías cuando apenas eras un estudiante se cae de golpe y porrazo.

Hoy en día, conseguir un empleo cuesta un huevo, y no un empleo de esos que hasta coche y viáticos te pagan, no, esos son más escasos y culeros de pescar. Yo me refiero a esos empleos de medio pelo, donde si te va bien ganarás cerca de siete mil u ocho mil pesos, eso ya con muchas, pero muchas ganas, porque los garbanzos de a libra sólo se dan de uno en diez.

El tiempo corre y con la edad se sabe que es necesario generar antigüedad en los empleos, porque no es bien visto que dures un mes o un año en un centro laboral: da desconfianza a los demás empleadores el que un trabajador no perdure. Pero asimismo te vas dando cuenta que tu ser se va minando conforme pasan los años y se queda uno en el mismo lugar: se perjudica la salud, se llega al aburrimiento, al estancamiento, pues obviamente no es fácil subir de puesto en una empresa porque nada es gratis en esta vida y si llegas a subir (según lo que he podido observar), estás condicionado a no incomodarte por lo que el patrón directo decida para ti.

Y que quede claro que esto no tiene nada que ver con que el trabajo te guste o te disguste, el estancamiento laboral es algo que vivimos todos los días, pues para llegar a “jefe” tienes que pasar un y mil pesares, o esperar a que se muera el que está en el puesto para que tú sigas, o bien lamer muchas patas para poder sentarte en esa silla que muchos desean pero que pocos son capaces de llenar.

Pero aquellos que buscan llegar a esa silla, deben saber que el ser jefe implica mucho: saber tratar al personal, apoyarlo como representante de ellos que eres, no permitir injusticias, no abusar de los que te producen más, dejar a un lado el nepotismo y no sólo darle oportunidad a los que le caen bien o son sus allegados, o a los que no le representan un problema, es decir, los grilleros, inconformes y que exigen lo que les toca o señalan injusticias, esos, esos olvídenlo, porque para esos no hay avances, esos, al contrario, siempre serán señalados de malos empleados.

Porque una cosa es cierta: podremos decir que somos radicales, que estamos en contra de la corrupción, de EPN y de las arañas o lo que gusten y manden, pero todas, absolutamente todas las teorías se caen cuando llegas a un centro laboral, ves injusticias para ti y para los demás y no dices nada, todos callados y conformes, aunque por detrás todos o la gran mayoría hablan pestes de su empresa y piensan en un y mil formas de sabotearla, de buscar que den lo justo y a la hora de la verdad terminan siendo dos o tres los que siguen saltando y los demás quedan sumergidos detrás de sus computadoras calladitos y quietecitos.

La mayoría prefiere seguir la farsa de “estamos a gusto y estamos conformes”, aunque en el fondo se sepa que no. Aunque cabe mencionar que el lamer botas a algunos les funciona, igual mandar una carta a tu gerente y decirle todo lo que quiere escuchar: “que se trabaja en la mejor empresa y que el trabajo que se hace es esencial y es importante”, eso es un buen tip, tomen nota, porque he visto enormes grilleros caer por un ansiado puesto y más salario.

Por eso aquel dicho “de lengua me como un taco” es más que cierto.

No es espantar a aquellos que apenas van saliendo del cascarón y que esperan encontrar un empleo lindo y bien pagado. Sí los hay pocos, pero los hay, el chiste es dar con ellos. A veces el tiempo, la responsabilidad y los gastos no nos permiten ensimismarnos en esa búsqueda, porque las deudas no se pagan solas.

También hay que considerar que no sólo en el sector público se da el compadrazgo, en el privado también cualquier hijo de papi educado en el TEC, la Ibero, la Anáhuac, etcétera, tienen asegurado su puesto, pues están nacidos en cunas de oro con el dedo del mandato y los demás sus lacayos.

La orientación vocacional, repito, nos debería de orientar, pero hacia la vida, hacia cómo seremos tratados allá afuera, a los desplantes y los topes que nos daremos por mucho conocimiento que se tenga. Pero sobre todo nos debería de preparar y orientar para no perder la dignidad, ni los ideales por unos cuantos pesos que sí sanan la cartera, pero destruyen el alma y construyen gente ojete, que aunque vino de los de abajo se les olvida que alguna vez también estuvieron de ese lado.

Es difícil de aceptar, pero las generaciones laborables estamos hechas para ser mandados y obedecer, y el borrego que se salga del corral, del sistema, no tendrá su bono a fin de año. Así que tú decides qué quieres ser: un hombre o una mujer digno, o un empleado farsante pero con mejor puesto y más varo en la bolsa.

En un mundo de tiburones, es difícil que los peces quieran pasar por el temor a ser almorzados o en su defecto a recibir un finiquito.

Que viva el sistema y las reformas, porque no se ve que a muchos les disguste, por lo menos hacen feliz al sector empresarial y eso ya es algo.

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