jueves, 16 de mayo de 2013

Dos tristezas, una alegría


Por: Martín Soares. 

Si lloras debes esconderte. Al parecer las lágrimas no son bien vistas en este mundo de valientes y valientas. Una lágrima no se debe derramar a la vista de todos y lo mejor es ocultarse, ya sea tras una máscara de felicidad o tras las manos que parecen pañuelos hechos especialmente para eso. He visto llorar a miles de personas, me gusta ver los mocos escurrir, las lágrimas brotar y los gritos fluir. Es tan maravilloso ver a alguien limpiarse la combinación de fluido nasal con fluido ocular en un hombro ajeno.

Tal vez pienso de más en la tristeza últimamente. Aunque también cabe aclarar que ésta me ha estado siguiendo de cerca. Intento alejarla con una patada de odio, suelto algunas veces manotazos para ahuyentarla, pero me sigue como si fuera necesario hacerme sufrir más de la cuenta. Algunos compañeros a los cuales les he platicado de mi situación, dicen que se debe al karma. Algo malo he de haber hecho anteriormente para que esté pagando con desgracia. Pienso en el karma y la verdad es que en toda mi vida no he sido un santo. Soy más bien un pendejo, inútil, insensible, estúpido, inhumano y demás adjetivos, por lo tanto si la ley del karma existiera tal vez estoy pagando a crédito.

Me preocupó bastante la persecución de la tristeza cuando vi a una chica llorar. Bueno, había ocasiones en las cuales veía una película y me sentía conmocionado por la trama. Deseaba salir para evitar el sufrimiento de la protagonista. En otra ocasión, al terminar de leer un libro, me sentí abandonado cuando el héroe moría a causa de una enfermedad. Realmente algo de tristeza me perseguía y nada podía hacer. Cuando por fin me había decidido a mandar al diablo todo, entré a esa oficina donde la recepcionista estaba llorando.

A esa mujer la conozco de hace poco tiempo. Siempre tengo que ir a visitar al señor Katsumi para entregarle ciertos documentos. Su oficina se encuentra en el piso 35. Antes odiaba visitar el lugar porque todos los trabajadores de por ahí creen que hacen girar al mundo. Vamos, que son imprescindibles para todos los ciudadanos. La verdad es que son unos esclavitos felices, sólo eso.

El señor Katsumi se alejaba de esa clasificación y tal vez muchos más. Katsumi es un hombre respetuoso y sencillo. Casi siempre hablamos de alguna cosa intrascendente antes de pasar a los asuntos mayores. También esa mujer, la recepcionista, no parecía ser una esclava feliz. El poco tiempo que la conocía me daba la impresión de que era una chica dedicada a su trabajo. De aquellas personas que saben que para vivir hay que trabajar, que no hay otra opción.

Siempre recibía a las personas con una sonrisa muy simpática. La verdad es que ella no se me hacía guapa hasta aquel fatídico día cuando la vi llorar. Entré como de costumbre a la oficina. Saludé a los esclavitos felices que esperaban en la sala. Me dirigí a la recepcionista y fue ahí cuando alzó sus ojos cubiertos por la tristeza. Vi perfectamente cómo una lágrima resbalaba directo a su boca. Se metió la lágrima en esos labios que antes me parecían invisibles e inservibles.

Como pudo se limpió el rostro. Agachó la cabeza y enseguida buscó el número de extensión del señor Katsumi. Me registré en la lista de acceso, pero entre letra y letra intentaba ver su rostro. Quería saber qué pasaba por su cabeza, ver que la hermosura puede ser más interesante cuando se encuentra bajo las lágrimas de la tristeza. Terminé de registrarme y me fui a sentar con los esclavos felices. Ella seguía con su trabajo y el rostro gacho.

Luego de cinco minutos me llamó por mi nombre y me dijo que el señor Katsumi estaba ya en su oficina. Pasé y me le quedé viendo. No había más lágrimas en ese rostro. Al parecer no buscaba el número de extensión, sino que intentaba secar las huellas de la inundación. Su rostro seco y su sonrisa de siempre estaban ahí, pero los ojos aún mostraban un dejo de tristeza. Su trabajo consiste en mostrar una cara sonriente, la sociedad le dice que las lágrimas son para esconderse y ella al parecer aceptaba dichas reglas.

Por fin la veía como un ser humano y no como una belleza tras mostrador. Antes pensaba que era una esclavita más, o mejor dicho, una doble esclava: del trabajo y de su belleza, pero ahora cambiaba todo mi pensamiento y la veía como un ser humano dedicado al sufrimiento y a la desdicha, pero que de vez en cuando tiene felicidades donde las lágrimas también brotan y que se parecen bastante a las que había derramado en este fatídico día donde algo, algo malo habría pasada porque sus ojos no daban destellos de puta alegría.

Aún la continúo viendo de vez en cuando. Cuando visito al señor Katsumi me siento un poco alegre. Al entrar ella también lanza una sonrisa diferente o tal vez me quiero imaginar eso. He pensado seriamente en invitarla a salir. Ir por un café y preguntarle sobre lo que ese día le pasó. Hablar de sus desdichas y de las mías porque así dos tristezas tal vez puedan formar una alegría. 

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