Por: Gustavo Y.
«El camino nunca es como se quiere»,
decía el imbécil de Julián. Y cómo iba ser así si estábamos pasando por una
carretera hecha añicos, destruida, horrible. Íbamos a visitar al buen Armando,
el mejor amigo para pasar el rato. En la ciudad no teníamos nada que hacer y
por lo tanto una visita fugaz a aquel hombre nos caería bien.
Tomamos la carretera libre para San
José. No teníamos mucho dinero para pagar una autopista que nos ahorrara una
hora, necesitábamos matar tiempo y una hora en auto era asesinarlo sin culpa
alguna. En el trayecto consumimos más cervezas. Charlamos de algunas cosas de
interés personal y sobre todo disfrutábamos del ambiente.
Julián se quejaba por la rudeza de la
carretera, mas no le prestaba mucha atención. Dejaba que se consumiera en sus
criticas, en sus reclamos a todo aquello que le molestaba y eso eran miles de
cosas, ya había aprendido a ignorarlo.
Al llegar a casa de Armando nos
percatamos que ya no vivía más ahí. Unos niños jugaban en el jardín y Armando
nunca tuvo hijos, ni siquiera era bueno con ellos. Recuerdo la vez en que
golpeó a un pequeño en la playa porque no lo dejaba escuchar las olas, «Anda,
pequeño idiota, lárgate con tu madre y deja de estar molestando a las personas
importantes», el pequeño se alejó con lagrimas en el rostro, Armando ni
siquiera se inmutó.
Estacionados frente a la antigua casa de
Armando, le pedí a Julián que preguntara a la familia sobre el paradero de los
antiguos inquilinos. Bajó con desgano, se acercó a la puerta e interrogó a los
infantes. Regresó rápidamente y me informó que, según los niños, el señor que
vivía ahí había muerto. No le creí, lo mandé al diablo, lo mandé a que fuera
directamente con los padres de aquellos mocosos infelices, cómo se atrevían a
jugar con la muerte de un ser querido.
Julián volvió a la casa. Pasó el jardín
como si fuese el dueño y tocó a la puerta. De lejos vi a un hombre barbudo recibirlo.
Después de algunas palabras hizo entrar a Julián. Qué iba a ser ahora aquel
mozalbete, pasar a una casa cuando simplemente iba a pedir información sobre el
antiguo habitante de ese viejo hogar.
Después de una hora… tal vez dos, vi
salir a Julián de la casa. Le pregunte el porqué de la tardanza. Me respondió
con una sonrisa en el rostro que Armando había muerto y que los señores
Hernández eran buenas personas. No me importaba si los Hernández eran los
mejores de la colonia o del mundo entero, quería saber el paradero de Armando
para continuar con nuestra fiesta. «Está muerto, Antonio. Entiende. Los señores
no dijeron más, ni siquiera la causa. Si no me crees ve y pregunta tu mismo».
No iba a salir del auto, estaba bastante
borracho como para caminar hasta aquella puerta. Pensé un momento sobre el
verdadero paradero de Armando. Dónde podría estar ese hijo de puta. ¿Cuánto
dinero deberá para querer dejar este lugar? ¿Por qué dicen que está muerto?
Arranqué el sucio y viejo carro.
Necesitábamos pensar más tranquilamente sobre el paradero de Armando. «Vamos a
la playa. De aquí hacemos una hora, tal vez menos» le dije a Julián. Aceptó sin
reparo. Ahí íbamos otra vez a la carretera. Con un destino: la playa. Tal vez
Armando estuviera viviendo por allá, tal vez era verdad lo de su muerte. Quién
podrá saberlo… yo no… bueno, al final, el pendejo de Armando es el que se lo pierdía.
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