Por: Gustavo Y.
En los últimos días no me he sentido nada bien. Las frías
mañanas son más tristes que de costumbre. Ver las gotas de lluvia aún aferradas
a los sucios vidrios, el cielo cubierto por una capa grisácea y los transeúntes
envueltos en sus ropas más cálidas, me recuerda la cruel realidad que
habitamos.
El país colorido que conocía se ha vuelto un lugar extraño
pintado de rojo sangre. Los niños cuando juegan con sus pistolas de plástico ya
no me hacen rememorar los juegos del viejo oeste o policías y ladrones, ahora
hay un rastro de violencia en sus caras, en sus gritos, en su mexicanidad. Al
parecer los niños, los jóvenes y los adultos mexicanos ya tenemos siempre días
grises y fríos y con este mal clima la situación psicológica empeora.
Trato de no pensar en ello cuando voy al trabajo. Me gusta
viajar en el transporte público para sentirme un poco más en comunidad, además
siempre es un buen pretexto para leer. Prefiero los escritores argentinos, pero
no sabría decir el porqué. No tengo sangre gaucha o bonaerense, aunque tal vez
cuente que haya nacido en 1986, el mismo día en que Argentina se llevó la copa
del mundo. Conozco un poco de la cultura argentina, del tango, de la historia
política de inicios del siglo XX, del lunfardo, del rock argentino, pero sobre
todo de futbol o fútbol.
Mi trabajo consiste en recibir los libros en la Biblioteca
Nacional. Soy un jodido bibliotecario decía mi padre y no me avergüenzo de
ello. Conozco más libros por su portada que por su contenido. Cuando en los
cafés escucho a uno de esos intelectuales nombrar cierto libro, lo primero que
se me viene a la mente es la portada o portadas, según las ediciones que
tengamos en la biblioteca. No sabré a ciencia cierta cuál sea el tema del
libro, pero sí que podría describir a la perfección la portada.
Las portadas pueden decirnos mucho sobre el libro que
tenemos en la mano, aunque algunas veces pueden darnos sorpresas. Aunque para
sorpresas aquel día que salí temprano del trabajo y me fui a dar una vuelta por
el corredor de libros usados. En ese sitio que suelo frecuentar de vez en
cuando, sólo para otear cuántos libros de la biblioteca hay ahí, me encontré uno
con la portada cortada por la mitad. En la mitad restante se podía ver la
imagen de un globo terráqueo en rojo y debajo al parecer había un par de
espadas o de mosquetes. El agua azul del planeta era de un rojo sangre y por
título, encima del globo, tenía El diario
de la última especie.
Ese libro lo compré porque la imagen me impactó. Me recordó
al país en el cual ahora vivía. En mi país últimamente los diarios se tiñen de
rojo y nosotros, los mexicanos, parecemos ser la única especie. Los otros
animales los dejamos de lado como si no existieran. Vemos a los perros o gatos
callejeros sin sentirnos culpables por su desgracia o les compramos a nuestros
hijos mascotas que luego de un par de semanas las enterramos o las mandamos al
caño. El diario de la última especie
aún no lo he leído porque tengo tanto miedo de encontrarme la historia de mi
país escrita por algún viejo loco del siglo pasado.
No me gustaría abrir un libro que contenga el futuro de mis
familiares y amigos, pero sobre todo me enloquece la idea de pensar que nuestro
futuro ya está escrito y que todo aquello que podamos hacer o hagamos sirva
para nada. Me he puesto a pensar en las historias de las princesas, por
ejemplo. Una de esas mujeres seguro que ha existido, ya sea la de la zapatilla
de cristal o la de los enanos, lo peor es que ha seguido la historia al pie de
la letra, es decir, no intentaron modificar nada para cumplir con lo ya escrito.
Qué miedo no poder cambiar su destino, qué miedo el ver y no poder actuar.
Por eso mismo el libro que compré no lo he ni siquiera
intentado leer. Lo coloqué en la sección de literatura fantástica de la
biblioteca. Si algún aventurado lo encuentra y lo lee que pese sobre él la
maldición de conocer el futuro de su país, del mundo, de su especie. Yo no
necesito más cargas, ya de por sí todos los días me despierto con un poco de
tristeza sobre mi pecho y con algo de desilusión en mis ojos, además estos días
grises de invierno no ayudan en nada, como esos cuerpos ensangrentados que
justo en este momento transmiten por televisión.
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