Por:
Gustavo Y. Sánchez Marcial
Y
los aviones sobrevolaban el cielo, un cielo despejado, azul, azul como el agua
de los mares, ahí iban los aviones de fabricación inglesa, los Hawker Hunter, soltando sus cohetes Sura 3, los cuales destrozaban el
palacio blanco invierno, el majestuoso templo del poder en Chile, el Palacio de
La Moneda.
Era
un septiembre de 1973, un 11 para ser más específicos cuando el ejército
chileno se pronunció en contra del presidente Salvador Allende, cuando se rodeó
el palacio blanco, cuando se escucharon disparos en Santiago, cuando se veía el
fin de una aventura que había comenzado apenas hacía tres años.
La apertura
A
las 00:30 del martes 11 de septiembre, el presidente Salvador Allende fue
informado de que algunas tropas en la Guarnición de Santiago se habían
acuartelado, además de la movilización de los regimientos de Andes y Yungay,
ubicados en San Felipe, aproximadamente a 70 kilómetros de Santiago. El presidente
desestimó lo que acaba de escuchar, pero a pesar de ello trató de comunicarse
con el jefe del Ejército, el general Augusto Pinochet, para prevenir sobre lo
que estaba ocurriendo, sin embargo, no logró comunicarse y se dirigió
directamente al general Jorge Urrutia, el segundo hombre de los Carabineros,
pensando que dentro de este grupo podría tener algunos aliados en contra de la
sublevación.
Un
día antes, aproximadamente a la16:00 horas, varios busques chilenos habían
zarpado para participar en la operación Unitas, junto con fuerzas navales de
los Estados Unidos, sin embargo, ese mismo día regresaron y se desplegaron
desde San Antonio hasta Quintero, sobre el Océano Pacífico, comenzando así la Operación silencio, un plan que tenía
por objetivo aislar a las provincias de Valparaíso y Viña del Mar, además de
tomar las vías de acceso, los muelles, las compañías telefónicas y las
estaciones de ferrocarriles.
Todo
se preparaba para que el presidente renunciara a la presidencia, echando en
cara los malos resultados que éste había mostrando, ya que el país se veía
envuelto en problemas económicos y sobre todo sociales, se temía que hubiese
brotes de violencia o creación de grupos guerrilleros, ya que una ala de la Unidad Popular, los socialistas,
deseaban formar grupos armados para la defensa del pueblo, mientras los
comunistas del partido deseaban llevar un cambio pacífico de transición al
socialismo.
A
las seis con 15 minutos aproximadamente, la ciudad de Valparaíso fue tomada por
los militares, el prefecto, Luis Gutiérrez realizó una llamada telefónica al
subdirector de carabineros Jorge Urrutia para explicar lo que estaba sucediendo,
esta llamada estaba prevista por los dirigentes de la sublevación, por lo cual habían
dejado abierta su línea telefónica. Con dicha información, Urrutia se comunicó
inmediatamente con el presidente, que se encontraba en su casa de Tomas Moro,
éste en una llamada posterior al Ministro del Interior, Carlos Briones pidió
que se reforzara la vigilancia al Palacio de La Moneda, pensando que la
sublevación sólo era efectuada por la Armada, dejando fuera a la Fuerza Aérea y
al grupo de Carabineros.
El movimiento de ataque
El
día ya clareaba en la capital chilena, cuando Salvador Allende Gossen abandonó
su casa de Tomas Moro para dirigirse al Palacio de La Moneda junto con su
guardia presidencial o GAP, Grupo de Amigos Personales creado en 1970 a raíz
del asesinato del general René Schneider por las fuerzas armadas. Partieron en
un Fiat 125 propiedad de Allende y cargados con dos ametralladoras, tres
lanzagranadas, además de las armas personales de su escolta, pero también con
un fusil AK-47, una arma dada como presente a Salvador Allende por su amigo
Fidel Castro en su visita en 1971.
A
la misma hora en que el aún presidente chileno salía de su casa, el general
Augusto Pinochet, Comandante en Jefe del Ejercito, Gustavo Leigh Guzman,
Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea y el Comandante en Jefe de la Armada José
Toribio Merino, además de César Mendoza Durán el nueve jefe de los Carabineros
se reunieron en La Cadena Democrática,
una estación de radio para emitir la primer proclama militar donde se le exigía
al presidente la entrega inmediata de su cargo a la junta de gobierno integrada por los anteriores generales y
dando un ultimátum para que a más tardar a las 11 de la mañana La Moneda fuera
evacuada.
Eran
las 7:30 de la mañana cuando el presidente llegó a La Moneda por la calle
Morandé, se bajó del automóvil y entró por la puerta principal del recinto,
ubicada en la calle Moneda. El edificio estaba resguardado por tanquetas y
unidades de Carabineros, aún fieles al presidente, sin embargo, al entrar y ver
el informe sobre la situación se percató de que Orlando Letelier, general de
los Carabineros había sido detenido y que su lugar lo ocupaba ahora César
Mendoza Durán. La situación era cada vez más difícil para el presidente, a tal
punto que Carlos Altamirano, el presidente del Partido Socialista le aconsejó
dejar La Moneda para que se trasladara a un lugar más seguro, no obstante, la respuesta
de Salvador Allende fue: el lugar del
Presidente de la República es La Moneda y ningún otro.
Al
cinco para las ocho, Salvador Allende se dirigió al pueblo chileno por medio de
la estación Radio Magallanes, una
estación que estaba a favor del gobierno y que aún no era silenciada por la
junta militar. Explicó que la situación no era tan grave, confiaba plenamente
en las fuerzas armadas, pero sobre todo pidió atención a lo que pudiera
suceder. Algunos minutos después, alrededor de las ocho con 20 minutos, Allende
habló por segunda ocasión al pueblo para informar sobre la situación, también
durante este momento fue enviado un ofrecimiento de las fuerzas armadas para
sacar del país al presidente, a lo que éste se opuso rotundamente.
Jaque mate
Allende
envió otros dos mensajes al pueblo chileno, ya que la junta militar por medio
de las estaciones que ya controlaba también informaba a la ciudadanía de lo que
estaba ocurriendo, la guerra se estaba dando por el aire, por medio de las
ondas electromagnéticas, todavía no era necesario utilizar las balas para
terminar con lo iniciado horas atrás, fue alrededor de las 10 de la mañana
cuando los tanques comenzaron a ocupar sus puestos, tres tanques se posaron a
las afueras de La Moneda, dirigiendo sus cañones contra ella, la gente ya no
pasaba por ahí y los aviones, esos aviones ingleses comenzaban a crear sus
melodías rugientes en los aires andinos.
Fue
cuestión de minutos y segundos, de ese entramado que forma el tiempo para que
todo comenzara, para que el 11 de septiembre fuera una fecha importante, no
sólo para los chilenos, sino para todos los latinoamericanos. Los tanques ya
afuera, los aviones ya resacaban el cielo, el presidente se dirigía por última
vez a su pueblo, por medio de Radio
Magallanes, la radio que sufriría la misma historia que La Moneda.
Seguramente ésta será la última
oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado
las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen
amargura sino decepción que sean ellas el castigo moral para los que han
traicionado el juramento que hicieron
[…] Ante estos hechos sólo me cabe decir
a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico,
pagaré con mi vida la lealtad del pueblo […] Tienen la fuerza, podrán
avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con
la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos […]
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi
voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré
junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue
leal con la Patria […]
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán
otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende
imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo
se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir
una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Diez y media… diez y media, esa
fue la hora indicada, la hora impostergable, el tiroteo comenzó. Los tanques y
la infantería postrada fuera de La Moneda comenzaron a destruir el edificio
diseñado por Joaquín Toesca. El GAP, junto con el presidente respondieron a los
disparos, una batalla verdadera entre unos pocos contra unos muchos y la
sociedad no llegaba, los trabajadores a los cuales se había dirigido Salvador
Allende hacía poco tiempo, continuaban en sus fabricas, nadie se paró por la
calle Moneda o Morandé.
Disparos de bazookas y
ametralladoras de adentro hacia afuera, fuego de tanques, cañones y
ametralladoras de fuera hacia adentro. Un misil de los tanques fue a acabar con
el techo del despacho presidencial, mientras el presidente con su casco de
soldado se dedicó a contrarrestar el fuego enemigo. Caos en La Moneda, caos
fuera de La Moneda y un teléfono sonando, la esposa del presidente, Hortensia
Bussi, la cual informa de la situación en Tomas Moro, que pretende dejar la
casa para irse a refugiar y pide solamente que cuiden a su esposo, cuídenmelo mucho.
Las aeronaves, a pesar de haber
sobrevolado por diversos instantes el palacio de La Moneda, se vieron retrasadas
para el ataque, 52 minutos de retraso, las 11 con 52, hasta que de pronto desde
el sur se vio a los aviones salir detrás del cerro San Cristóbal. Los aviones
realizaron siete pasadas entre las 11:52 y las 12:13, dieciocho impactos
recibió el palacio de La Moneda, mientras sus ocupantes resistieron en la
planta baja del edificio, pero no sólo la lucha se dio en el centro de la
ciudad, ya que a la misma hora otros aviones descargaban sus bombas sobre la
casa en Tomas Moro, donde otros integrantes del GAP se encontraban.
El edificio se veía arder, el
fuego se dejaba ver por las ventanas, por el cielo, saludaban a los
expectantes, a los militares que deseaban entrar y no podían. El recinto de
color blanco invierno se vio de pronto de un color obscuro, rastros hechos por
las llamas, por las bombas, por la artillería pesada de los tanques y la
bandera chilena ondeaba, se deshacía por tantas balas, no obstante, seguía
ondeando.
Pasó mucho tiempo, eran pasadas
las dos de la tarde cuando el general Baeza dio las instrucciones de irrumpir
en el lugar, de aventar gas lacrimógeno para rendir al presidente y su guardia
presidencial. Fue un mundo de humo, un aire irrespirable, se necesitaba
mascaras de gas para poder ingresar, mientras adentro, un colaborador del
presidente pedía una tregua porque la situación era insostenible, a lo que
Salvador Allende aceptó, estaba dispuesto a salir nuevamente a la calle.
El plan organizado para salir
fue la formación de una fila, encabezada por la secretaria personal del
presidente, Miria Contreras, La Payita,
y al final Salvador Allende, sin embargo, cuando estaban a punto de salir, unas
personas desobedecieron las ordenes de deponer las armas y se atrincheraron en
una parte del edificio, todos perdieron de vista al presidente, porque continuaban
luchando o porque ya estaban siendo subidos al camión del ejército, todo pasó
tan rápido, fue como un abrir y cerrar de ojos, pero cuando se abrieron
nuevamente las ventanas del alma, algunos se dieron cuenta de que su
presidente, Salvador Allende, el triunfante de la contienda electoral del año
1970, estaba muerto.
Se le encontró sentando en un
sillón de su oficina, con la arma que le había regalado su amigo de ideas, de
sueños, Fidel Castro, con el cráneo destrozado, con el casco en alguna parte de
la habitación, pero con esa arma entre sus piernas, así lo encontró su doctor
personal, Patricio Girón, que al regresar por una máscara antigás, antes de
salir a la cruda realidad chilena, vio el cuerpo de su jefe, sentado,
destrozado, cansado.
Recojamos las piezas después de jugar
Tiempo después el cuerpo fue
sacado por los militares, el silencio rodeaba a toda la ciudad de Santiago,
nadie podía salir de su casa porque la junta militar había implementado un
toque de queda. Los generales golpistas se reunieron para crear un comité de
auditores para constituirse jurídicamente como una junta militar, todo estaba
hecho, todo había sido hecho según lo planeado, porque el presidente
abandonaría la ciudad al siguiente día, pero no con vida, ni pacíficamente, sus
restos fueron llevados a Viña del Mar, porque en Santiago ya no estaría más.
Los aviones cruzaron el cielo,
lo desgarraron y se llevaron consigo a un hombre, un edificio colonial y los
sueños de un país, esos aviones de fabricación inglesa que surcaron los aires,
que volaron por el cielo azul, azul como el océano ya no se vieron igual como
aquel 11 de septiembre de 1973, mas las palabras de despedida del presidente,
de Salvador, de Allende, continúan
retumbando en cada chileno… en cada latinoamericano.
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