martes, 12 de marzo de 2013

Enfermedades que matan


Por: Martín Soares.

La semana pasada mi exmujer me telefoneó. Era sábado en la tarde, veía la televisión, cuando escuché el teléfono sonar. No me gusta atender las llamadas, por lo regular dejo que pique y repique el teléfono hasta que se cansen. Está ocasión no se cansaron.

Al levantar la bocina me sorprendió escuchar su voz. Me saludó con un “hola, Martín”, como si el tiempo no hubiera pasado, como si se hubiera ido por la mañana al trabajo. Con esa misma confianza le respondí, total, la conozco de muchos años y sus últimas aventuras ya me tienen sin mucho cuidado.

Luego del saludo, de inmediato soltó el porqué de la llamada. Su novio la había mandado al carajo. A mí no me importa su vida actual y no sabía por qué me hablaba. Nunca le conté de mis aventuras amorosas, ni siquiera la busqué para felicitarla el día de su cumpleaños o navidad o año nuevo. Nuestra relación se terminó y se terminó. Aunque un par de veces nos vimos para tener sexo.

Cuando la conocí, alrededor de los dieciocho años, el sólo hecho de verla me ponía la tranca dura. Desde esa edad comenzamos nuestras aventuras sexuales. Lo hicimos en todos los lugares que visitamos. En cada rincón de la casa de su madre, de mi madre y luego en la nuestra. Sin investigar posiciones sexuales, practicábamos un gran repertorio. El sexo fue lo mejor del matrimonio. Estábamos hechos para eso.

Cuando me anunció que se iba con otra persona no tuve tiempo de sentirme mal. Realmente siempre he evitado tener tiempo para preocuparme por tonterías. El amor es una mal con el cual el hombre debe convivir para crecer. Exactamente igual que las enfermedades.

Después de contarme su reciente rompimiento, comenzó a rememorar nuestra vida pasada. Extrañaba, supuestamente, muchísimas cosas. Los desayunos en la cama, la güeva dominguera, los viajes al pueblo de su abuela, las visitas a casa de mi madre. Casualmente estos mismos tópicos los había esgrimido cuando se fue, esas visitas, esos días de flojera la tenían harta. Ella quería conocer el mundo, y compartir el tiempo con un sedentario no le satisfacía.

La escuché por respeto y porque le tengo un gran aprecio. Me ayudó mucho en los momentos difíciles y compartir un pedazo de vida con otra persona siempre genera ese sentimiento. Sólo asentía a sus remembranzas, no aumentaba más datos porque sabía, muy dentro de mí, hacia dónde iba.

Veinte minutos después del soliloquio llegó a inquirir sobre mi presente. Le comenté que todo seguía igual. Que no soy un hombre interesante. Que no intento modificar muchos mis hábitos. Que mis amigos seguían ahí y mi trabajo y mi familia, en general mi vida estaba igual. También, de manera indirecta, me preguntó si tenía alguna relación sentimental. Le dije la verdad.

No había vuelto a enamorarme después de ella. A quién le gusta enfermarse una y otra vez, sólo a un masoquista. El amor, repito, es una enfermedad que forzosamente debemos experimentar al menos una vez en la vida. Depende de nosotros si deseamos continuar cayendo en lo mismo una y otra vez o cuidarnos para no pisar el terreno de las dolencias crónicas.

Me gusta el enamoramiento. La gripa antes de la pulmonía. En éste es posible disfrutar la vida sin preocupación, sólo con precaución. Se va a tientas buscando el placer de caer rendido a la cama, de soñar que el día de mañana será mejor a base de un beso, de un poco de sexo; de los antibióticos para no llegar al punto máximo de la enfermedad. Lo que pase después es responsabilidad de cada uno.

Mi exesposa me dijo que seguía siendo el mismo lindo y raro sujeto. Tenía ganas de verme para platicar con una taza de café y un par de cigarros. Le comenté que la siguiente semana tendría un día libre. No saldría con los amigos ni iría con mi madre. Acordamos que llegaría a mi casa a las ocho de la noche para ese café.

Le colgué y continué haciendo mis cosas. Vi la televisión otro rato más y luego me dispuse a salir a caminar un poco por el parque. En ese recorrido entendí que mi exesposa estaba desesperada. Me buscaba para encontrar un poco de consuelo… de sexo. No me podría negar a su decisión ya que siempre tuvimos excelentes momentos en la cama.

Los dos estamos hechos para el sexo. Nos entregábamos de una manera especial y única que con otras parejas, al menos yo, nunca he logrado alcanzar. Lo mejor será disfrutar el momento que se avecina. Tomarla como una enferma que va en busca de un remedio. También necesito un poco de medicina contra esta vida que cada vez me patea los cojones con mayor fuerza. Nos encamaremos y esperaremos el resultado. Nunca está de más sudar un poco para aliviar el maltrecho organismo.   

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