por Pep
Hace seis meses que trabajo aquí y ella viene
cada semana en busca de lo mismo; nunca he sido su proveedor de aquello que
viene a buscar, pero me he percatado de lo que una mente tan perversa y
discreta puede hacer.
Digo “ella” porque no quiero ponerle un
nombre, no lo sé, debe tenerlo, pero el nombre no importa dentro de la historia
que me dispongo a contarles, amigos míos: tal vez será más fácil que entiendan
mi situación.
La primera vez que ocurrió la vi por la
mañana, vino en busca de su siguiente víctima o su siguiente proveedor de
placer.
Recuerdo que la vi mientras me dedicaba a
limpiar ciertas cuestiones en mi empleo, un empleo tranquilo, “alejado” de las
personas. Prácticamente estaba solo en un mundo ajeno al mío, pero era lo único
a lo que podía aspirar. Regresando al tema que nos ocupa, ella llegó como
buscando a alguien, como familiar de alguno de los que estaba siendo tendido en
el suelo.
Observó detalle a detalle: la llegada, los
familiares, las caras, y claro, lo más importante: el lugar en el que se
quedaba él; un hombre de aproximadamente 28 años de edad, una pérdida muy joven
y perfecta para las expectativas de ella.
Esa noche, de las primeras que trabajé,
recuerdo que el lugar en el que permanecía el joven no estaba lejos de donde yo
tenía que “dormir”. Escuché ciertos ruidos y, al salir, ahí estaba ella,
buscando a su presa, escondida en la noche, cómplice de sus más oscuros
secretos y deseos. Una pequeña fuga de luz me permitió verla, en el momento en
que me decidí a caminar hacia ella, noté que algo sucedía.
Entonces me acerqué un poco para poder ver con
más claridad y sí, ahí estaba ella, con su falda muy ajustada, una blusa blanca
que dejaba ver un poco de intimidad y la mochila colgada al hombro. Esperé
quieto. Sin que ella pudiera notar mi presencia y con la mirada fija, pude
darme cuenta que había encontrado lo que buscaba, sí, amigos, ella buscaba ese
cadáver en el cual pudiera mecerse para conseguir un poco de placer.
El joven de 28 años que esa misma tarde había
sido llevado por sus familiares a aquel cementerio, fue desenterrado. Al abrir
la caja su cuerpo se estremeció, rápidamente se colocó sobre él, levantó su
falda y con ciertos movimientos fue entregándose al placer. Comentario al
margen, a mí también me invadía esa euforia característica de libido humano.
Esa chica, su ropa, sus muslos descubiertos,
sus caderas moviéndose al compás de la
noche; empezó a gemir y yo a excitarme cada vez más. Decidí no decir nada y
dedicarme a ver, si ella gozaba y yo tenía una erección indescriptible, no
tenía más remedio que esperar a que ella o mi miembro optaran por detener la
marcha; alguno de los dos tenía que ceder.
La chica se descubrió un poco el pecho, pude
ver la excitación en sus pezones, pero ¿quién
podría notar dicho acto a mitad de la noche, en medio de un cementerio?, ¿algún
otro cadáver? Creo que eso era lo que menos nos importaba, nos desocupamos por
momentos del mundo: ella seguía sobre el cuerpo sin vida del joven que recién
había sido enterrado, y yo, con mi mente y cuerpo ocupándose de otras cosas, procuraba no pensar, sin
reparar en lo que podría ocurrir si alguien “nos” pillaba.
Estaba ahí parado en medio de tumbas y
cadáveres viendo cómo una joven venía y tenía sexo con los cuerpos que aún le servían, mientras yo
me masturbaba y experimentaba una nueva sensación, necrovoyeurismo.
Al terminar de darse placer, la chica partió.
Levantó su ropa interior, la colocó en su lugar, bajó la falda, dio media
vuelta y se marchó. Yo, escondido entre tumbas, vi cómo se alejaba esa falda
ajustada a sus caderas y unas nalgas que
podrían gustar a cualquiera, hasta a los muertos.
Permití que se fuera, total, a mí me pagan por
cuidar que no se roben los cuerpos o sus pertenencias, no por vigilar que no
tengan sexo con ellos.
Pasaron unos días y ella regresó en busca de
alguna otra víctima, esta vez era alguien un poco mayor. El mismo
procedimiento: llegar al lugar, quitarse la ropa debajo de la falda, abrir bien
las piernas, sentarse lentamente y comenzar a moverse como si nadie más
estuviera ahí; yo, mientras tanto, unas noches veía, otras sólo me percataba de
que todo estuviera bien y otras, otras noches, como la de ayer, me quedaba a
hacerle compañía en su disfrute total.
Ella arriba del cuerpo meneándose como nunca y
yo masturbándome al ritmo de sus caderas; movimientos que se unen, cada cual
por su lado, en un ir y venir.
Entonces pasó lo inimaginable: ella volteó y
yo no supe qué hacer. Supuse que se enojaría, que me diría algo, pero no, todo
lo contrario: me miró como haciéndome una invitación a terminar juntos esa
noche; y con terminar juntos no me refiero a tener sexo ella y yo, me refiero a
que al verme se excitó más y fue desabrochando todos los botones de su blusa,
mientras jadeaba de placer y me miraba provocativa.
Yo no tuve más remedio que continuar con el
arte sacro de la masturbación, imaginando que pasaba mi miembro erecto una y
más veces por su cuerpo. Ella se despojó de toda prenda superior, sus pechos
quedaron al descubierto y comenzó a tocarse.
Me miraba y yo, yo contenía las ganas de
terminar por sucumbir ante los encantos y meterme en ella, y darle gusto a ese cuerpo
ajeno, y hacer que ella sintiera más que a un simple pedazo de carne muerta.
Al final ambos terminamos casi al mismo
tiempo, ella se levantó de golpe, colocó esa tela suave y fina que cubre su
bello sexo en su lugar, ajustóse la falda y su blusa, que habían sido retiradas
para poder admirar mejor su figura acechada por la noche.
Se fue rápidamente, no hubo contacto de ningún
tipo, excepto visual. Nunca imaginé lo que este horrible trabajo podría dejarme,
pero sé que verla una que otra vez por semana hacia que valiera la pena ser
velador de un cementerio.
Así pasé gran parte de mis días aquí, siempre
supe que a esa mujer jamás la tocaría, o no estando vivo.
Esa chica, “la de las nalgas frías”, la que
busca los sexos masculinos tiesos y pálidos, apunto de ser enterrados bajo
tierra. Ésa su tarea, brindar el último suspiro de placer y, con sus
movimientos, paralizar a los vivos y revivir a los muertos; lástima que mi mano
tenga que ser siempre la que reciba las ganas de meterme entre sus piernas.
No sé si fue algo que deseé tanto, pero un día,
uno de tantos, ella terminó de hacer lo suyo, y vino a mí. En ese momento
deseaba tanto llevarla contra la pared, abrir sus piernas y meterme lentamente
en su cuerpo, pero no, a cambio recibí otro tipo de favor: su lengua recorrió
cada centímetro de mi sexo; parecía que la
felación no tendría fin, y yo que no tenía problema con ello.
Cuando quise hacer mi parte, ella me detuvo,
me dijo que no le gustaba hacerlo con vivos y se fue, dejándome ahí parado y
con más ganas que nunca de penetrarla. En fin, supuse que jamás tendríamos un
contacto más allá de lo que habíamos tenido ya.
Los días siguieron así, nunca pude acercarme
más de lo permitido; ella viniendo en busca de placer con los muertos y yo
muriendo por no poder copular con ella, aunque fuera una vez.
Desde entonces espero la hora de partir de
este mundo, en el que sé que no le haré falta a nadie, pero una vez estando
muerto, seré más útil.
Tal vez no pueda sentirlo de la misma manera,
pero saber que por fin podré estar entre las piernas de “la de las nalgas frías”
me hace sentir mejor. Por eso espero paciente, porque por esa mujer, ese cuerpo
y esos atributos podría morir ahora y disfrutar mañana.
2 comentarios:
morir ahora y disfrutar mañana yea!!! jajajajaja tsssssssssssssssssssssss rifadisisisimo zas a buskar mujeres al cementerio ajajajajajajaj yea!!!!
Esa pelí ya la vi
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