martes, 15 de enero de 2013

Ladrón de energía

Martín Soares.

Los días de vacaciones sin visitar a Los Bandita no son vacaciones. Ese grupito de jóvenes malmirados, drogadictos y estafadores son parte esencial de mi vida. Los conocí cuando apenas tenían unos quince o dieciséis años. Salían de la escuela y se juntaban en la esquina de mi calle. Vivía, por ese entonces, cerca del Mercado de San Antonio. Era un barrio poco bonito y demasiado inseguro. Los pobres visitantes que se aventuraban a entrar, salían en calzones y enseñando sus miserias.

Por aquellos años La Bandita estaba en plena formación. Eran unos pubertos con sueños de grandeza en el crimen. Comenzaban con las drogas y uno que otro asalto a pequeños niños ricos, a los que les tumbaban el Gameboy, los juegos de PlayStation o su dinerito.

Los conozco porque en una ocasión quisieron quitarme mi dinero. Regresaba del trabajo y esos escuincles se me aproximaron sigilosamente. Me preguntaron la hora mientras me rodeaban. Les di la hora y enseguida les dije que a mí no me estuvieran jodiendo. Fui directo al grano y los amenacé con contarles a sus madres. Santo remedio con La Bandita, se apartaron rápidamente y cabizbajos continuaron su camino.

Desde esa ocasión me saludaban con respeto. El remedio para cualquier problema en mi país se soluciona llevándolo con la máxima instancia, es decir la madre. No por nada el mayor insulto en México es mandar a alguien a que chingue a su madre o a su puta madre, si se está más encabronado. Será lo que será en mi país, pero la madrecita es tan santa como la Virgen.

Con el paso del tiempo La Bandita fue creciendo, en edad y número. Cuando la mayoría rondaba los veinte años en sus filas se contaban unos quince cabroncitos. Ahora sí, mayorcitos de edad, se dedicaban al asalto de microbuses y peatones; venta de drogas y de partes de automóviles. Su negocio, según me platicó la madre de uno de ellos, iba en pleno ascenso.

Luego de un lapso, tuve que abandonar la colonia. Me había casado con Marcela. Nos fuimos a una colonia más nice, como quien dice. Buscábamos paz y tranquilidad, además de buenos empleos. Dejé de frecuentar a La Bandita por unos  tres años, aunque esporádicamente volvía a la colonia para saludar a mi mamá.

En una ocasión fui a llevarle una invitación a mi madre. La Bandita me atoró como en aquella ocasión. Al parecer no me reconocieron, pero cuando me vieron cara a cara, sus rostros de malagente se dulcificó. Me saludaron como antes, pero en esta ocasión me invitaron una cerveza. No podía negarme a la invitación ya que deseaba tanto saber qué pasaba con ellos. Hacía un calor del demonio, era pleno mayo. Mi cuerpo me pedía un líquido refrescante y nada mejor que una cheve.

Me tomé no sólo una con La Bandita. Fueron como ocho cervecitas y luego saqué el dinero para dispararles un cartón. Fueron por el encargo y continuamos con la tomadera. Estábamos en plena calle, pero al parecer ellos eran la autoridad por ahí. Los policías pasaban y los saludaban con toda naturalidad. Alcohol y drogas circulaban donde estábamos. Yo sólo deseaba tomar, lo demás no me interesaba para nada. Las drogas artificiales me son aburridísimas, prefiero las que produce mi cuerpo, además de que me hacen quedar inconsciente muy rápido y prefiero sufrir lentamente como la vida me ha enseñado.

La fiesta terminó hasta otro día. Desperté en la banqueta junto a un charco de orina. Me acompañaban otros dos también inconscientes en el suelo. Los otros se habían ido a sus casas a descansar como se debe. Me levanté y fui a bañarme y a desayunar a casa de mi madre. Cuando  me vio, me metió una regañiza por hacer semejante burrada.

Desde aquella ocasión he tratado de visitarlos cada vez que puedo. Soy un vejete entre jovencitos desmadrosos, pero siempre me alegran la vida. Muchos de los fundadores de La Bandita se encuentran en la cárcel. Pagan condenas de treinta, veinticinco y quince años. En cada visita a la cárcel sus amigos los van a ver, no se olvidan de ellos. A pesar de esas bajas La Bandita continúa creciendo. Los niños de la colonia son sus bases para no dejar que muera el negocio. Aún controlan las drogas y los atracos de la zona. He sabido que ahuyentaron a un grupito de supuestos narcos que quisieron apoderarse del punto, claro no solos, sino con ayuda de los vecinos. Ahora la colonia parece más segura para los que habitan en ella, aunque no tanto para los visitantes.

Esta vez iré a darles una visita porque las vacaciones me tienen con los nervios alterados. Un poco de juventud y alcohol a todos nos viene bien de vez en cuando. Robémosles la energía a los muchachos que al final ellos ya nos jodieron bastante con su infancia. 

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