miércoles, 14 de marzo de 2012

Reflexiones de un país convulsionado por medio de frases catárticas I/II

Por: Alejandro Badillo.

En ocasiones sólo nos dejamos viajar. No existe el presente y sólo nos dedicamos a la contemplación de la vida, pero de pronto un comentario externo, de esos que sobrevuelan nuestro aire, nos sitúa de nuevo en la realidad. Eso mismo ocurrió hace unos cuantos días cuando viajaba con dos amigos: Antonio manejaba, Manuel iba en el asiento de copiloto y yo me encontraba en la parte posterior, admirando el vaivén de la ciudad.

Los primeros temas de la charla no los recuerdo, ni siquiera los escuché; sin embargo, por cosas del destino, por ese ‘algo’ que nos hace regresar en sí, puse atención en la palabra que acababa de proferir Antonio: México.

Manuel y Antonio platicaban de la triste realidad mexicana, daban su punto de vista sobre la situación que nos ha tocado vivir. En ese momento fue cuando miles de imágenes comenzaron a invadir mi cabeza: sangre, cuerpos mutilados y colgados, rostros inundados en lagrimas, la tristeza pura convertida en pintura; no obstante, al pasar estas diapositivas escuché otra palabra clave para regresar a la charla: Literatura. Antonio decía que la literatura mostraba rasgos más variados e interesantes que la aburrida y repetida discusión política sobre la ‘guerra’.

En ese momento no me interesé más en el tema. Ellos continuaron sus cosas y yo con las mías, pero al llegar a mi casa no sé la razón por la cual abrí de inmediato la libreta donde apunto las frases más memorables de los libros que he leído. En esta libreta hay un apartado especial para uno de mis autores predilectos y justo ahí se posó mi mirada, fue una hoja al azar que me trajo de vuelta las palabras antes escuchadas: Literatura y México. Entonces los siguientes párrafos retumbaron en mi mente:

I.                   «Cada vez iré sintiendo menos y recordando más»

Del tiempo pasado recuerdo casi todo. Tenía una vida modesta, no me quejaba de ella. El día que quería podía salir a la calle con la seguridad que ahora me falta. También cuando iba de vacaciones no temía por mi vida. Nuestro país era bello, con imperfecciones, pero bello. En cambio ahora todo es más rojo y en el aire el miedo se percibe.

Los periódicos me presentaban la cara de un país con posibilidades verdaderas de cambio y ahora sólo veo este supuesto cambio. Las noticias se tiñen de rojo sangre, de pena y dolor. Y de tanto verlas el mexicano se vuelve insensible. Antes, un cuerpo los espantaba, ahora 72 o más sólo los hacen agachar la cabeza y ver de reojo la imagen de los cuerpos masacrados. 

En el rancho "fueron encontrados los cuerpos sin vida de 72 personas (58 hombres y 14 mujeres)", reportó la Secretaría de Marina Armada en un comunicado, sin brindar más detalles.
El macabro descubrimiento ocurrió tras un tiroteo entre efectivos de la marina y pistoleros en el que falleció un soldado y tres presuntos sicarios.
La PGR informó que los cuerpos podrían pertenecer a emigrantes clandestinos, la mayoría centroamericanos, según el testimonio de un sobreviviente.[1]
Ya sé porque con el paso de los días vamos sintiendo menos como pueblo, pero a la vez vamos recordando más a nuestros muertos.

II.                «La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra»

Nuestro país era festivo. Nuestra lengua siempre se ha caracterizado por su colorido y riqueza. Los mexicanos éramos sinónimo de algarabía. Nuestra cultura se mofaba de la muerte; no obstante, ahora ha llegado y nos ha tomado por el cuello. Estamos contra la pared y la vemos de cerca, pero ya no es como La Catrina de Posadas, esa imagen pertenece al pasado porque en este momento tiene rasgos terroríficos. Con una simple mirada nos roba el aliento y nos deja sin chispa de felicidad.

Seguimos festejando a los muertos, mas en el silencio absoluto. Es difícil convivir con la muerte maldita, con esa que se lleva a familiares, amigos o conocidos con la terrible mueca de espanto en el rostro. Lo natural ha cedido paso a lo artificial y ese fin tranquilo en la cama se transformó en el cuerpo destrozado y agujereado en el frio y gris asfalto.

Durante la madrugada de ayer la narcoguerra por Guerrero cobró la vida de 28 personas, entre ellas seis policías preventivos que fueron prácticamente fusilados por los sicarios.

En el municipio de Ajuchitlán del Progreso, cuando soldados del Ejército realizaban cateos en dos casas de la región de Tierra Caliente, fueron recibidos a balazos por un grupo de pistoleros.

Los militares repelieron la agresión y luego de la balacera quedaron 11 personas muertas, entre ellas un soldado del 49 Batallón de Infantería con sede en Ciudad Altamirano, en la región de Tierra Caliente.

Hasta el momento se desconoce el nombre de los 10 delincuentes que fallecieron en la balacera, y no se ha informado sobre el nombre del soldado caído.[2]

Nuestra fiesta se acabó, vivimos un eterno funeral. La risa abandonó nuestros rostros y nuestra tierra. Ese túnel que llegó a cavar es actualmente un rio de sangre. Tenemos un nuevo trabajo: transfigurar un país con cada una de las lágrimas vertidas en esta patria que anteriormente moldeaba su futuro con carcajadas de felicidad. 

III.               «Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo»

Miles de ciudadanos colman la avenida 5 de mayo al grito de "no más muertos" y "fuera Calderón".
Luego de que se concentraron en la entrada de Bellas Artes, los manifestantes que se dicen hartos de sangre, muertos y violencia, llegan al Zócalo capitalino, portando mantas, flores blancas y manos con el signo de "amor y paz".
"Nuestra indiferencia también mata", dice una cartulina que porta un niño de la mano de su madre.
"No más guerra", "Basta de sangre" se pinta en cartulinas blancas manchadas de tinta roja que simulan la vida de más de 30 mil víctimas de la violencia y el crimen organizado en el país.
La marcha que en más de 10 ciudades de la República se replica con el grito de "ya estamos hasta la madre", junta en el Centro Histórico de la ciudad de México a niños, adultos mayores, mujeres y hombres que reiteran de distintas clases sociales que exigen el alto a la violencia.[3]
Nuestro país no está muerto, me dice esa frase. Si la sociedad se mueve, al menos por inercia tendrá que reaccionar en algún momento. No estamos perdidos del todo, todavía se ve la luz, me digo a mí mismo, sólo hace falta ese ‘algo’ que me regresó a la platica de mis dos amigos. Esperemos que pronto todos volvamos a la realidad y proclamemos la necesidad de empezar de nuevo.

Después de estas tres primeras frases tuve que cambiar de hoja. No estaba del todo decidido a hacerlo, así que salí a la terraza y encendí un cigarro para agarrar valor. La noche comenzaba a llegar a la ciudad. El sol en el horizonte me recordaba que existía un rojo diferente. Dentro de unos minutos la oscuridad hará suya la urbe y yo ingresaré a mi cuarto para continuar a releer esas frases de mis lecturas pasadas.

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