Por: Martín Soares.
La semana pasada mi exmujer me
telefoneó. Era sábado en la tarde, veía la televisión, cuando escuché el
teléfono sonar. No me gusta atender las llamadas, por lo regular dejo que pique
y repique el teléfono hasta que se cansen. Está ocasión no se cansaron.
Al levantar la bocina me
sorprendió escuchar su voz. Me saludó con un “hola, Martín”, como si el tiempo
no hubiera pasado, como si se hubiera ido por la mañana al trabajo. Con esa
misma confianza le respondí, total, la conozco de muchos años y sus últimas
aventuras ya me tienen sin mucho cuidado.
Luego del saludo, de inmediato
soltó el porqué de la llamada. Su novio la había mandado al carajo. A mí no me
importa su vida actual y no sabía por qué me hablaba. Nunca le conté de mis
aventuras amorosas, ni siquiera la busqué para felicitarla el día de su
cumpleaños o navidad o año nuevo. Nuestra relación se terminó y se terminó.
Aunque un par de veces nos vimos para tener sexo.
Cuando la conocí, alrededor de
los dieciocho años, el sólo hecho de verla me ponía la tranca dura.
Desde esa edad comenzamos nuestras aventuras sexuales. Lo hicimos en todos los
lugares que visitamos. En cada rincón de la casa de su madre, de mi madre y
luego en la nuestra. Sin investigar posiciones sexuales, practicábamos un gran
repertorio. El sexo fue lo mejor del matrimonio. Estábamos hechos para eso.
Cuando me anunció que se iba con
otra persona no tuve tiempo de sentirme mal. Realmente siempre he evitado tener
tiempo para preocuparme por tonterías. El amor es una mal con el cual el hombre
debe convivir para crecer. Exactamente igual que las enfermedades.
Después de contarme su reciente
rompimiento, comenzó a rememorar nuestra vida pasada. Extrañaba, supuestamente,
muchísimas cosas. Los desayunos en la cama, la güeva dominguera, los viajes al
pueblo de su abuela, las visitas a casa de mi madre. Casualmente estos mismos
tópicos los había esgrimido cuando se fue, esas visitas, esos días de flojera
la tenían harta. Ella quería conocer el mundo, y compartir el tiempo con un
sedentario no le satisfacía.
La escuché por respeto y porque
le tengo un gran aprecio. Me ayudó mucho en los momentos difíciles y compartir
un pedazo de vida con otra persona siempre genera ese sentimiento. Sólo asentía
a sus remembranzas, no aumentaba más datos porque sabía, muy dentro de mí, hacia
dónde iba.
Veinte minutos después del
soliloquio llegó a inquirir sobre mi presente. Le comenté que todo seguía
igual. Que no soy un hombre interesante. Que no intento modificar muchos mis hábitos.
Que mis amigos seguían ahí y mi trabajo y mi familia, en general mi vida estaba igual. También, de manera indirecta, me preguntó si tenía alguna
relación sentimental. Le dije la verdad.
No había vuelto a enamorarme
después de ella. A quién le gusta enfermarse una y otra vez, sólo a un
masoquista. El amor, repito, es una enfermedad que forzosamente debemos
experimentar al menos una vez en la vida. Depende de nosotros si deseamos
continuar cayendo en lo mismo una y otra vez o cuidarnos para no pisar el
terreno de las dolencias crónicas.
Me gusta el enamoramiento. La
gripa antes de la pulmonía. En éste es posible disfrutar la vida sin
preocupación, sólo con precaución. Se va a tientas buscando el placer de caer
rendido a la cama, de soñar que el día de mañana será mejor a base de un beso,
de un poco de sexo; de los antibióticos para no llegar al punto máximo de la
enfermedad. Lo que pase después es responsabilidad de cada uno.
Mi exesposa me dijo que seguía
siendo el mismo lindo y raro sujeto. Tenía ganas de verme para platicar con una
taza de café y un par de cigarros. Le comenté que la siguiente semana tendría
un día libre. No saldría con los amigos ni iría con mi madre. Acordamos que
llegaría a mi casa a las ocho de la noche para ese café.
Le colgué y continué haciendo mis
cosas. Vi la televisión otro rato más y luego me dispuse a salir a caminar un
poco por el parque. En ese recorrido entendí que mi exesposa estaba
desesperada. Me buscaba para encontrar un poco de consuelo… de sexo. No me
podría negar a su decisión ya que siempre tuvimos excelentes momentos en la
cama.
Los dos estamos hechos para el
sexo. Nos entregábamos de una manera especial y única que con otras parejas, al menos yo, nunca he logrado alcanzar. Lo mejor será disfrutar el momento que se avecina. Tomarla
como una enferma que va en busca de un remedio. También necesito un poco de
medicina contra esta vida que cada vez me patea los cojones con mayor fuerza. Nos encamaremos y esperaremos el resultado. Nunca está de más sudar
un poco para aliviar el maltrecho organismo.
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