Por: Martín Soares.
Mire señor que yo no le vengo a contar mentiras, las
mentiras se las queda el cura cuando voy a confesarme, pero usted no es ese
hombre reprimido, usted es… de mente abierta.
Yo vengo aquí a contarle lo que me pasó apenas la semana
pasada. Bueno, no me pasó, yo lo ocasioné porque aquel hijo de puta me llevó al
límite con sus pendejas. Era un individuo que “conocí” hace ya unos años, y
coloco las comillas porque ese que conocí aún no era él. Comenzaba a tomar
forma, se estaba creando toda su personalidad por ese entonces, era uno más del
montón aunque con ciertos rasgos característicos de los verdaderos hijos de
puta.
Él y yo trabajábamos juntos en la Universidad Nacional. Él
era conserje y yo era su pupilo. Andábamos destapando los baños que esos
remedos de intelectuales atascaban con su mierda hedionda y mal formada.
También barríamos las tareas mal copiadas, las colillas de cigarro, los vasos
de unicel del café, unos que otros condones, todos los desechos de las drogas
que se metían y más porquería de ese estilo. Pasábamos momentos interesantes, mientras los intelectualoides hablaban de basura nosotros nos poníamos a
escribir sin tener una noción amplia de la gramática, redacción o sintaxis.
Yo me especializaba en escribir listas, mientras Pedro se
dedicaba a crear historias complejas. Lo mío siempre han sido las listas, creo
que si alguien las tomara en serio y les dieran premios yo sería galardonado
por ello. Escribir listas es un arte en sí mismo. Ahí podemos encontrar todo un
poema o un mismo relato. He hecho la lista de mi vida y créame que es más útil que
un currículm vitae o una
autobiografía de mil páginas. Las listas deben tener cierta creatividad ya que
sin ella no hay nada, como en todo. A continuación y antes de contarle la mera
verdad, déjeme mostrarle mis listas más famosas:
CORTÉZA
-
Tallos.
-
Árboles.
-
Madera.
-
Capa Externa.
-
Bruselas.
-
Lomas de Zamora.
-
Boom.
CAFÉ
-
Taza.
-
Cuchara.
-
Crema.
-
Mezcla.
-
Aroma.
-
Sabor.
-
Sexo.
LUNA
-
Exterior.
-
Satélite.
-
Luz.
-
Sincronía
-
Compañía.
-
Pareja.
-
Amor.
No sé si le gusten, estimado señor, pero eso no me importa,
son famosas porque a mí me gustan. Desde hace mucho tiempo yo me dedico a
escribir las listas más tristes todas las noches, pero ahora no importan tanto
mis famosas listas sólo quería presumirle un poco y decirle que si encuentra
una de éstas en el metro o en un baño sucio recuerde que yo inventé eso… o tal
vez no, pero créalo.
Yo vengo a hablarle de la muerte de mi colega el cuentista
hijo de puta. Con él pasé momentos agradables, no lo niego, hasta puedo decir
que me caía muy bien, pero en verdad el pobre ya estaba sufriendo. Había días
en los cuales el cabroncito ya no podía ni escribir, tenía demasiadas ideas que
lo atascaban de la misma forma en que los universitarios a los escusados. La
mierda fluía y fluía y él nomás no la podía sacar por medio de las letras.
¿Se imagina tener tanta mierda en la cabeza? Soportar esa
tortura no cualquiera, la mierda se va acumulando y va secando a los hombres de
ideas, los va dejando más flacos, ojerosos, medio locos, sin ganas de pinchar,
pero sí de joder a los demás. Así estaba mi querido Pedrito, Pedro Isaías Gámez
su nombre completo.
Pedrito ya andaba todo loco por la ciudad. Iba a trabajar
sin ganas y cuando llegaba maldecía a todos los estudiantes y profesores.
Mentaba madres por doquier, bueno, eso me han dicho porque por fortuna ya no
sigo con él en esa culera universidad. Yo me reformé y escribo listas, él se
perdió y continúa con sus cuentos.
Mi informante (un examigo, ahora un cabroncito más. Un
yonqui que se ha vuelto loco por inyectarse mierda… ¿qué será mejor: pensar
mierda o inyectársela?) me informó y perdóneme la redundancia, que el Pedrito
mentaba madres por doquier, que ya espantaba a todo el mundo, pero que
continuaba con sus cuenticos. Iba y venía con su libretita bajo el brazo,
viendo por aquí y por allá, tomando fotos mentales para luego distorsionarlas en
mundos increíbles, sangrientos, desesperantes. Siempre fue así el Pedrito, distorsionando
todo, no le bastaba esta puta vida, siempre iba más allá, por eso enloqueció.
Nunca es bueno dejarse llevar por las ideas porque cuando menos se lo espera
uno ya está en casa de la chingada, tomando drogas fuertes como boleto de
regreso a la realidad. Chingaderas para chingaderas esa es la medicina de
nuestro tiempo.
Y regresando al tema, yo me entero de la situación de Pedrito
y me decido ir a verlo un día. Llegué a su casita y me invitó con toda
cordialidad a pasar. Tomamos un vaso de vino (Sí de vino, hijueputas, porque en
este caso vaso implica cantidad y no material, así como un kilo de huevos o un
litro de leche), no era nada bueno, quién sabe dónde había adquirido esa
chingadera, pero las cosas no están como para comprar de lo bueno. Platicamos
un poco de su vida y de la mía. Me enteré de algunos chismes que Pedrito
soltaba con una sonrisa irónica y yo le comenté sobre mi nuevo trabajo en la
carnicería. Al inicio vi a Pedrito como siempre, nada me sorprendía en él,
hasta pensé que mi informante me mintió porque Pedrito seguía siendo el mismo,
hasta que por desgracia le pregunté sobre sus cuentos. Cuando escuchó la palabra
cuento saltó de la silla y me mando al diablo. Comenzó a mentarme la madre y a
aventarme todo lo que tenía a su alcance. Yo con esta agilidad que me
caracteriza esquivaba todo. Paz, zaz, zaz y yo esquive y esquive, hasta parecía
boxeador, usted me ve y su opinión sería la misma. Cuando los objetos se le
acabaron se relajó un poco y comenzó a llorar. Me dijo que sus cuentos ya no eran
como antes, tenía muchas ideas pero no podía transmitirlas, no podía escribirlas
en papel. Lloraba desconsolado mientras lo veía con un dejo de tristeza, no me
gusta ver a mi Pedrito así, él que tanto había escrito. Le aconsejé que mandara
al diablo los cuentos, que hiciera cosas más productivas, pero no quería, él
deseaba escribir.
Él lloraba y yo intentaba convencerlo de que se dejara de
pendejadas, pero no desistió. Le ofrecí otras salidas, como la pintura, la
escultura, la fotografía, pero el cabrón nomás decía que no, que él deseaba
escribir aunque poco a poco terminara en un sanatorio mental o como un
vagabundo apestoso. Frente a sus ideas poco podía hacer, él estaba decidido,
tan aferrado a continuar con la escritura que me entristeció y se lo dije, he
ahí mi primer error en esa noche. Mi comentario no le calló bien y se fue
contra mí a puñetazo limpio, una trompada aquí otra allá y yo sin poder
esquivar como antes. Recibí los golpes y siendo sincero hasta unas lágrimas
derramé, no porque mi amigo me hubiese pegado, sino porque el muy hijueputa me
dio un golpe directo en la nariz y ya sabe usted que un golpe ahí y las lágrimas
salen enseguida.
Como pude lo aventé y él calló bufando de coraje. Nunca
había visto esos ojos en su rostro, me odiaba y por una pendejada. Se levantó,
tomó un cuchillo que tenía guardado bajo el mantel de la mesa y me lo mostró
muy valiente el cabroncito. Me espanté por eso, pensé que de ahí vivo no salía,
así que tomé el valor suficiente para acercarme sigilosamente hacia él mientras
intentaba calmarlo. Lanzaba ataques con su cuchillo mierdero mientras me
acercaba y justo cuando lo hacía le di un manotazo. Se quedó impactado al ver
su cuchillo caer, fue en ese momento cuando hábilmente le di una patada en la
entrepierna. Se dobló del dolor y ahí aproveché para empujarlo con todas mis
fuerzas y tirarlo. Tomé el cuchillo y ahí empezó todo.
No me gustaría ser específico en este momento. Lo maté sí,
yo lo hice. Tomé el cuchillo e hice con él lo que yo sé hacer en la carnicería.
Murió como cerdo, noble muerte para un cabroncito loco. Mi Pedrito no volverá a
enloquecer con esas ideas, no volverá escribir sus historias sangrientas y
desesperantes, lo vivió y lo disfrutó. Él fue personaje de su propio cuento y
murió como deseaba. Aún guardo su cabeza, la tengo colgada de un gancho en una
habitación de mi casa, justo frente a mi mesita donde escribo mis famosas
listas. Ahí está él, su rostro todavía con sangre y los ojos entrecerrados,
está ahí mientras escribo esto… di hola Pedrito.
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