miércoles, 1 de febrero de 2012

La abuela contra la obsolescencia programada


Por: Alejandro Badillo 

No sé cuántos habitantes de la tierra tengan el placer de conocer a su abuela o abuelo. Por fortuna conozco a dos de mis viejos, pero he tenido una relación más estrecha con Mamá (odia que le digan abuelita y ya ni siquiera pensar en abuela a secas). Ella es una persona… sencilla y humilde. Una mujer que nació en el campo rodeada de animales, de tierra y sobre todo de pobreza. Cuando llegó a la ciudad se enfrentó a un sinnúmero de problemas relacionados principalmente con el aspecto económico, pero salió adelante junto con sus hijos.

Dichas dificultades la llevaron a crear ciertas manías, por llamarlas de alguna forma. Ella las clasifica como simples precauciones. No sé cuántas hojas me llevaría contar cada una de sus cautelas, además de sus porqués, pero en este texto lo que importa es “el cuarto de las cosas” como ella misma lo llama.

En dicha habitación la abuela conserva todo tipo de objetos. Patines, tocadiscos, sillas, un ropero, jaulas (ya que es amante de la cría de pájaros), lámparas y no sé qué más. Ese cuartito es el Templo de la perdición, sólo basta un látigo para ahuyentar a las arañas y un sombrero para sentirse todo un Indiana Jones. Recuerdo que una vez, moviendo cosas encontré la bicicleta de mi niñez. Todo objeto en casa de mi abuela antes de ser tirado a la basura debe pasar por la famosa habitación, con la finalidad de reutilizarlo en cualquier momento en que la necesidad se manifieste. Y cuando se le cuestiona por qué no tira todos esos cachivaches responde secamente “porque lo de antes sí funcionaba y bien”.

Esa frase se ha escuchado en repetidas ocasiones por todo el mundo y su repetición no se debe al amor ciego por el pasado sino porque es pura verdad. La obsolescencia programada es “el deseo del consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco antes de lo necesario” así lo explicó en su tiempo Brooke Stevens, considerado por algunos el padre de dicha idea. Los productos actualmente en uso están diseñados para durar cierto tiempo. Los productores utilizan piezas endebles o hasta chips con la finalidad de regular su tiempo de vida, asimismo se rediseña el producto con alguna innovación, por ejemplo un color diferente o un botón más, cualquiera artilugio que lo haga parecer distinto y sobre todo novedoso.

Y todo se debe a la sencilla razón de que si las cosas estuvieran hechas para durar, las empresas tendrían graves problemas económicos y no sólo ellas, sino el mundo entero. El sistema está diseñado para que las personas adquieran productos y servicios ya sea al Estado o a una empresa y de no ser así el juego se acabaría, ya que sin reglas no hay juego.

Entonces ¿debemos comprar para continuar el ciclo? Lo hacemos a diario sólo que con cada nuevo aparato estamos consumiendo una parte de la tierra. Algún recurso utilizado en la fabricación, por ejemplo del celular, pasa una alta factura al planeta y por ende a las generaciones futuras.

Lo curioso del caso es que las empresas no obligan a los consumidores a adquirir los productos, es decir, no ponen una pistola en la sien o una ley que persiga a los no compradores, simplemente crean, valiéndose de innumerable técnicas publicitarias, la necesidad de tener ese oscuro objeto del deseo.

Se ha difundido la idea de que las cosas no pueden ser eternas, es cierto, pero sí pueden ser duraderas y eso lo muestra el documental de Televisión Española: Comprar, tirar, comprar, que puedes ver por Youtube. En él se mencionan los productos que alcanzaron una larga vida útil en el mercado, pero que fueron retirados por eso mismo. También se habla sobre los diversos acuerdos entre empresas que impiden el desarrollo tecnológico sustentable, con el cual se evitarían los paisajes destruidos por toda la chatarra producida en esta incesante vida tecnológica.

El tema de la obsolescencia programada es bastante espinoso. Algunos lo podrán defender a capa y espada y otros lo podrán rechazar y criticar a pesar de estar inmersos en el actual ritmo de vida. No se trata de lanzar acusaciones por parte de ambos bandos, pero sí es justo repensar ese mundo donde los aparatos de uso cotidiano tuvieran la finalidad de ser eficientes y duraderos, además de alejados del lucro, el cual no ha traído grandes beneficios a la población en general.

Por el momento, todos seguimos comprando sin una clara visión a futuro y “el cuarto de las cosas” sigue ahí donde lo rescatable no es la basura misma enclaustrada en el lugar, sino el reconocimiento a los productos de alta calidad que en algún tiempo se produjeron con la finalidad de que el hombre disfrutara sin abusar de las innovaciones tecnológicas.

1 comentarios:

Tan cierto, me hizo recordar a mi abuela ella tambien tiene un templo, un dia mi madre y yo nos decidimos a arreglarselo y votar lo q en realidad ya no funcionaba creo q despues de irnos ella volvio a recojer todo lo q habiamos votado ya q el siguiente mes cuando la visitamos estaba repleto nuevamente. el consumimos nos arropa.