Martín Soares.
Los días de vacaciones sin
visitar a Los Bandita no son vacaciones. Ese grupito de jóvenes malmirados,
drogadictos y estafadores son parte esencial de mi vida. Los conocí cuando
apenas tenían unos quince o dieciséis años. Salían de la escuela y se juntaban
en la esquina de mi calle. Vivía, por ese entonces, cerca del Mercado de San
Antonio. Era un barrio poco bonito y demasiado inseguro. Los pobres visitantes
que se aventuraban a entrar, salían en calzones y enseñando sus miserias.
Por aquellos años La Bandita
estaba en plena formación. Eran unos pubertos con sueños de grandeza en el
crimen. Comenzaban con las drogas y uno que otro asalto a pequeños niños ricos,
a los que les tumbaban el Gameboy, los juegos de PlayStation o su dinerito.
Los conozco porque en una ocasión
quisieron quitarme mi dinero. Regresaba del trabajo y esos escuincles se me
aproximaron sigilosamente. Me preguntaron la hora mientras me rodeaban. Les di
la hora y enseguida les dije que a mí no me estuvieran jodiendo. Fui directo al
grano y los amenacé con contarles a sus madres. Santo remedio con La Bandita,
se apartaron rápidamente y cabizbajos continuaron su camino.
Desde esa ocasión me saludaban
con respeto. El remedio para cualquier problema en mi país se soluciona
llevándolo con la máxima instancia, es decir la madre. No por nada el mayor
insulto en México es mandar a alguien a que chingue a su madre o a su puta
madre, si se está más encabronado. Será lo que será en mi país, pero la
madrecita es tan santa como la Virgen.
Con el paso del tiempo La Bandita
fue creciendo, en edad y número. Cuando la mayoría rondaba los veinte años en
sus filas se contaban unos quince cabroncitos. Ahora sí, mayorcitos de edad, se
dedicaban al asalto de microbuses y peatones; venta de drogas y de partes de
automóviles. Su negocio, según me platicó la madre de uno de ellos, iba en
pleno ascenso.
Luego de un lapso, tuve que
abandonar la colonia. Me había casado con Marcela. Nos fuimos a una colonia más
nice, como quien dice. Buscábamos paz
y tranquilidad, además de buenos empleos. Dejé de frecuentar a La Bandita por
unos tres años, aunque esporádicamente
volvía a la colonia para saludar a mi mamá.
En una ocasión fui a llevarle una
invitación a mi madre. La Bandita me atoró como en aquella ocasión. Al parecer
no me reconocieron, pero cuando me vieron cara a cara, sus rostros de malagente se dulcificó. Me saludaron
como antes, pero en esta ocasión me invitaron una cerveza. No podía negarme a
la invitación ya que deseaba tanto saber qué pasaba con ellos. Hacía un calor
del demonio, era pleno mayo. Mi cuerpo me pedía un líquido refrescante y nada
mejor que una cheve.
Me tomé no sólo una con La
Bandita. Fueron como ocho cervecitas y luego saqué el dinero para dispararles
un cartón. Fueron por el encargo y continuamos con la tomadera. Estábamos en
plena calle, pero al parecer ellos eran la autoridad por ahí. Los policías
pasaban y los saludaban con toda naturalidad. Alcohol y drogas circulaban donde
estábamos. Yo sólo deseaba tomar, lo demás no me interesaba para nada. Las
drogas artificiales me son aburridísimas, prefiero las que produce mi cuerpo,
además de que me hacen quedar inconsciente muy rápido y prefiero sufrir
lentamente como la vida me ha enseñado.
La fiesta terminó hasta otro día.
Desperté en la banqueta junto a un charco de orina. Me acompañaban otros dos también
inconscientes en el suelo. Los otros se habían ido a sus casas a descansar como
se debe. Me levanté y fui a bañarme y a desayunar a casa de mi madre.
Cuando me vio, me metió una regañiza por
hacer semejante burrada.
Desde aquella ocasión he tratado
de visitarlos cada vez que puedo. Soy un vejete entre jovencitos desmadrosos,
pero siempre me alegran la vida. Muchos de los fundadores de La Bandita se
encuentran en la cárcel. Pagan condenas de treinta, veinticinco y quince años.
En cada visita a la cárcel sus amigos los van a ver, no se olvidan de ellos. A
pesar de esas bajas La Bandita continúa creciendo. Los niños de la colonia son
sus bases para no dejar que muera el negocio. Aún controlan las drogas y los atracos
de la zona. He sabido que ahuyentaron a un grupito de supuestos narcos que quisieron
apoderarse del punto, claro no solos,
sino con ayuda de los vecinos. Ahora la colonia parece más segura para los que
habitan en ella, aunque no tanto para los visitantes.
Esta vez iré a darles una visita
porque las vacaciones me tienen con los nervios alterados. Un poco de juventud
y alcohol a todos nos viene bien de vez en cuando. Robémosles la energía a los
muchachos que al final ellos ya nos jodieron bastante con su infancia.
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