sábado, 24 de marzo de 2012

Disertaciones sobre un nuevo trabajo (I/III)


Por: Martín Soares. 

Al despertarse advirtió que había un correo nuevo. Lo vio de reojo porque todavía tenía presente el sueño de la difunta. Pensó que era uno de los tantos mensajes basura que recibía a diario, pero al no reconocer el destinatario se incorporó de inmediato.

Se restregó los ojos con fuerza. No importaba en ese momento si quedaba ciego, más bien deseaba conocer el contenido del mensaje. Acomodó la computadora que había dejado encendida durante toda la noche y que estaba calentísima. Dio clic sobre el mensaje. El título no había sido modificado: “Re. Vacante para el puesto de redactor”

Querido Alfonso.

Hemos revisado su currículum y nos hemos interesado en usted. Creemos que es capaz de aportar grandes cosas a nuestra empresa; sin embargo, hay muchas personas en busca del mismo puesto, así que esperamos su presencia el viernes próximo para una entrevista con la cual podremos conocerlo más a fondo.

Por su interés en el puesto muchas gracias. Nos vemos pronto.
Lic. María José Pérez Zúñiga.

Leyó dos veces el correo para identificar alguna falta de ortografía además de buscar por ahí un elogio escondido por parte de la licenciada. Por desgracia ni elogio ni error. Se recostó otros cinco minutos para despejar su mente y luego se levanto de sopetón decidido a bañarse.

Se dirigió a la sala para poner un disco de Lila Downs con la finalidad de cantar Paloma negra mientras se tallaba el cuerpo en la ducha. Luego de conectar el Ipod y dejarlo en reproducción aleatoria regresó a su habitación. Apagó la computadora y se regresó a la sala. Se sentó en el viejo sillón que su madre le había regalado al abandonar el hogar y comenzó a desvestirse.

Mientras los calcetines abandonaban sus pies pensó a fondo en el trabajo. Redactor de una revista de gastronomía lo inquietaba. Sabía comer, hasta lo disfrutaba, mas nunca había pensado en escribir sobre comida. Tal vez haya escrito algo en una libreta vieja sobre tortas o tamales… sí, escribió sobre la tan famosa Dieta T un artículo cuando estaba en la escuela, pero ahora era diferente. ¿Cómo sería un trabajo de escritor gastronómico? ¿Lo enviarían a un restaurante, a una lonchería, a un bar elegante? Todas esas dudas lo sobresaltaban cuando se quitó la playera del piyama.

Desnudo regresó a su cuarto por la bata y las chanclas. Lila Downs cantaba Un poco más mientras él le seguía dando vueltas al asunto. Se puso la bata y las chanclas, se metió a bañar. Al enjabonarse el cabello sonrió un poco al recordar el chiste que Antonio le había contado ya hacía una semana, por fin lo entendía. Se tallaba los brazos cuando imaginó el trauma que le podría ocasionar escribir sobre comida. El estar en un restaurante comiendo unas enchiladas verdes bajo la presión de saborearlas a fondo mas no disfrutarlas. Tendría que concentrarse en el sabor del chile verde, del tomate, debía captar la frescura de la crema y el pollo. Su disfrute perdería sentido. Tal vez sería un mal trabajo ese de escritor gastronómico, se decía, pero Lila desde el otro cuarto le gritó “estas perdiendo el tiempo pensando, pensando” Perhaps, perhaps, perhaps sonaba. Esa extraña coincidencia le sacó otra sonrisa, luego se concentró en la ducha.

Al terminar el baño, ya frente al espejo listo para lavarse los dientes la inquietud nació de nuevo. ¿Qué tal si sus compañeros de trabajo eran unos reverendo hijos de puta? Aunque la verdad es que se imaginaba a puro gordito risueño frente a las computadoras. A personitas agradables que tecleaban una palabra y luego se chupaban los dedos para recordar el sabor de los chiles en nogada que se acababan de zambutir. Esos personajes regordetes de su imaginación no podían ser unos hijos de puta, sería tierno verlos con sus chapitas y sus sonrisas de satisfacción. Tal vez todos fueran mayores de treinta años y él fuera el más chico por lo cual le ayudarían cuando debiera entregar un texto sobre sus archienemigos: los mariscos, ya que era alérgico a ellos y con el mínimo contacto iría parar al hospital.

Salió del baño y se vistió rápido. Tanto pensar en comida le había abierto el apetito. Se le antojaron huevos rancheros con pan y un fresco jugo de naranja. Preparar la salsa era lo más complicado de la mañana, pero su antojo destrozaba cualquier dificultad. Ya en la cocina, justo cuando lavaba los jitomates rememoró la enfermedad que le causó una rica comida de bajo costo. Aquella vez ordenó bistec asado con nopales, frijoles y un par de quesadillas, toda esa comilona por tan sólo 60 pesos más 12 del refresco. Con esa comida, que más bien era desayuno porque fue la primera del día a pesar de que eran las dos de la tarde, le sirvió para no probar bocado, ni siquiera tomar el café de la noche; sin embargo, en la madrugada se levantó al baño por culpa de la terrible diarrea. Desde las tres de la madrugada ya no pudo dormir a gusto, cada  media hora debía levantarse a toda prisa para llegar al escusado sin problemas. El día siguiente se tomó un par de pastillas y sólo comió gelatina de grosella. Todo el día lo pasó recostado viendo documentales de Geografía Nacional por Youtube. ¿Qué tal si le pasaba eso mismo en el trabajo? ¿Qué dirían? ¿Le darían permiso para quedarse en casa recostado viendo documentales por internet como en aquella ocasión o lo mandarían a cubrir la Feria del Mole? Abandonó una vez más todas las ideas gracias a la canción Sabor a mí  de la Downs. 

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