jueves, 9 de agosto de 2012

La muerte del querido Pedro Isaías Gámez


Por: Martín Soares.

Mire señor que yo no le vengo a contar mentiras, las mentiras se las queda el cura cuando voy a confesarme, pero usted no es ese hombre reprimido, usted es… de mente abierta.

Yo vengo aquí a contarle lo que me pasó apenas la semana pasada. Bueno, no me pasó, yo lo ocasioné porque aquel hijo de puta me llevó al límite con sus pendejas. Era un individuo que “conocí” hace ya unos años, y coloco las comillas porque ese que conocí aún no era él. Comenzaba a tomar forma, se estaba creando toda su personalidad por ese entonces, era uno más del montón aunque con ciertos rasgos característicos de los verdaderos hijos de puta.

Él y yo trabajábamos juntos en la Universidad Nacional. Él era conserje y yo era su pupilo. Andábamos destapando los baños que esos remedos de intelectuales atascaban con su mierda hedionda y mal formada. También barríamos las tareas mal copiadas, las colillas de cigarro, los vasos de unicel del café, unos que otros condones, todos los desechos de las drogas que se metían y más porquería de ese estilo. Pasábamos momentos interesantes, mientras los intelectualoides hablaban de basura nosotros nos poníamos a escribir sin tener una noción amplia de la gramática, redacción o sintaxis.

Yo me especializaba en escribir listas, mientras Pedro se dedicaba a crear historias complejas. Lo mío siempre han sido las listas, creo que si alguien las tomara en serio y les dieran premios yo sería galardonado por ello. Escribir listas es un arte en sí mismo. Ahí podemos encontrar todo un poema o un mismo relato. He hecho la lista de mi vida y créame que es más útil que un currículm vitae o una autobiografía de mil páginas. Las listas deben tener cierta creatividad ya que sin ella no hay nada, como en todo. A continuación y antes de contarle la mera verdad, déjeme mostrarle mis listas más famosas:


CORTÉZA
-          Tallos.
-          Árboles.
-          Madera.
-          Capa Externa.
-          Bruselas.
-          Lomas de Zamora.
-          Boom.

CAFÉ
-          Taza.
-          Cuchara.
-          Crema.
-          Mezcla.
-          Aroma.
-          Sabor.
-          Sexo.

LUNA
-          Exterior.
-          Satélite.
-          Luz.
-          Sincronía
-          Compañía.
-          Pareja.
-          Amor.


No sé si le gusten, estimado señor, pero eso no me importa, son famosas porque a mí me gustan. Desde hace mucho tiempo yo me dedico a escribir las listas más tristes todas las noches, pero ahora no importan tanto mis famosas listas sólo quería presumirle un poco y decirle que si encuentra una de éstas en el metro o en un baño sucio recuerde que yo inventé eso… o tal vez no, pero créalo.  

Yo vengo a hablarle de la muerte de mi colega el cuentista hijo de puta. Con él pasé momentos agradables, no lo niego, hasta puedo decir que me caía muy bien, pero en verdad el pobre ya estaba sufriendo. Había días en los cuales el cabroncito ya no podía ni escribir, tenía demasiadas ideas que lo atascaban de la misma forma en que los universitarios a los escusados. La mierda fluía y fluía y él nomás no la podía sacar por medio de las letras.

¿Se imagina tener tanta mierda en la cabeza? Soportar esa tortura no cualquiera, la mierda se va acumulando y va secando a los hombres de ideas, los va dejando más flacos, ojerosos, medio locos, sin ganas de pinchar, pero sí de joder a los demás. Así estaba mi querido Pedrito, Pedro Isaías Gámez su nombre completo.

Pedrito ya andaba todo loco por la ciudad. Iba a trabajar sin ganas y cuando llegaba maldecía a todos los estudiantes y profesores. Mentaba madres por doquier, bueno, eso me han dicho porque por fortuna ya no sigo con él en esa culera universidad. Yo me reformé y escribo listas, él se perdió y continúa con sus cuentos.

Mi informante (un examigo, ahora un cabroncito más. Un yonqui que se ha vuelto loco por inyectarse mierda… ¿qué será mejor: pensar mierda o inyectársela?) me informó y perdóneme la redundancia, que el Pedrito mentaba madres por doquier, que ya espantaba a todo el mundo, pero que continuaba con sus cuenticos. Iba y venía con su libretita bajo el brazo, viendo por aquí y por allá, tomando fotos mentales para luego distorsionarlas en mundos increíbles, sangrientos, desesperantes. Siempre fue así el Pedrito, distorsionando todo, no le bastaba esta puta vida, siempre iba más allá, por eso enloqueció. Nunca es bueno dejarse llevar por las ideas porque cuando menos se lo espera uno ya está en casa de la chingada, tomando drogas fuertes como boleto de regreso a la realidad. Chingaderas para chingaderas esa es la medicina de nuestro tiempo.

Y regresando al tema, yo me entero de la situación de Pedrito y me decido ir a verlo un día. Llegué a su casita y me invitó con toda cordialidad a pasar. Tomamos un vaso de vino (Sí de vino, hijueputas, porque en este caso vaso implica cantidad y no material, así como un kilo de huevos o un litro de leche), no era nada bueno, quién sabe dónde había adquirido esa chingadera, pero las cosas no están como para comprar de lo bueno. Platicamos un poco de su vida y de la mía. Me enteré de algunos chismes que Pedrito soltaba con una sonrisa irónica y yo le comenté sobre mi nuevo trabajo en la carnicería. Al inicio vi a Pedrito como siempre, nada me sorprendía en él, hasta pensé que mi informante me mintió porque Pedrito seguía siendo el mismo, hasta que por desgracia le pregunté sobre sus cuentos. Cuando escuchó la palabra cuento saltó de la silla y me mando al diablo. Comenzó a mentarme la madre y a aventarme todo lo que tenía a su alcance. Yo con esta agilidad que me caracteriza esquivaba todo. Paz, zaz, zaz y yo esquive y esquive, hasta parecía boxeador, usted me ve y su opinión sería la misma. Cuando los objetos se le acabaron se relajó un poco y comenzó a llorar. Me dijo que sus cuentos ya no eran como antes, tenía muchas ideas pero no podía transmitirlas, no podía escribirlas en papel. Lloraba desconsolado mientras lo veía con un dejo de tristeza, no me gusta ver a mi Pedrito así, él que tanto había escrito. Le aconsejé que mandara al diablo los cuentos, que hiciera cosas más productivas, pero no quería, él deseaba escribir.

Él lloraba y yo intentaba convencerlo de que se dejara de pendejadas, pero no desistió. Le ofrecí otras salidas, como la pintura, la escultura, la fotografía, pero el cabrón nomás decía que no, que él deseaba escribir aunque poco a poco terminara en un sanatorio mental o como un vagabundo apestoso. Frente a sus ideas poco podía hacer, él estaba decidido, tan aferrado a continuar con la escritura que me entristeció y se lo dije, he ahí mi primer error en esa noche. Mi comentario no le calló bien y se fue contra mí a puñetazo limpio, una trompada aquí otra allá y yo sin poder esquivar como antes. Recibí los golpes y siendo sincero hasta unas lágrimas derramé, no porque mi amigo me hubiese pegado, sino porque el muy hijueputa me dio un golpe directo en la nariz y ya sabe usted que un golpe ahí y las lágrimas salen enseguida.

Como pude lo aventé y él calló bufando de coraje. Nunca había visto esos ojos en su rostro, me odiaba y por una pendejada. Se levantó, tomó un cuchillo que tenía guardado bajo el mantel de la mesa y me lo mostró muy valiente el cabroncito. Me espanté por eso, pensé que de ahí vivo no salía, así que tomé el valor suficiente para acercarme sigilosamente hacia él mientras intentaba calmarlo. Lanzaba ataques con su cuchillo mierdero mientras me acercaba y justo cuando lo hacía le di un manotazo. Se quedó impactado al ver su cuchillo caer, fue en ese momento cuando hábilmente le di una patada en la entrepierna. Se dobló del dolor y ahí aproveché para empujarlo con todas mis fuerzas y tirarlo. Tomé el cuchillo y ahí empezó todo.

No me gustaría ser específico en este momento. Lo maté sí, yo lo hice. Tomé el cuchillo e hice con él lo que yo sé hacer en la carnicería. Murió como cerdo, noble muerte para un cabroncito loco. Mi Pedrito no volverá a enloquecer con esas ideas, no volverá escribir sus historias sangrientas y desesperantes, lo vivió y lo disfrutó. Él fue personaje de su propio cuento y murió como deseaba. Aún guardo su cabeza, la tengo colgada de un gancho en una habitación de mi casa, justo frente a mi mesita donde escribo mis famosas listas. Ahí está él, su rostro todavía con sangre y los ojos entrecerrados, está ahí mientras escribo esto… di hola Pedrito.

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