Por: B. Varglez.
¿A cuántos les
gustan los días soleados con un clima de esos caribeños donde el sol pega en el
cuerpo y se sienten los rayos en todo su esplendor? La neta no es ser amargado,
pero a mí no, ¿por qué?, porque no hay nada más horrible que el calorón en los
transportes públicos de la ciudad de México.
No es ser mamón,
pero de plano ya bastante aguantamos los seres humanos en el Metro, microbuses
y Metrobús, con la gama de olores, los arrimones (que ni un café invitan); los
enfrenones que dan las unidades por conductores que parece que lo hacen adrede
para que uno se dé tirones de cuello, con tener que viajar apretados como
salchichas, aguantando el retraso de las unidades en horas pico, de entre muchas
otras preciosidades que vivimos a diario.
Me encabrona cuando
la secretaria del Medio Ambiente, Tanya Müller, se llena la boca diciendo que
se debe fomentar el uso de la bicicleta y del transporte público para mejorar
la calidad del aire en el DF. Aclaro que no estoy en contra de dichas medidas,
claro que no, tendría que estar mal para creer que el fomentar el ejercicio y
la cultura del transporte vial es un daño a la sociedad.
El problema que veo
son las condiciones. No somos una ciudad de primer mundo que ofrezca un
transporte de calidad o que cuente con pequeñas distancias para poder
trasladarnos en bici a las escuelas o centros de trabajo. Lamentablemente
también hay que reconocer que cada vez el clima vale más madre, porque nosotros
mismos tenemos la culpa del calentamiento global, pero eso es harina de otro
costal.
La cuestión aquí es
que la mancha urbana cada día crece más y más, y no podemos pedirle a alguien
que vive en Ecatepec, que va de traje a la oficina hasta Polanco, y entre
calores y lluvias tenga que treparse en una bicicleta para que se traslade a su
chamba; el pobre individuo llegaría más que sudado y con la corbata en el
manubrio de las tres horas que se echaría cuando menos desde su casa hasta su
centro laboral. Y lo siento, pero el sudor y el agotamiento sólo se disfrutan
en momentos sexuales.
Ahora bien, muchos
dirán “oye, pero se puede cargar la bici en el Metro o Tren Ligero, Metrobús o
Tren Suburbano”. También les tengo una respuesta: ¡no chinguen! Sí estaría
súper chido, pero en primera no todos los días se puede meter la bici en estos
medios de transporte; en segunda, si se pudiera, no manchen, o entra la bici o
entran cinco o seis gentes porque recordemos lo ya dicho: los transportes en
horas pico van hasta la madre.
Ahora bien, el
automóvil tampoco es andar en un lecho de rosas. Aparte de caro y altamente
contaminante, hay que chutarse las horas eternas en el tráfico que se pone pero
retebonito en avenidas como Insurgentes, Circuito, Periférico, Tlalpan, o sea,
en todas como para jalarse los pelos (sí, señores, "los pelos"),
además de que no hay suficientes lugares de estacionamiento en las colonias
donde están los zonas de oficinas, porque de andar pagando parquímetros o
estacionamientos, todos preferimos mejor echarnos una gordita de chicharrón
bien servida.
Y que no me jodan,
porque la ampliación del Hoy No Circula a todos, absolutamente a todos los
autos, sean nuevos o viejos, es nomás para sacar más varo nuestras queridas
autoridades del Distrito Federal que nos quieran marear con que es por el bien
del medio ambiente.
Como dicen: “De
buenas intenciones está formado el camino al infierno”.
Lo que se necesita
es realmente una buena infraestructura en todo nuestro sistema de transporte,
no es nada más poner líneas a lo pendejo. La verdad la Línea 12, que corre de
Mixcoac a Tláhuac es buena, es la única en la que realmente he sentido que mis
tres pesos son bien invertidos. Porque ahí va otra, que dejen de restregarnos
en la cara que el boleto es barato comparado con el resto del mundo.
Obvio, por dios, no
podría ser más caro, el servicio no lo vale y aparte los sueldos no dan para
que suba, ni el Metro, ni el Metrobús, ni los micros.
Lamentablemente
ninguno de los transportes que usamos se rescata, porque el que tenga que decir
algo a favor de los microbuseros es porque ahí está su fuente de trabajo, pero
es de lo más deplorable ver que las unidades están totalmente destruidas,
manejadas por jovencitos que son un asco al volante porque se la viven echando
carreras, manoseando a "la reinita", subiéndole a su asquerosa música
(perdón si les gusta el reggaeton); andan en todo menos en lo que deben de
hacer, que es además su trabajo y responsabilidad: el dar un buen servicio a
los que tienen que sufrir ese infierno.
Por eso he llegado
a la conclusión de que es más fácil que reviente el mundo tal y como lo
conocemos, a que dejemos de padecer con los transportes públicos en nuestro
bonito Distrito Federal.
No nos queda más
que seguir quejándonos en bola para ver si así alguna autoridad en realidad nos
hace caso y deja de andar haciéndole al payaso, según preocupados en el tema de
la seguridad, porque con eso sólo intentan que se nos olviden las cosas que
realmente a los ciudadanos nos interesan, de entre muchos otros temas que nos
aquejan.
Esto sólo es la
punta de la madeja enredada que es la capital de nuestro Mexiquito querido.
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