por El Doctor Pluma
Entró al vagón del metro, que en ese momento estaba
relativamente vacío. El olor que desprendía su cuerpo era más que obvio: solvente,
cemento, droga barata, droga accesible, droga de esquina.
Tan pronto cerraron las puertas, ella cayó al piso, se
acomodó como pudo en un espacio y cubrió su cabeza con un suéter delgado que
serviría como el único telón que le protegería de las miradas obscenas que la
demás gente, el obsceno público, lanzaba como si tuvieran el derecho nato de
hacerlo.
Mientras intentaba contener la molestia por esa reacción tan
petulante de la gente, mi mente era asaltada por una serie de preguntas, todas
ellas estúpidas para una ocasión como ésta.
¿Qué tantas cosas ocurren bajo ese suéter negro en el que la
mujer se guarece casi con una desesperación aberrante?, ¿estará llorando porque
por fin ha caído en cuenta que su situación es deplorable y triste?, ¿acaso
intenta extraer las últimas gotas de aquel vicio que le carcome la garganta?,
¿o tal vez trata de reventarse aquella nariz que está cansada de inhalar
cemento, inhalar el aire de los vivos, el aire de esta sociedad donde resulta
que nadie se atreve a asumir sus fallos?
Llegamos a la siguiente estación, el vagón ya se llena y
ella no se mueve; sé que está viva porque de vez en vez lanza pequeños alaridos,
puede que tenga frío, tal vez tiene hambre o sed, o simplemente está cansada,
incómoda o le duele saberse y encontrarse en un estado tal.
¿Pero qué diferencia hay entre ella y las demás personas? Tal
vez alguien que la observa con desdén tenga la misma sed o sienta de igual
forma cómo la crueldad del clima golpetea sus huesos. Tal vez yo tenga más
hambre que ella y me sienta igual de cansado de vivir.
Lentamente asoma la cabeza y tan pronto se topa con las
miradas de las personas que le rodean, vuelve a ocultarse bajo aquel pedazo de
tela que, para complacencia suya, le aísla momentáneamente del mundo.
Trato de apartar mi mirada pero me es imposible, y no es
morbo, no estoy a la espera de saber cuál será el desenlace de la escena; sólo
observo y trato de entenderla.
Por fin sale de la burbuja en la que se encuentra y arroja
de lado el suéter. Ya no le interesa ser observada por todos, la droga quizá
haya surtido efecto y es momento de desinhibirse y levantar la mirada como si
se tratase de un viaje cualquiera. Pero el viaje no tiene destino y no promete
nada halagador; la mirada, por su parte, se concentra en un punto, pero parece
no saber diferenciar entre formas, entre colores, entre texturas.
Se pierde en un anuncio publicitario que pasa desapercibido
para la mayoría de las miradas en el ir y venir de la cotidianeidad de la vida.
El mundo podría derrumbarse y ella no apartaría la mirada, es incapaz de
hacerlo.
La mujer intenta incorporarse, pero su cuerpo tambalea con
el movimiento del tren. La cabeza le pesa, quizá también el alma, los años, la
sangre, los huesos, huesos que tal vez estén apunto de fundirse dentro de aquel
cuerpo que muestra desnutrición, carencia, pobreza.
Cae de nuevo y alguien trata de ayudarla; sin voltear a
mirar se acomoda en el mismo lugar donde hace un momento y lleva sus manos al
rostro. Está aislada de la realidad, pero ¿por qué lo hace?, ¿cuáles son sus
razones para mamar de esa droga y no de otra? ¿Por qué no habría de hacer yo lo
mismo, si es que es tan fácil poder cortar de tajo con el tedioso confort de
una vida normal?
Por un momento la mujer ríe y muestra aquella boca casi
desdentada de la que posiblemente alguna vez salieron palabras de aliento, de
esperanza, de alivio; quizás cantó alguna canción favorita o más de una ocasión
pronuncio las palabras te amo. Cierra
los ojos, esconde la sonrisa, recarga su cabeza contra la puerta del vagón y
respira profundamente.
Tal vez espere el momento adecuado para levantarse, salir
del vagón, cruzar la calle, intentar sortear las inclemencias del clima, llegar a casa, comer algo, beber lo
suficiente, abrigar su cuerpo, desearle las buenas noches a sus padres y
hermanos, ir a la cama, descansar el alma y enredarse en el formidable universo
del sueño… o tal vez nada de eso y sólo espera a que la muerte venga por ella.
Siguiente estación, el vagón está repleto, mas la gente
procura no pisarla, no tener siquiera el mínimo contacto con ella; les resulta
repulsiva, puede que una mujer en tal situación les provoque nauseas, el rostro
de aquellas mujeres perfumadas lo dice todo: hay una enorme diferencia entre el
abrigo que les cubre y el suéter negro que ahora sirve como alfombra para
aquellos que, inevitablemente, se ciernen sobre él procurando para sí un espacio
en el vagón.
¿Cuál será su nombre?, ¿qué edad tendrá? Pese a su terrible
estado no parece ser muy grande, pero esas inyecciones de fortuna frustrada que
viajan por sus pulmones seguramente le han orillado a perder más que el sentido
de la realidad: cabellos, dentadura, peso, imaginación, sueños, anhelos,
voluntad.
El cuerpo parece ya no querer responder, ya no se mueve,
pero por alguna maldita extraña razón tengo la seguridad de que sigue con vida.
El bullicio de la gente comienza. No es que quieran ayudarle, no es que alguien
se atreva a extenderle una oportunidad de salir y cumplir con las instrucciones
de una vida feliz; ellos sólo quieren saber si en verdad va a morir o sólo
finge para que los demás se ocupen de sus asuntos y la dejen envenenarse en
paz.
De pronto y de forma súbita abre los ojos y mi mirada se
cruza con la de ella. La mujer seguramente no sabe lo que está viendo; yo en
cambio sé lo que veo, es hermosa… esa humanidad suya en proceso de putrefacción
me resulta atractiva. Sin reparar en mí aparta la vista y deja caer la cabeza
sobre su pecho.
Ese ser desterrado por una sociedad que se niega a
comprender que los cánones de la felicidad nunca han sido, ni serán los mismos
para todos; ese ser ahogado con su propia saliva, que respira sólo como una
reacción natural y no porque se sienta convencido de hacerlo; ese ser con
hambre, con sed, con frío, con rabia, con impotencia, con lujuria, ese ser sin
vida… ese ser que se haya ahí tirado en medio de un mundo que no se detiene soy
yo, y aquél que me ha estado mirando durante todo este tiempo es un idiota más
que cree que vive mejor que yo.
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