por Alejandro Amado
- Insisto en que lo mejor sería quemarlos –
señaló nuevamente el secretario de Defensa.
- No queremos que los escritores que subsisten
digan que Bradbury tenía razón.
- Disculpe señor, ¿quién es Bratbury?
- Un trastornado que imaginaba brigadas de
bomberos quemando libros ¿Puede creerlo? Un profesor del colegio me forzó a
leerlo. No fue agradable.
- ¿Entonces qué propone?
- Tirarlos al drenaje- replicó irónico.
- ¿Qué?
- Al drenaje, ¿qué importa? ¿Acaso le preocupa
que las ratas aprendan a leer?
- Suena descabellado.
- Es el único lugar que merecen. Hablo del
drenaje profundo, claro está.
- Pero debe usted pensar en otoño. Llueve y
las ciudades se inundan, el agua le llegaría hasta el cuello a los electores. Podrían
no reelegirlo.
- Tírenlos al mar lo antes posible.
- Me parece más factible que sean incinerados,
señor.
- Entienda que no quiero darles ni la más
mínima razón a esos malditos. Creen que todo lo que han escrito se hará
realidad, se creen visionarios. Ya verán que no, este mundo avanza y sus
estúpidas letras quedarán en el olvido.
- Entendido señor. Daré órdenes de que
comiencen lo antes posible.
- Que así sea, Fernández. No quiero errores.
Lejos de ahí, a las afueras de la ciudad, un militar
lanzaba la luz de su linterna a un coche negro. Le ordenaba detenerse. El motor
rugió como el demonio. El auto negro se alejaba; los militares abrieron fuego.
El automóvil salió disparado en una curva y se
estrelló contra un árbol gigantesco. Los soldados rodearon el lugar y revisaron
el vehículo.
- El conductor está muerto, el otro sigue
vivo, señor.
- ¡Hay libros en la cajuela! ¡Docenas y
docenas de ellos, señor!
- Ese hombre tendrá mucho que explicar si
logra salvar la vida…- replicó el Teniente.
- Ya viene la ambulancia.
- Hagan todo lo posible para que siga con
vida, seguro tiene información de la La
Resistencia.
La noche de ayer un
vehículo negro con placas de Michoacán hizo caso omiso a las indicaciones de un
retén militar. Al ver que aceleraba, las Fuerzas Armadas se vieron obligadas a
abrir fuego. El vehículo se estrelló contra un árbol. Un hombre murió, el otro
se encuentra hospitalizado en estado crítico y permanece bajo custodia del
ejército…
Ulises y Serena conservaban una vieja hostilidad
desde la Facultad de Letras, solo La Resistencia había logrado unirlos por un
tiempo.
Serena tomó el control remoto y dejó el televisor en
silencio.
- No podemos seguir escondiendo libros mientras nos
matan. Parecemos cucarachas que se esconden. Deberíamos considerar la propuesta
de los radicales.
- Esa propuesta no está a discusión, va totalmente
en contra de lo que defendemos. Además lo que acabamos de ver era un acto
suicida, sólo a un demente se le ocurriría.
- Te recuerdo que la novela es la autorización de la
esquizofrenia.
- Para nuestra desgracia ahora está desautorizada y
debemos buscar la forma de preservarla. Se perdieron dos vidas y docenas de
libros. ¿Es esa la solución de los radicales?
Serena insistía. Ulises ignoraba que Serena ya había
establecido contacto con el ala radical. Alguien había traicionado. Un comando
armado debía ir tras ese auto y sorprender al retén para que escapara. Algo
había pasado. La televisión no dijo nada, o tal vez lo dijo y Serena no quería
que se escuchara.
-
Solo sería para
defendernos, además Roque Dalton…
-
Todos sabemos el valor
de Dalton, Serena. Pero nuestras armas disparan tinta, no lo olvides.
-
A veces quisiera hacerlo.-
replicó entre dientes.
Las seis camionetas que llevaban a los radicales
fueron perforadas por certeros disparos de armas m4 y m16. Un vehículo fue
alcanzado por una granada. El auto negro sólo pudo acelerar, los militares del
retén ya habían trazado una estrategia. El tramo de carretera posterior a los
sucesos había sido cerrado. Los militares limpiaron la zona.
No todo salió bien. Al abrir la ráfaga, una familia que
venía de la desviación de un rancho fue alcanzada por las municiones. La
mayoría de los medios culparon a La Resistencia por el fallecimiento de los civiles.
Dos semanas después vino la respuesta. En las
afueras de la ciudad de Morelia, por la carretera libre a la Ciudad de México,
se dirigía un contingente pequeño de militares que se disponían a establecer un
retén poco antes de entrar al pueblo de Charo.
- ¡A sus posiciones!
El comando armado se distribuyó alrededor de ese
tramo. Los hombres, armados con viejos rifles y dos granadas hicieron estallar
uno de los tres vehículos verde olivo, mientras la refriega se dejó venir sobre
los otros dos. Ningún militar quedó con vida.
En otras noticias Un
grupo armado emboscó un convoy militar a solo unos kilómetros de la ciudad de
Morelia, los 11 militares que tripulaban los vehículos murieron en el lugar. El
Presidente anunció una movilización sin precedentes al estado de Michoacán. Se
presume que La Resistencia tiene ahí provisionalmente su centro de operaciones.
Las turbinas no sólo ensordecían los oídos,
también destrozaban las páginas amarillas que se estrellaban contra ellas. Los
jóvenes amordazados, eran testigos del espectáculo que ofrecían los efectivos
del ejército. De vez en vez, entre libro y libro, era arrojado un joven tan
solo por las ganas de que no se perdiera aquella tradición del siglo pasado.
Bastaba que no los hicieran hablar las torturas, bastaba que no cedieran ante
las amenazas de ver muertos a los suyos. Bastaba que resistieran para terminar
flotando, junto a las letras, sobre las aguas del Pacífico.
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