por El Doctor Pluma
Hubiese preferido saber tu historia antes que tu nombre, y
probar tus labios antes que escuchar tu voz.
Mas las historias nunca conviven con los deseos, y no podemos
disponer del rumbo de las cosas, por desgracia.
Ahora que sé que existes puedo dormir en paz y dejar mi
nihilismo mental de lado, para volcarme hacia tu recuerdo cuantas veces sea
necesario.
Al menos me basta con el recuerdo, gratuito y garantizado de
por vida, pues es quizá lo único de cuanto puedo disponer ahora.
Ahora que estás ahí sé que puedo adjudicarte tu imagen de
ayer que me duele en cada parte del alma, en cada latido, en cada suspiro, en
cada ir y venir de las manecillas del reloj.
Qué sería de mí sin esa bocanada de sensaciones que
anestesian los sentidos y someten a los demonios interiores para evitar una
catástrofe generalizada.
Ahora tú eres la culpable de todo esto y tú tienes las
fórmulas adecuadas para aminorar el encono que existe entre corazón y alma.
Demasiado tarde llegan las insolentes preguntas que a menudo
rondan en la mente del ser humano; la presa se ha desbordado y no hay quién
detenga la presión.
Pero observa con cuidado, he dejado de ver con los ojos y
ahora te veo con el ama; he dejado las máscaras y los maquillajes y he optado
por ser cual soy para verme en tu espejo y descifrar los códigos.
No sé en qué momento pasó, no sé cómo entré y francamente no
quiero salir, amén de que dictes lo contrario.
Ayer vi pasar mi vida correr como el agua en el río salvaje;
hoy la vida se detiene y espera la señal, para iniciar de nuevo, para enmendar
errores, para vivir dos veces, en dos lugares distintos: aquí donde me
encuentro varado y allá donde tú encuentras la zona de confort.
Tengo una razón de sobra para volver a abrir los ojos y mirar
al horizonte, ahí donde puedo encontrar tu rostro dibujado, rostro que dicta,
rostro que invita, rostro que llama, que pide, que alimenta, que siente.
Caminábamos sin la intención de encontrarnos, pero sabíamos
que nos tendríamos que encontrar, y ahora es cuando caminamos juntos y
caminamos sin rumbo fijo, pero de la mano al fin.
Y ahora llueven pensamientos fugaces que matizan las paredes
de mi habitación donde está escrito aquel nombre cuyas cinco letras dan sentido
a mi vida.
Por ello es que en la soledad de la vida retomo las palabras
una vez utilizadas y valoro los momentos que he compartido a tu lado, mas
valoraré los que están por venir, aquéllos que también se extrañan.
Sólo espero impaciente el momento en que el tono de tu voz
resuene en éste mi único espacio donde puedo verte y no sentir ese nerviosismo
galopante, al menos para sentirme un tanto más vivo de cuando te sabía sin
siquiera conocerte.
No quiero dar un paso atrás, prefiero que seas tú la que dicte
la sentencia final.
Ahora que ese nombre formará parte de mi glosario cotidiano,
ahora que tu mirada me guiará cuando mis ojos se gasten entre la oscuridad,
ahora puedo mostrar ese dejo de felicidad impaciente e impaciente espero la
respuesta.
Ergo, ¿qué tan inherentes podemos ser el uno del otro?
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