martes, 29 de enero de 2013

Realidades diferentes


por El Doctor Pluma

Entró al vagón del metro, que en ese momento estaba relativamente vacío. El olor que desprendía su cuerpo era más que obvio: solvente, cemento, droga barata, droga accesible, droga de esquina.

Tan pronto cerraron las puertas, ella cayó al piso, se acomodó como pudo en un espacio y cubrió su cabeza con un suéter delgado que serviría como el único telón que le protegería de las miradas obscenas que la demás gente, el obsceno público, lanzaba como si tuvieran el derecho nato de hacerlo.

Mientras intentaba contener la molestia por esa reacción tan petulante de la gente, mi mente era asaltada por una serie de preguntas, todas ellas estúpidas para una ocasión como ésta.

¿Qué tantas cosas ocurren bajo ese suéter negro en el que la mujer se guarece casi con una desesperación aberrante?, ¿estará llorando porque por fin ha caído en cuenta que su situación es deplorable y triste?, ¿acaso intenta extraer las últimas gotas de aquel vicio que le carcome la garganta?, ¿o tal vez trata de reventarse aquella nariz que está cansada de inhalar cemento, inhalar el aire de los vivos, el aire de esta sociedad donde resulta que nadie se atreve a asumir sus fallos?

Llegamos a la siguiente estación, el vagón ya se llena y ella no se mueve; sé que está viva porque de vez en vez lanza pequeños alaridos, puede que tenga frío, tal vez tiene hambre o sed, o simplemente está cansada, incómoda o le duele saberse y encontrarse en un estado tal.

¿Pero qué diferencia hay entre ella y las demás personas? Tal vez alguien que la observa con desdén tenga la misma sed o sienta de igual forma cómo la crueldad del clima golpetea sus huesos. Tal vez yo tenga más hambre que ella y me sienta igual de cansado de vivir.

Lentamente asoma la cabeza y tan pronto se topa con las miradas de las personas que le rodean, vuelve a ocultarse bajo aquel pedazo de tela que, para complacencia suya, le aísla momentáneamente del mundo.

Trato de apartar mi mirada pero me es imposible, y no es morbo, no estoy a la espera de saber cuál será el desenlace de la escena; sólo observo y trato de entenderla.

Por fin sale de la burbuja en la que se encuentra y arroja de lado el suéter. Ya no le interesa ser observada por todos, la droga quizá haya surtido efecto y es momento de desinhibirse y levantar la mirada como si se tratase de un viaje cualquiera. Pero el viaje no tiene destino y no promete nada halagador; la mirada, por su parte, se concentra en un punto, pero parece no saber diferenciar entre formas, entre colores, entre texturas.

Se pierde en un anuncio publicitario que pasa desapercibido para la mayoría de las miradas en el ir y venir de la cotidianeidad de la vida. El mundo podría derrumbarse y ella no apartaría la mirada, es incapaz de hacerlo.

La mujer intenta incorporarse, pero su cuerpo tambalea con el movimiento del tren. La cabeza le pesa, quizá también el alma, los años, la sangre, los huesos, huesos que tal vez estén apunto de fundirse dentro de aquel cuerpo que muestra desnutrición, carencia, pobreza.

Cae de nuevo y alguien trata de ayudarla; sin voltear a mirar se acomoda en el mismo lugar donde hace un momento y lleva sus manos al rostro. Está aislada de la realidad, pero ¿por qué lo hace?, ¿cuáles son sus razones para mamar de esa droga y no de otra? ¿Por qué no habría de hacer yo lo mismo, si es que es tan fácil poder cortar de tajo con el tedioso confort de una vida normal?

Por un momento la mujer ríe y muestra aquella boca casi desdentada de la que posiblemente alguna vez salieron palabras de aliento, de esperanza, de alivio; quizás cantó alguna canción favorita o más de una ocasión pronuncio las palabras te amo. Cierra los ojos, esconde la sonrisa, recarga su cabeza contra la puerta del vagón y respira profundamente.

Tal vez espere el momento adecuado para levantarse, salir del vagón, cruzar la calle, intentar sortear las inclemencias del clima, llegar a casa, comer algo, beber lo suficiente, abrigar su cuerpo, desearle las buenas noches a sus padres y hermanos, ir a la cama, descansar el alma y enredarse en el formidable universo del sueño… o tal vez nada de eso y sólo espera a que la muerte venga por ella.

Siguiente estación, el vagón está repleto, mas la gente procura no pisarla, no tener siquiera el mínimo contacto con ella; les resulta repulsiva, puede que una mujer en tal situación les provoque nauseas, el rostro de aquellas mujeres perfumadas lo dice todo: hay una enorme diferencia entre el abrigo que les cubre y el suéter negro que ahora sirve como alfombra para aquellos que, inevitablemente, se ciernen sobre él procurando para sí un espacio en el vagón.

¿Cuál será su nombre?, ¿qué edad tendrá? Pese a su terrible estado no parece ser muy grande, pero esas inyecciones de fortuna frustrada que viajan por sus pulmones seguramente le han orillado a perder más que el sentido de la realidad: cabellos, dentadura, peso, imaginación, sueños, anhelos, voluntad.

El cuerpo parece ya no querer responder, ya no se mueve, pero por alguna maldita extraña razón tengo la seguridad de que sigue con vida. El bullicio de la gente comienza. No es que quieran ayudarle, no es que alguien se atreva a extenderle una oportunidad de salir y cumplir con las instrucciones de una vida feliz; ellos sólo quieren saber si en verdad va a morir o sólo finge para que los demás se ocupen de sus asuntos y la dejen envenenarse en paz.

De pronto y de forma súbita abre los ojos y mi mirada se cruza con la de ella. La mujer seguramente no sabe lo que está viendo; yo en cambio sé lo que veo, es hermosa… esa humanidad suya en proceso de putrefacción me resulta atractiva. Sin reparar en mí aparta la vista y deja caer la cabeza sobre su pecho.

Ese ser desterrado por una sociedad que se niega a comprender que los cánones de la felicidad nunca han sido, ni serán los mismos para todos; ese ser ahogado con su propia saliva, que respira sólo como una reacción natural y no porque se sienta convencido de hacerlo; ese ser con hambre, con sed, con frío, con rabia, con impotencia, con lujuria, ese ser sin vida… ese ser que se haya ahí tirado en medio de un mundo que no se detiene soy yo, y aquél que me ha estado mirando durante todo este tiempo es un idiota más que cree que vive mejor que yo.

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