Por: Martín Soares.
Si lloras debes
esconderte. Al parecer las lágrimas no son bien vistas en este mundo de
valientes y valientas. Una lágrima no
se debe derramar a la vista de todos y lo mejor es ocultarse, ya sea tras una
máscara de felicidad o tras las manos que parecen pañuelos hechos especialmente
para eso. He visto llorar a miles de personas, me gusta ver los mocos escurrir,
las lágrimas brotar y los gritos fluir. Es tan maravilloso ver a alguien
limpiarse la combinación de fluido nasal con fluido ocular en un hombro
ajeno.
Tal vez pienso de más
en la tristeza últimamente. Aunque también cabe aclarar que ésta me ha estado siguiendo
de cerca. Intento alejarla con una patada de odio, suelto algunas veces
manotazos para ahuyentarla, pero me sigue como si fuera necesario hacerme
sufrir más de la cuenta. Algunos compañeros a los cuales les he platicado de mi
situación, dicen que se debe al karma. Algo malo he de haber hecho
anteriormente para que esté pagando con desgracia. Pienso en el karma y la
verdad es que en toda mi vida no he sido un santo. Soy más bien un pendejo,
inútil, insensible, estúpido, inhumano y demás adjetivos, por lo tanto si la
ley del karma existiera tal vez estoy pagando a crédito.
Me preocupó bastante la
persecución de la tristeza cuando vi a una chica llorar. Bueno, había ocasiones
en las cuales veía una película y me sentía conmocionado por la trama. Deseaba salir
para evitar el sufrimiento de la protagonista. En otra ocasión, al
terminar de leer un libro, me sentí abandonado cuando el héroe moría a causa de
una enfermedad. Realmente algo de tristeza me perseguía y nada podía hacer.
Cuando por fin me había decidido a mandar al diablo todo, entré a esa oficina
donde la recepcionista estaba llorando.
A esa mujer la conozco
de hace poco tiempo. Siempre tengo que ir a visitar al señor Katsumi para
entregarle ciertos documentos. Su oficina se encuentra en el piso 35. Antes
odiaba visitar el lugar porque todos los trabajadores de por ahí creen que
hacen girar al mundo. Vamos, que son imprescindibles para todos los ciudadanos.
La verdad es que son unos esclavitos felices, sólo eso.
El señor Katsumi se
alejaba de esa clasificación y tal vez muchos más. Katsumi es un hombre
respetuoso y sencillo. Casi siempre hablamos de alguna cosa intrascendente
antes de pasar a los asuntos mayores. También esa mujer, la recepcionista, no
parecía ser una esclava feliz. El poco tiempo que la conocía me daba la
impresión de que era una chica dedicada a su trabajo. De aquellas personas que
saben que para vivir hay que trabajar, que no hay otra opción.
Siempre recibía a las
personas con una sonrisa muy simpática. La verdad es que ella no se me hacía
guapa hasta aquel fatídico día cuando la vi llorar. Entré como de costumbre a
la oficina. Saludé a los esclavitos felices que esperaban en la sala. Me dirigí
a la recepcionista y fue ahí cuando alzó sus ojos cubiertos por la tristeza. Vi
perfectamente cómo una lágrima resbalaba directo a su boca. Se metió la lágrima
en esos labios que antes me parecían invisibles e inservibles.
Como pudo se limpió el
rostro. Agachó la cabeza y enseguida buscó el número de extensión del señor
Katsumi. Me registré en la lista de acceso, pero entre letra y letra intentaba ver su rostro. Quería saber qué pasaba por su cabeza, ver que la
hermosura puede ser más interesante cuando se encuentra bajo las lágrimas de la
tristeza. Terminé de registrarme y me fui a sentar con los esclavos felices.
Ella seguía con su trabajo y el rostro gacho.
Luego de cinco minutos
me llamó por mi nombre y me dijo que el señor Katsumi estaba ya en su oficina.
Pasé y me le quedé viendo. No había más lágrimas en ese rostro. Al parecer no buscaba
el número de extensión, sino que intentaba secar las huellas de la inundación.
Su rostro seco y su sonrisa de siempre estaban ahí, pero los ojos aún mostraban
un dejo de tristeza. Su trabajo consiste en mostrar una cara sonriente, la
sociedad le dice que las lágrimas son para esconderse y ella al parecer
aceptaba dichas reglas.
Por fin la veía como un
ser humano y no como una belleza tras mostrador. Antes pensaba que era una esclavita más, o mejor dicho, una doble esclava: del trabajo y de su belleza,
pero ahora cambiaba todo mi pensamiento y la veía como un ser humano dedicado
al sufrimiento y a la desdicha, pero que de vez en cuando tiene felicidades
donde las lágrimas también brotan y que se parecen bastante a las que había
derramado en este fatídico día donde algo, algo malo habría pasada porque sus
ojos no daban destellos de puta alegría.
Aún la continúo viendo
de vez en cuando. Cuando visito al señor Katsumi me siento un poco alegre. Al
entrar ella también lanza una sonrisa diferente o tal vez me quiero imaginar
eso. He pensado seriamente en invitarla a salir. Ir por un café y preguntarle
sobre lo que ese día le pasó. Hablar de sus desdichas y de las mías porque así
dos tristezas tal vez puedan formar una alegría.
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