jueves, 28 de marzo de 2013

La Cécité

Por: La Mort D'une Lune.

Censuraron el paisaje de mis ojos, de esos que podía mirar tan palpablemente, ahora  no distingo ni los colores de los aromas, ni la presencia tan simple de un ángel o un demonio. Es como vivir en una profunda ceguedad, en la cual los sonidos astrales de las esferas estelares te guían y guían tus pies, y ese tintineo casi imperceptible e invisible para los oídos se hace cada vez presente. La Dama de Plata me intercepta de inmediato con ese canto tan suyo, sentada cada noche en ese mismo lugar esperando a que le mire.

Si censuraron mis ojos, ya paisajes no puedo ver, pero aun así puedo ver y sentir con mis oídos, pues son la segunda ventana de mi alma. Podré vivir sin ver, pero ¿dejar de escuchar los cantos astrales? Si fuere así tal vez la vida monótona me sepa a nada.

El sonido del silencio besa mis oídos, puedo desde aquí, sentada encima de la nada, apreciar que hay cierta armonía en ese silencio que no se compara con ningún paisaje que mis ojos hayan apreciado alguna vez jamás; puedo escuchar lo divino de la Falsedad y la Mentira que de las personas discurren como agua, ese sonido tan agridulce y fascinante que de alguna manera seduce y se convierte en hostilidad y amargo que alimenta a los despechados.

Nada, nada tan tranquilo como el escuchar las flores ondeándose y bailando al compás del viento….mismo viento que se lleva las palabras y promesas de eternidad e ilusión  que un día se aferraron y echaron raíces, raíces débiles.

Nada como el sonido mudo y aterrador de una desconfianza que crece primero desde las paredes de los pensamientos que las mismas personas crean para martirio de sí mismos, y que a la vez intentan desechar.

He aprendido a escuchar el corazón perturbado de dos estatuas amándose y odiándose y probablemente sea aquél su único romance antes de que sean destruidas por el paso del tiempo o por las manos del hombre; pero también puedo escuchar los gemidos aterradores de las enfermedades que anidan las personas en sus entrañas, mientras ellas mismas, pacíficamente, sin darse cuenta de nada, se disponen a disfrutar lo poco que les queda de vida y lentamente va llegando la desesperanza y un lecho con mortajas frías.

Si he perdido la vista, no puedo apreciar ni los paisajes, ni la belleza de los colores, ni las flores… a cambio puedo percibir los sonidos mudos que el mundo deja fluir delicadamente; así puedo entender en silencio, el devenir de las cosas, realidad que no puedo cambiar casi nunca, o que simplemente tengo que aceptar tal cual y dejar que venga a mí.

Así que no me arrepiento de ser una persona ciega a la cual le arrebataron la dicha de ver, porque aún puedo ver con mis oídos.

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