viernes, 3 de febrero de 2012

Bella inocencia


Por: Israel Martínez Angulo

Corrió a toda velocidad el joven de tan sólo 6 años. En su mente había sueños e ilusiones, colores tan vívidos como el paraíso plasmado por algún pintor surrealista. El pequeño dejó de correr cuando se dio cuenta que podía mejor caminar y observar. De un momento a otro, él sólo postraba su atención a aquel mundo real, el cual difería totalmente de los grandes y hermosos monumentos coloridos que su mente en algún momento habían delirado, al borde de no prestarle atención al ahora tan tangible mundo que se presentaba frente a él. 

Personas caminando, hablando, algunos encerrados en una burbuja la cual no permitía tener algún tipo de conexión con nadie, malhumorados, desconectados de ese mundo lleno de materia gris. Cientos, miles, millones de personas alrededor de aquel joven el cual comenzaba a apreciar el mundo de los intereses, el mundo de lo real, de aquél lugar donde es imprescindible tener un conocimiento magnánimo de la manipulación, de la estrategia, de toda aquella técnica en la cual uno termine ganando algo más que sabiduría, "De que carajos sirve la sabiduría de aquel viejo si ahora lo tratan como un niño" dijo un señor muy alto, robusto y  barbado; acompañado de ostentosos equipos tecnológicos; cadenas sutiles pero costosas y un reloj el cual, si fuera valuado por un relojero cualquier , no le quedaría más que dar un costo neto en dólares. De aquel comentario del señor adinerado el pequeño pensó para si mismo "es triste que lo traten como un niño, pero es más triste que tú te comportes como un sabio el cual sólo cree en su propia y risible sabiduría" pensó reflexivamente.

Cada día que pasaba, parecía que aquel mundo utópico que el pequeño soñaba, comenzaba a caer un poco más, miles de historias, miles de acontecimientos, algunos comenzaron a ser más bellos que los anhelados sueños, no en colores ni fantasía pero sí en sentimiento. El simple amanecer que da un día más de vida comenzó a mostrar una belleza inimaginable, la sonrisa de los niños eran como goteros de inocencia, el correr de los demás niños eran sin duda explosiones de jovialidad, el beso tibio era la recompensa más grande que ofrecía el motín.

Así cuando el niño decidió correr de nueva cuenta se percató que su cuerpo ya no funcionaba de igual forma, sus piernas eran débiles y torpes, incapaces de mantener el ritmo que desearía tener cualquier atleta de alto rendimiento, su estatura parecía haber disminuido considerablemente, su cabeza aparentaba ser el reflejo fiel de aquel color blancuzco que la nieve tiene al cubrir la tierra, su piel ya no contaba con aquella firmeza que algún día fue motivo de presunción, entonces aquel niño pudo darse cuenta que había llegado el momento de dejar de correr, esta vez era el momento de descansar, soñar y contar toda una vida llena de sabiduría, de aquella que empapa de conocimientos fieles a la esencia de un hombre y no a toda aquella materia gris que algunos dicen ser un tesoro.


 Algunos dicen que la inocencia es bien vista sólo en niños, yo digo que no...

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