sábado, 31 de marzo de 2012

Disertaciones sobre un nuevo trabajo III/III


Martín Soares.

Entre más vueltas le daba, parecía no encontrar nada nuevo en ese posible trabajo, por eso le habló a su madre. - Los trabajos siempre traen algo nuevo, hijo-  le dijo su mamá. Él le comentó todo lo que había pensado durante la mañana, desde sus compañeros rechonchos hasta el escupitajo en la sopa. La madre lo alentó a mantener esa emoción, pero le previno de seguir pensando tanto en ese trabajo. Era probable que ni siquiera lo obtuviera mientras él ya generaba un complejo mundo laboral.

Después de la llamada se sintió mejor. Se recostó en el sillón y apretó el botón de reproducir. “De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera” con esa canción recordaba a la difunta y ella hacía lo mismo con Paloma negra. Con un nuevo trabajo estaba dispuesto a volver a hablarle, a invitarla a comer con su propio dinero y no del de la revista. La llevaría al restaurante argentino que tanto les gustaba, donde ya conocían al mesero y al dueño. Hablarían sobre su nuevo trabajo y hasta de una posible reconciliación. Un bife de chorizo, un tango y una jarra de clericot siempre ayudaban a mejorar las relaciones amorosas.     

Cuando se levantaba para pasar de Lila a Gardel el teléfono sonó. Le hablaban de su antiguo empleo. Le ofrecían de nuevo su puesto de corrector de estilo más un aumento. Él quedó mudo, no sabía qué contestar. Era un buen trabajo, no podía negarlo, conocía quién era hijo de puta y quién no. Tenía buenas amistades en esa revista, sabía perfectamente el ritmo de trabajo, era retomar su vida de dos meses atrás. Lo esperaba levantarse tarde, ir a trabajar en bici, regresar tarde, preparar comida instantánea y luego dormir tarde revisando páginas de internet o leyendo un libro. Si decía no, su vida podría cambiar. Haría nuevas amistades con los gorditos que ya sentía como sus mejores amigos. Disfrutaría las comidas nuevas aunque fueran ensaladas sin sabor. Dejaría de lado la posible popularidad que tendría con las chicas por invitarlas a cenar. Todo se iba al diablo si aceptaba su trabajo otra vez. Pero como era un hombre conservador tuvo que aceptar. Cuando dijo “está bien, mañana mismo nos vemos por allá” toda la nueva vida se derrumbó. Los compañeros desaparecieron, al igual que el miedo por ingerir mariscos por error. Toda esa mañana había sido un sueño, un magnífico sueño, una retahíla de imágenes que no lo llevaron a nada nuevo.

Colgó el teléfono y apagó una vez más el estéreo. Comenzó a acomodar sus cosas para el siguiente día. Bajó a revisar la bicicleta y como estaba en perfecto estado salió a caminar por la ciudad. Caminar entre las calles aromáticas de la Ciudad de México le parecía una labor necesaria para todo aquel que deseara hacer hambre y lo único que deseaba en el momento era encontrar a un chef en bicicleta para comprar una orden de tacos de canasta, lo único que sería verdadero de lo imaginado durante toda esa mañana. 

0 comentarios: