lunes, 10 de septiembre de 2012

La partida chilena por el poder



Por: Gustavo Y. Sánchez Marcial

Y los aviones sobrevolaban el cielo, un cielo despejado, azul, azul como el agua de los mares, ahí iban los aviones de fabricación inglesa, los Hawker Hunter, soltando sus cohetes Sura 3, los cuales destrozaban el palacio blanco invierno, el majestuoso templo del poder en Chile, el Palacio de La Moneda.

Era un septiembre de 1973, un 11 para ser más específicos cuando el ejército chileno se pronunció en contra del presidente Salvador Allende, cuando se rodeó el palacio blanco, cuando se escucharon disparos en Santiago, cuando se veía el fin de una aventura que había comenzado apenas hacía tres años.

La apertura

A las 00:30 del martes 11 de septiembre, el presidente Salvador Allende fue informado de que algunas tropas en la Guarnición de Santiago se habían acuartelado, además de la movilización de los regimientos de Andes y Yungay, ubicados en San Felipe, aproximadamente a 70 kilómetros de Santiago. El presidente desestimó lo que acaba de escuchar, pero a pesar de ello trató de comunicarse con el jefe del Ejército, el general Augusto Pinochet, para prevenir sobre lo que estaba ocurriendo, sin embargo, no logró comunicarse y se dirigió directamente al general Jorge Urrutia, el segundo hombre de los Carabineros, pensando que dentro de este grupo podría tener algunos aliados en contra de la sublevación.

Un día antes, aproximadamente a la16:00 horas, varios busques chilenos habían zarpado para participar en la operación Unitas, junto con fuerzas navales de los Estados Unidos, sin embargo, ese mismo día regresaron y se desplegaron desde San Antonio hasta Quintero, sobre el Océano Pacífico, comenzando así la Operación silencio, un plan que tenía por objetivo aislar a las provincias de Valparaíso y Viña del Mar, además de tomar las vías de acceso, los muelles, las compañías telefónicas y las estaciones de ferrocarriles.

Todo se preparaba para que el presidente renunciara a la presidencia, echando en cara los malos resultados que éste había mostrando, ya que el país se veía envuelto en problemas económicos y sobre todo sociales, se temía que hubiese brotes de violencia o creación de grupos guerrilleros, ya que una ala de la Unidad Popular, los socialistas, deseaban formar grupos armados para la defensa del pueblo, mientras los comunistas del partido deseaban llevar un cambio pacífico de transición al socialismo.

A las seis con 15 minutos aproximadamente, la ciudad de Valparaíso fue tomada por los militares, el prefecto, Luis Gutiérrez realizó una llamada telefónica al subdirector de carabineros Jorge Urrutia para explicar lo que estaba sucediendo, esta llamada estaba prevista por los dirigentes de la sublevación, por lo cual habían dejado abierta su línea telefónica. Con dicha información, Urrutia se comunicó inmediatamente con el presidente, que se encontraba en su casa de Tomas Moro, éste en una llamada posterior al Ministro del Interior, Carlos Briones pidió que se reforzara la vigilancia al Palacio de La Moneda, pensando que la sublevación sólo era efectuada por la Armada, dejando fuera a la Fuerza Aérea y al grupo de Carabineros.

El movimiento de ataque

El día ya clareaba en la capital chilena, cuando Salvador Allende Gossen abandonó su casa de Tomas Moro para dirigirse al Palacio de La Moneda junto con su guardia presidencial o GAP, Grupo de Amigos Personales creado en 1970 a raíz del asesinato del general René Schneider por las fuerzas armadas. Partieron en un Fiat 125 propiedad de Allende y cargados con dos ametralladoras, tres lanzagranadas, además de las armas personales de su escolta, pero también con un fusil AK-47, una arma dada como presente a Salvador Allende por su amigo Fidel Castro en su visita en 1971.

A la misma hora en que el aún presidente chileno salía de su casa, el general Augusto Pinochet, Comandante en Jefe del Ejercito, Gustavo Leigh Guzman, Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea y el Comandante en Jefe de la Armada José Toribio Merino, además de César Mendoza Durán el nueve jefe de los Carabineros se reunieron en La Cadena Democrática, una estación de radio para emitir la primer proclama militar donde se le exigía al presidente la entrega inmediata de su cargo a la junta de gobierno  integrada por los anteriores generales y dando un ultimátum para que a más tardar a las 11 de la mañana La Moneda fuera evacuada.

Eran las 7:30 de la mañana cuando el presidente llegó a La Moneda por la calle Morandé, se bajó del automóvil y entró por la puerta principal del recinto, ubicada en la calle Moneda. El edificio estaba resguardado por tanquetas y unidades de Carabineros, aún fieles al presidente, sin embargo, al entrar y ver el informe sobre la situación se percató de que Orlando Letelier, general de los Carabineros había sido detenido y que su lugar lo ocupaba ahora César Mendoza Durán. La situación era cada vez más difícil para el presidente, a tal punto que Carlos Altamirano, el presidente del Partido Socialista le aconsejó dejar La Moneda para que se trasladara a un lugar más seguro, no obstante, la respuesta de Salvador Allende fue: el lugar del Presidente de la República es La Moneda y ningún otro.

Al cinco para las ocho, Salvador Allende se dirigió al pueblo chileno por medio de la estación Radio Magallanes, una estación que estaba a favor del gobierno y que aún no era silenciada por la junta militar. Explicó que la situación no era tan grave, confiaba plenamente en las fuerzas armadas, pero sobre todo pidió atención a lo que pudiera suceder. Algunos minutos después, alrededor de las ocho con 20 minutos, Allende habló por segunda ocasión al pueblo para informar sobre la situación, también durante este momento fue enviado un ofrecimiento de las fuerzas armadas para sacar del país al presidente, a lo que éste se opuso rotundamente.

Jaque mate

Allende envió otros dos mensajes al pueblo chileno, ya que la junta militar por medio de las estaciones que ya controlaba también informaba a la ciudadanía de lo que estaba ocurriendo, la guerra se estaba dando por el aire, por medio de las ondas electromagnéticas, todavía no era necesario utilizar las balas para terminar con lo iniciado horas atrás, fue alrededor de las 10 de la mañana cuando los tanques comenzaron a ocupar sus puestos, tres tanques se posaron a las afueras de La Moneda, dirigiendo sus cañones contra ella, la gente ya no pasaba por ahí y los aviones, esos aviones ingleses comenzaban a crear sus melodías rugientes en los aires andinos.

Fue cuestión de minutos y segundos, de ese entramado que forma el tiempo para que todo comenzara, para que el 11 de septiembre fuera una fecha importante, no sólo para los chilenos, sino para todos los latinoamericanos. Los tanques ya afuera, los aviones ya resacaban el cielo, el presidente se dirigía por última vez a su pueblo, por medio de Radio Magallanes, la radio que sufriría la misma historia que La Moneda.

Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron 


[…] Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo […] Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos […]


Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria […]

Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Diez y media… diez y media, esa fue la hora indicada, la hora impostergable, el tiroteo comenzó. Los tanques y la infantería postrada fuera de La Moneda comenzaron a destruir el edificio diseñado por Joaquín Toesca. El GAP, junto con el presidente respondieron a los disparos, una batalla verdadera entre unos pocos contra unos muchos y la sociedad no llegaba, los trabajadores a los cuales se había dirigido Salvador Allende hacía poco tiempo, continuaban en sus fabricas, nadie se paró por la calle Moneda o Morandé.

Disparos de bazookas y ametralladoras de adentro hacia afuera, fuego de tanques, cañones y ametralladoras de fuera hacia adentro. Un misil de los tanques fue a acabar con el techo del despacho presidencial, mientras el presidente con su casco de soldado se dedicó a contrarrestar el fuego enemigo. Caos en La Moneda, caos fuera de La Moneda y un teléfono sonando, la esposa del presidente, Hortensia Bussi, la cual informa de la situación en Tomas Moro, que pretende dejar la casa para irse a refugiar y pide solamente que cuiden a su esposo, cuídenmelo mucho.

Las aeronaves, a pesar de haber sobrevolado por diversos instantes el palacio de La Moneda, se vieron retrasadas para el ataque, 52 minutos de retraso, las 11 con 52, hasta que de pronto desde el sur se vio a los aviones salir detrás del cerro San Cristóbal. Los aviones realizaron siete pasadas entre las 11:52 y las 12:13, dieciocho impactos recibió el palacio de La Moneda, mientras sus ocupantes resistieron en la planta baja del edificio, pero no sólo la lucha se dio en el centro de la ciudad, ya que a la misma hora otros aviones descargaban sus bombas sobre la casa en Tomas Moro, donde otros integrantes del GAP se encontraban.

El edificio se veía arder, el fuego se dejaba ver por las ventanas, por el cielo, saludaban a los expectantes, a los militares que deseaban entrar y no podían. El recinto de color blanco invierno se vio de pronto de un color obscuro, rastros hechos por las llamas, por las bombas, por la artillería pesada de los tanques y la bandera chilena ondeaba, se deshacía por tantas balas, no obstante, seguía ondeando.

Pasó mucho tiempo, eran pasadas las dos de la tarde cuando el general Baeza dio las instrucciones de irrumpir en el lugar, de aventar gas lacrimógeno para rendir al presidente y su guardia presidencial. Fue un mundo de humo, un aire irrespirable, se necesitaba mascaras de gas para poder ingresar, mientras adentro, un colaborador del presidente pedía una tregua porque la situación era insostenible, a lo que Salvador Allende aceptó, estaba dispuesto a salir nuevamente a la calle.

El plan organizado para salir fue la formación de una fila, encabezada por la secretaria personal del presidente, Miria Contreras, La Payita, y al final Salvador Allende, sin embargo, cuando estaban a punto de salir, unas personas desobedecieron las ordenes de deponer las armas y se atrincheraron en una parte del edificio, todos perdieron de vista al presidente, porque continuaban luchando o porque ya estaban siendo subidos al camión del ejército, todo pasó tan rápido, fue como un abrir y cerrar de ojos, pero cuando se abrieron nuevamente las ventanas del alma, algunos se dieron cuenta de que su presidente, Salvador Allende, el triunfante de la contienda electoral del año 1970, estaba muerto.

Se le encontró sentando en un sillón de su oficina, con la arma que le había regalado su amigo de ideas, de sueños, Fidel Castro, con el cráneo destrozado, con el casco en alguna parte de la habitación, pero con esa arma entre sus piernas, así lo encontró su doctor personal, Patricio Girón, que al regresar por una máscara antigás, antes de salir a la cruda realidad chilena, vio el cuerpo de su jefe, sentado, destrozado, cansado. 

Recojamos las piezas después de jugar

Tiempo después el cuerpo fue sacado por los militares, el silencio rodeaba a toda la ciudad de Santiago, nadie podía salir de su casa porque la junta militar había implementado un toque de queda. Los generales golpistas se reunieron para crear un comité de auditores para constituirse jurídicamente como una junta militar, todo estaba hecho, todo había sido hecho según lo planeado, porque el presidente abandonaría la ciudad al siguiente día, pero no con vida, ni pacíficamente, sus restos fueron llevados a Viña del Mar, porque en Santiago ya no estaría más.

Los aviones cruzaron el cielo, lo desgarraron y se llevaron consigo a un hombre, un edificio colonial y los sueños de un país, esos aviones de fabricación inglesa que surcaron los aires, que volaron por el cielo azul, azul como el océano ya no se vieron igual como aquel 11 de septiembre de 1973, mas las palabras de despedida del presidente, de Salvador, de Allende,  continúan retumbando en cada chileno… en cada latinoamericano.

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