Por: Alejandro Badillo
No sé cuántos
habitantes de la tierra tengan el placer de conocer a su abuela o abuelo. Por fortuna
conozco a dos de mis viejos, pero he tenido una relación más estrecha con Mamá
(odia que le digan abuelita y ya ni siquiera pensar en abuela a secas). Ella es
una persona… sencilla y humilde. Una mujer que nació en el campo rodeada de
animales, de tierra y sobre todo de pobreza. Cuando llegó a la ciudad se
enfrentó a un sinnúmero de problemas relacionados principalmente con el aspecto
económico, pero salió adelante junto con sus hijos.
Dichas dificultades la
llevaron a crear ciertas manías, por llamarlas de alguna forma. Ella las clasifica
como simples precauciones. No sé cuántas hojas me llevaría contar cada una de
sus cautelas, además de sus porqués, pero en este texto lo que importa es “el
cuarto de las cosas” como ella misma lo llama.
En dicha habitación la
abuela conserva todo tipo de objetos. Patines, tocadiscos, sillas, un ropero,
jaulas (ya que es amante de la cría de pájaros), lámparas y no sé qué más. Ese
cuartito es el Templo de la perdición, sólo basta un látigo para ahuyentar a las
arañas y un sombrero para sentirse todo un Indiana Jones. Recuerdo que una vez,
moviendo cosas encontré la bicicleta de mi niñez. Todo objeto en casa de mi
abuela antes de ser tirado a la basura debe pasar por la famosa habitación, con
la finalidad de reutilizarlo en cualquier momento en que la necesidad se manifieste.
Y cuando se le cuestiona por qué no tira todos esos cachivaches responde
secamente “porque lo de antes sí funcionaba y bien”.
Esa frase se ha escuchado
en repetidas ocasiones por todo el mundo y su repetición no se debe al amor
ciego por el pasado sino porque es pura verdad. La obsolescencia programada es “el
deseo del consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco antes de lo
necesario” así lo explicó en su tiempo Brooke Stevens, considerado por algunos
el padre de dicha idea. Los productos actualmente en uso están diseñados para
durar cierto tiempo. Los productores utilizan piezas endebles o hasta chips con
la finalidad de regular su tiempo de vida, asimismo se rediseña el producto con
alguna innovación, por ejemplo un color diferente o un botón más, cualquiera
artilugio que lo haga parecer distinto y sobre todo novedoso.
Y todo se debe a la
sencilla razón de que si las cosas estuvieran hechas para durar, las empresas
tendrían graves problemas económicos y no sólo ellas, sino el mundo entero. El
sistema está diseñado para que las personas adquieran productos y servicios ya
sea al Estado o a una empresa y de no ser así el juego se acabaría, ya que
sin reglas no hay juego.
Entonces ¿debemos
comprar para continuar el ciclo? Lo hacemos a diario sólo que con cada nuevo
aparato estamos consumiendo una parte de la tierra. Algún recurso
utilizado en la fabricación, por ejemplo del celular, pasa una alta factura al
planeta y por ende a las generaciones futuras.
Lo curioso del caso es
que las empresas no obligan a los consumidores a adquirir los productos, es
decir, no ponen una pistola en la sien o una ley que persiga a los no
compradores, simplemente crean, valiéndose de innumerable técnicas
publicitarias, la necesidad de tener ese oscuro objeto del deseo.
Se ha difundido la idea
de que las cosas no pueden ser eternas, es cierto, pero sí pueden ser duraderas
y eso lo muestra el documental de Televisión Española: Comprar, tirar, comprar,
que puedes ver por Youtube. En él se mencionan los productos que alcanzaron una
larga vida útil en el mercado, pero que fueron retirados por eso mismo. También
se habla sobre los diversos acuerdos entre empresas que impiden el desarrollo
tecnológico sustentable, con el cual se evitarían los paisajes destruidos por
toda la chatarra producida en esta incesante vida tecnológica.
El tema de la obsolescencia
programada es bastante espinoso. Algunos lo podrán defender a capa y espada y
otros lo podrán rechazar y criticar a pesar de estar inmersos en el actual ritmo
de vida. No se trata de lanzar acusaciones por parte de ambos bandos, pero sí
es justo repensar ese mundo donde los aparatos de uso cotidiano tuvieran la
finalidad de ser eficientes y duraderos, además de alejados del lucro, el cual
no ha traído grandes beneficios a la población en general.
Por el momento, todos
seguimos comprando sin una clara visión a futuro y “el cuarto de las cosas”
sigue ahí donde lo rescatable no es la basura misma enclaustrada en el lugar,
sino el reconocimiento a los productos de alta calidad que en algún tiempo se
produjeron con la finalidad de que el hombre disfrutara sin abusar de las innovaciones
tecnológicas.
1 comentarios:
Tan cierto, me hizo recordar a mi abuela ella tambien tiene un templo, un dia mi madre y yo nos decidimos a arreglarselo y votar lo q en realidad ya no funcionaba creo q despues de irnos ella volvio a recojer todo lo q habiamos votado ya q el siguiente mes cuando la visitamos estaba repleto nuevamente. el consumimos nos arropa.
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