Martín Soares.
Entre más vueltas le daba, parecía no
encontrar nada nuevo en ese posible trabajo, por eso le habló a su madre. - Los
trabajos siempre traen algo nuevo, hijo- le dijo su mamá. Él le comentó todo lo que
había pensado durante la mañana, desde sus compañeros rechonchos hasta el
escupitajo en la sopa. La madre lo alentó a mantener esa emoción, pero le
previno de seguir pensando tanto en ese trabajo. Era probable que ni siquiera
lo obtuviera mientras él ya generaba un complejo mundo laboral.
Después de la llamada se sintió mejor.
Se recostó en el sillón y apretó el botón de reproducir. “De piedra ha de ser
la cama, de piedra la cabecera” con esa canción recordaba a la difunta y ella
hacía lo mismo con Paloma negra. Con
un nuevo trabajo estaba dispuesto a volver a hablarle, a invitarla a comer con
su propio dinero y no del de la revista. La llevaría al restaurante argentino
que tanto les gustaba, donde ya conocían al mesero y al dueño. Hablarían sobre
su nuevo trabajo y hasta de una posible reconciliación. Un bife de chorizo, un
tango y una jarra de clericot siempre ayudaban a mejorar las relaciones
amorosas.
Cuando se levantaba para pasar de Lila a
Gardel el teléfono sonó. Le hablaban de su antiguo empleo. Le ofrecían de nuevo
su puesto de corrector de estilo más un aumento. Él quedó mudo, no sabía qué
contestar. Era un buen trabajo, no podía negarlo, conocía quién era hijo de
puta y quién no. Tenía buenas amistades en esa revista, sabía perfectamente el
ritmo de trabajo, era retomar su vida de dos meses atrás. Lo esperaba
levantarse tarde, ir a trabajar en bici, regresar tarde, preparar comida
instantánea y luego dormir tarde revisando páginas de internet o leyendo un
libro. Si decía no, su vida podría cambiar. Haría nuevas amistades con los
gorditos que ya sentía como sus mejores amigos. Disfrutaría las comidas nuevas
aunque fueran ensaladas sin sabor. Dejaría de lado la posible popularidad que
tendría con las chicas por invitarlas a cenar. Todo se iba al diablo si
aceptaba su trabajo otra vez. Pero como era un hombre conservador tuvo que
aceptar. Cuando dijo “está bien, mañana mismo nos vemos por allá” toda la nueva
vida se derrumbó. Los compañeros desaparecieron, al igual que el miedo por
ingerir mariscos por error. Toda esa mañana había sido un sueño, un magnífico
sueño, una retahíla de imágenes que no lo llevaron a nada nuevo.
Colgó el teléfono y apagó una vez más el
estéreo. Comenzó a acomodar sus cosas para el siguiente día. Bajó a revisar la
bicicleta y como estaba en perfecto estado salió a caminar por la ciudad.
Caminar entre las calles aromáticas de la Ciudad de México le parecía una labor
necesaria para todo aquel que deseara hacer hambre y lo único que deseaba en el
momento era encontrar a un chef en bicicleta para comprar una orden de tacos de
canasta, lo único que sería verdadero de lo imaginado durante toda esa mañana.
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