martes, 24 de julio de 2012

Amor frío

por Pep

Hace seis meses que trabajo aquí y ella viene cada semana en busca de lo mismo; nunca he sido su proveedor de aquello que viene a buscar, pero me he percatado de lo que una mente tan perversa y discreta puede hacer.

Digo “ella” porque no quiero ponerle un nombre, no lo sé, debe tenerlo, pero el nombre no importa dentro de la historia que me dispongo a contarles, amigos míos: tal vez será más fácil que entiendan mi situación.

La primera vez que ocurrió la vi por la mañana, vino en busca de su siguiente víctima o su siguiente proveedor de placer.

Recuerdo que la vi mientras me dedicaba a limpiar ciertas cuestiones en mi empleo, un empleo tranquilo, “alejado” de las personas. Prácticamente estaba solo en un mundo ajeno al mío, pero era lo único a lo que podía aspirar. Regresando al tema que nos ocupa, ella llegó como buscando a alguien, como familiar de alguno de los que estaba siendo tendido en el suelo.

Observó detalle a detalle: la llegada, los familiares, las caras, y claro, lo más importante: el lugar en el que se quedaba él; un hombre de aproximadamente 28 años de edad, una pérdida muy joven y perfecta para las expectativas de ella.

Esa noche, de las primeras que trabajé, recuerdo que el lugar en el que permanecía el joven no estaba lejos de donde yo tenía que “dormir”. Escuché ciertos ruidos y, al salir, ahí estaba ella, buscando a su presa, escondida en la noche, cómplice de sus más oscuros secretos y deseos. Una pequeña fuga de luz me permitió verla, en el momento en que me decidí a caminar hacia ella, noté que algo sucedía.

Entonces me acerqué un poco para poder ver con más claridad y sí, ahí estaba ella, con su falda muy ajustada, una blusa blanca que dejaba ver un poco de intimidad y la mochila colgada al hombro. Esperé quieto. Sin que ella pudiera notar mi presencia y con la mirada fija, pude darme cuenta que había encontrado lo que buscaba, sí, amigos, ella buscaba ese cadáver en el cual pudiera mecerse para conseguir un poco de placer.

El joven de 28 años que esa misma tarde había sido llevado por sus familiares a aquel cementerio, fue desenterrado. Al abrir la caja su cuerpo se estremeció, rápidamente se colocó sobre él, levantó su falda y con ciertos movimientos fue entregándose al placer. Comentario al margen, a mí también me invadía esa euforia característica de libido humano.

Esa chica, su ropa, sus muslos descubiertos, sus caderas  moviéndose al compás de la noche; empezó a gemir y yo a excitarme cada vez más. Decidí no decir nada y dedicarme a ver, si ella gozaba y yo tenía una erección indescriptible, no tenía más remedio que esperar a que ella o mi miembro optaran por detener la marcha; alguno de los dos tenía que ceder.

La chica se descubrió un poco el pecho, pude ver  la excitación en sus pezones, pero ¿quién podría notar dicho acto a mitad de la noche, en medio de un cementerio?, ¿algún otro cadáver? Creo que eso era lo que menos nos importaba, nos desocupamos por momentos del mundo: ella seguía sobre el cuerpo sin vida del joven que recién había sido enterrado, y yo, con mi mente y cuerpo ocupándose  de otras cosas, procuraba no pensar, sin reparar en lo que podría ocurrir si alguien “nos” pillaba.

Estaba ahí parado en medio de tumbas y cadáveres viendo cómo una joven venía y tenía sexo con  los cuerpos que aún le servían, mientras yo me masturbaba y experimentaba una nueva sensación, necrovoyeurismo.

Al terminar de darse placer, la chica partió. Levantó su ropa interior, la colocó en su lugar, bajó la falda, dio media vuelta y se marchó. Yo, escondido entre tumbas, vi cómo se alejaba esa falda ajustada a sus caderas  y unas nalgas que podrían gustar a cualquiera, hasta a los muertos.

Permití que se fuera, total, a mí me pagan por cuidar que no se roben los cuerpos o sus pertenencias, no por vigilar que no tengan sexo con ellos.

Pasaron unos días y ella regresó en busca de alguna otra víctima, esta vez era alguien un poco mayor. El mismo procedimiento: llegar al lugar, quitarse la ropa debajo de la falda, abrir bien las piernas, sentarse lentamente y comenzar a moverse como si nadie más estuviera ahí; yo, mientras tanto, unas noches veía, otras sólo me percataba de que todo estuviera bien y otras, otras noches, como la de ayer, me quedaba a hacerle compañía en su disfrute total.

Ella arriba del cuerpo meneándose como nunca y yo masturbándome al ritmo de sus caderas; movimientos que se unen, cada cual por su lado, en un ir y venir.

Entonces pasó lo inimaginable: ella volteó y yo no supe qué hacer. Supuse que se enojaría, que me diría algo, pero no, todo lo contrario: me miró como haciéndome una invitación a terminar juntos esa noche; y con terminar juntos no me refiero a tener sexo ella y yo, me refiero a que al verme se excitó más y fue desabrochando todos los botones de su blusa, mientras jadeaba de placer y me miraba provocativa.

Yo no tuve más remedio que continuar con el arte sacro de la masturbación, imaginando que pasaba mi miembro erecto una y más veces por su cuerpo. Ella se despojó de toda prenda superior, sus pechos quedaron al descubierto y comenzó a tocarse.

Me miraba y yo, yo contenía las ganas de terminar por sucumbir ante los encantos y meterme en ella, y darle gusto a ese cuerpo ajeno, y hacer que ella sintiera más que a un simple pedazo de carne muerta.

Al final ambos terminamos casi al mismo tiempo, ella se levantó de golpe, colocó esa tela suave y fina que cubre su bello sexo en su lugar, ajustóse la falda y su blusa, que habían sido retiradas para poder admirar mejor su figura acechada por la noche.

Se fue rápidamente, no hubo contacto de ningún tipo, excepto visual. Nunca imaginé lo que este horrible trabajo podría dejarme, pero sé que verla una que otra vez por semana hacia que valiera la pena ser velador de un cementerio.

Así pasé gran parte de mis días aquí, siempre supe que a esa mujer jamás la tocaría, o no estando vivo.

Esa chica, “la de las nalgas frías”, la que busca los sexos masculinos tiesos y pálidos, apunto de ser enterrados bajo tierra. Ésa su tarea, brindar el último suspiro de placer y, con sus movimientos, paralizar a los vivos y revivir a los muertos; lástima que mi mano tenga que ser siempre la que reciba las ganas de meterme entre sus piernas.

No sé si fue algo que deseé tanto, pero un día, uno de tantos, ella terminó de hacer lo suyo, y vino a mí. En ese momento deseaba tanto llevarla contra la pared, abrir sus piernas y meterme lentamente en su cuerpo, pero no, a cambio recibí otro tipo de favor: su lengua recorrió cada centímetro de mi  sexo; parecía que la felación no tendría fin, y yo que no tenía problema con ello.

Cuando quise hacer mi parte, ella me detuvo, me dijo que no le gustaba hacerlo con vivos y se fue, dejándome ahí parado y con más ganas que nunca de penetrarla. En fin, supuse que jamás tendríamos un contacto más allá de lo que habíamos tenido ya.

Los días siguieron así, nunca pude acercarme más de lo permitido; ella viniendo en busca de placer con los muertos y yo muriendo por no poder copular con ella, aunque fuera una vez.

Desde entonces espero la hora de partir de este mundo, en el que sé que no le haré falta a nadie, pero una vez estando muerto, seré más útil.

Tal vez no pueda sentirlo de la misma manera, pero saber que por fin podré estar entre las piernas de “la de las nalgas frías” me hace sentir mejor. Por eso espero paciente, porque por esa mujer, ese cuerpo y esos atributos podría morir ahora y disfrutar mañana.

2 comentarios:

morir ahora y disfrutar mañana yea!!! jajajajaja tsssssssssssssssssssssss rifadisisisimo zas a buskar mujeres al cementerio ajajajajajajaj yea!!!!