lunes, 2 de abril de 2012

Holy Shit


por P.I.G.

Al diablo con lo que digan, si hay alguien en este mundo que sabe lo que es vivir cerca de la mierda ése soy yo. ¿Por qué? Sencillo: trabajo como limpiador de escusados públicos. ¿Recuerdan esas cajitas largas y azules, donde la gente entra a despedirse de una buena parte de su almuerzo (el resto, dicen, se convierte en proteínas para el cuerpo y éste las absorbe para crecer sano y fuerte) y encima lanzan toda clase de objetos como papel, condones (nuevos o usados), colillas de cigarrillo, vómito, relojes, celulares, lencería, etcétera? Pues es nada más ni nada menos que mi lugar de trabajo. Y (chingue a su madre el que no lo crea) adoro Mi Trabajo.

Una labor difícil digo yo, una labor un tanto excéntrica dicen algunos. Ja, de excéntrica no tiene nada, en todo caso es una labor funesta, asquerosa, vulgar y nefasta; eso sí, muy bien remunerada, pero excéntrica jamás.

No entiendo por qué se quejan quienes limpian letrinas en las fábricas (trabajadores de segunda clase para mí, desde luego). A no ser que su salario dependa directamente de la cantidad de mierda que remueven y dado su repudio por la misma, en suma no pueden ganar más de tres mil grandes al mes.

En cambio yo, un experto para esa clase de pruebas, gano lo que cualquier ejecutivo de mucha monta. Ambos tenemos a la mierda como nuestra fuente de trabajo, sólo que él se viste con traje y corbata y yo tengo que usar trajes especiales para evitar infecciones (no saben la clase de porquerías que puede desechar un ser humano por el trasero) o simplemente para no ensuciarme. Vamos, uno puede permitirse ensuciarse con su propia caca, pero ¿con la de los demás?

Mi oficina es el cuadro azul desde donde he visto pasar a muchas celebridades. A final de cuentas todos cagamos, unos en mayor o menor cantidad, pero cagamos a final de cuentas. Un día vi cagar en esas cajas nada más ni nada menos que al mismísimo presidente de este país y, ¡oh!, como quien dice, el presidente de este país es una caca grande.

En otro orden de ideas, no se imaginan la pulcritud del sanitario de Mi Casa (que no es Su Casa, pues ustedes no la construyeron). Elegante, refinado, blanco, limpio. En esa clase de baños es donde uno puede sentarse con plena libertad de hacer su labor con la seguridad de que el resultado será un detalle de buen gusto. Y claro, para cagar también hay que tener buen gusto y eso viene desde la alimentación hasta la forma de hacer de la mano y el papel higiénico una sola y gran herramienta.

¿Cómo empecé en esto? Sencillo: defecando. Uno no puede ser literato y no escribir, ¿o sí? Es igual, para saberse dentro de este fascinante mundo de las flatulencias y las mierdas monumentales es indispensable saber cagar. No es tan fácil como parece, pero en verdad no tengo el más mínimo interés en explicárselos a todos ustedes. Encuentren la forma y luego hablamos de ello. El punto es que es cuasi extremadamente indispensable saber cagar.

Mi primer oficio fue en un restaurante-fonda, nada muy fuerte. Comensales que comen y descomen de inmediato, transeúntes que pasaban por ahí y por alguna maldita razón se les ocurría pasar al baño a defecar; el propio personal que debe cumplir con sus necesidad fisionómicas. ¿Quejas? Los malditos aros de cebolla que invariablemente producían diarrea a todo mundo.

“Ayudante de Intendencia”, se leía en mi gafete. ¿Un artista de intendente? Porque por supuesto que soy artista, mi carrera lo afirma por sí sola. Sin denostar a aquellos que se dedican a tan noble oficio (el de la intendencia, no el del artisteismo), mi deseo no era limpiar polvo y cochambre, tenía que limpiar el baño, ese lugar maravilloso, después de la cama el más sagrado del hogar y en definitiva el más sagrado de los lugares públicos.

Como podrán darse cuenta, me gusta mi trabajo. Aunque no es lo más sano andar por ahí difundiendo la noticia de que su servidor es un limpiamierda, he de reconocer que me ha hecho mejor persona. ¿Otra vez, por qué? Sencillo: la mierda está en todos lados, no sólo en las letrinas. Y una vez que te has familiarizado con ella es más fácil sobrellevar a los sacerdotes, a los políticos, a los delincuentes, a algunos miembros de la familia ja ja ja, en fin.

Alguien me decía que la vida es una mierda. Acto seguido me cagué (en sentido figurado) de la risa. La vida es un conjunto de mierdas, que no es lo mismo. El mundo es un conjunto de mierdas (nosotros), así como el abecedario es un conjunto de mierdas (las letras) que crean una serie de mierdas (las frases) y dan vida a una mierda mayor (un libro, un texto, una tesis, La Biblia) que crea algún mierda de por ahí (yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos).

Después de que abandoné el restaurante-fonda (entre otras cosas porque me enteré que el chef bastardo escupía en las papas a la francesa antes de sacar el plato al salón), tuve la brillante idea de buscar suerte en las industrias. Nada peor que los obreros de las industrias: ellos sí tienen la maldad por dentro.

Fue en ese lugar donde supe que los limpiadores de caca no hacían bien su trabajo. Total, les pagan, hagan o no bien su labor. Sólo se dedicaban a bajar la palanca y esperar a que el agua hiciera el resto. Qué denigrante, qué ofensa para el gremio de limpiamierdistas.

Tengo contacto con la mierda, sí, pero también tengo dignidad. No podía permitirme un solo día más en ese lugar, no cuando vivía rodeado de hombres cuya vulgaridad no se encontraba tanto en su lenguaje, como en la cantidad (y forma y talla) de su evacuación. Brutal, una experiencia que no sé por qué diablos estoy intentando describir.

Como creo que estoy aburriéndolos y dado que la mierda no es su tema predilecto, omitiré ciertos detalles que además no les interesan en lo más mínimo y sólo me limitaré a contarles las cosas trascendentales, que en el mundo de la caca son muchas y muy importantes.

Trabajé en los escusados de oficinas, iglesias, panteones, hospitales (hug), bares, puteros, centros de redacción, escuelas, bibliotecas, funerarias, reclusorios, aeropuertos, estaciones camioneras, supermercados (hug también), registros civiles, sinagogas, etc., etc., etc.

Y créanme, he visto toda clase de porquerías que ni se imaginan. ¿Sabían que hubo un tiempo que las iglesias prohibieron la construcción de sanitarios cerca de la parroquia quesque porque significaba “una ofensa para el Creador”? Ahora resulta que cagar también lo ofende. Peor aún, ¿sabían que los judíos son avaros hasta con su propia caca? No cagan nunca y si sí lo hacen en mínimas cantidades. Eso sí es extravagancia.

Como toda ave viajera (y más de rapiña que de otra cosa), me dediqué a ir de un lugar a otro, haciendo diferenciación entre las cacas del norte y las del sur, contemplando verdaderas obras de arte y verdaderas ofensas a los que sabemos de esto; hurgando, observando, dibujando. Oliendo nunca, no soy un imbécil. En fin, buscando esa parte metafísica del acto de la defecación (ríanse si quieren, me importa una “mierda”).

Toda esa trayectoria llena de momentos agradables hasta que me topé con esos bloques azules, cuya figura siempre me pareció tan celestial como el atrio donde posa Dios para observar cómo los seres humanos se van haciendo mierda (en sentido literario) los unos a los otros.

El que ha estado ahí sabrá a lo que me refiero. Si sales vivo, el mundo es tuyo. Y por eso es que acepté el reto, porque quería una prueba de fuego, una verdadera, ya que sabía que nada es comparable con la cantidad de sustancias nocivas y no que se pueden encontrar ahí.

Si dicen que el periodismo es una de las labores más peligrosas y difíciles de ejercer en este mundo, al igual que el trabajo de las armas o el de cuidar mujeres embarazadas, el limpiamierdismo lo es todavía más. Pero claro, no hay Día Internacional del Limpiamierdista, no hay campañas a favor de la no discriminación o de la defensa por los derechos de los limpiamierdistas. No, éste es un mundo excluyente; desconocen o desdeñan la labor humana que realizamos.

En fin, la melancolía la dejamos para otra ocasión.

En suma, puedo presumir que soy un hombre realizado. Aquel que ha visto la mierda de cerca, lo ha visto todo y todo es todo. He conocido a las personas muy a través de su popo, siguiendo esa regla de tres que dice que lo que importa de las personas es lo que está en su interior. Mierda: vieja demostración del interior de una persona, luego entonces conozco a las personas.

Creo que nadie puede jactarse de lo que yo he hecho a lo largo de mi vida. No cualquiera puede llegar hasta donde yo sin haber al menos sacrificado espacio, tiempo, apetito, deseos sexuales, briaguez, sentimientos enfermizos y toda una serie de conceptos que hacen la vida del ser humano.

Así es que la próxima vez que vayas a cagar a un baño público, a esas cápsulas azules en cuyo interior puede verse pasar la vida en un segundo, no maldigas tu situación, no sabes cuántos hay allá afuera no tienen la suerte que tú de encontrar un lugar correcto dónde orinar o defecar. Corres con suerte, papanatas.

Pero ¡oh cuidado! Personas como yo podemos ser muy peligrosas, más aún que un asesino en serie o que un narcotraficante. Si nos jodes, te jodemos la vida. ¿Cómo? O vertimos ácido altamente tóxico en las aguas del retrete, o esparcimos polvo tetrahidocloromosfórico en el asiento. Al cagar, tus nalguitas sufrirán una pequeña comezón que pronto terminará por desprender tu trasero del resto de tu cuerpo. ¿Así o más gráfico?

Así que estás advertido.

Por cierto, dicen que en el interior de esas cajitas azules hay vida. Un día encontré a una pareja teniendo sexo de lo más nefasto ahí dentro y después me enteré que la chica había quedado embarazada. Eso es vida. Existe la teoría de que la mezcla de papel, condones (nuevos o usados), colillas de cigarrillo, vómito, relojes, celulares, lencería, etcétera y caca puede generar moléculas que con el tiempo pueden convertirse en personas de carne y hueso.

Ja, suena ridículo y tonto. En todo caso conozco a muchos hombres y mujeres que por su simple persona juraría que han salido de un retrete público, pero uno muy, muy público.

En resumidas cuentas: la próxima vez que mandes a la mierda el mundo piénsalo dos veces. ¿Por qué no mejor mandas la mierda al mundo?

1 comentarios:

Yo lo he hecho y me has escuchaddo... ¡claro! mandar al a la mierda o la mierda al mundo, como sea ya casi no llega al cuello que es difícil escapar

Ekary