Por: Alejandro Badillo.
En los fines de semana
la rutina laboral se rompe, los amigos salen por debajo de las piedras, las
parejas se perfuman y los padres suelen cumplir los antojos de los niños. La
atmósfera de la ciudad se percibe de diferente forma, el barullo es distinto,
los gritos son de fiesta y no de estrés, se ven más caras felices que cansadas.
Hay todo tipo de espectáculos,
unos dedicados a la muchedumbre; por ejemplo, un partido de futbol no se
disfruta de la misma forma si el estadio está vacío. Las olas o las mentadas de
madre hacia los futbolistas pierden su caché si son pocos los aficionados, pero
en otras situaciones mayor número de gente significa la desaparición del
placer.
El cine es una
actividad que comúnmente reúne un número considerable de espectadores en pequeños espacios. En la actualidad varios cines, pensando en eso, han acondicionado sus salas con el fin de
albergar a más individuos; sin embargo, ¿qué tan viable fue tomar esa
decisión?
En primera instancia hay películas donde necesariamente la sala se convertirá en un infierno a
causa del público. Cuando se decide ir a ver un filme infantil, enseguida se
piensa en las diferentes situaciones incómodas que surgirán. El niño que
comienza a llorar no por miedo, sino porque tiene unos cuantos meses y sus
padres lo decidieron llevar. El tierno pequeñito que se la pasa haciendo
preguntas tipo: ¿por qué Mufasa es rey? ¿Cuándo compró Andy a Woody? o ¿Qué es
un Muppet? En otros casos la película es tan buena o la gente tan fanática que
le aplauden al protagonista al realizar cierta hazaña o lo regañan a la hora en que manda al diablo a la chica buena y guapa por la mala y de buen ver. También
están los masticadores a alto volumen, los cuales compran nachos o palomitas para
producir ruidos extraños y hasta graciosos durante todo el largometraje. Éstos,
entre otros cientos de casos se deben tomar en cuenta a la hora de ir al
cine.
Se podría elaborar una
meticulosa lista de situaciones y personajes incómodos en la sala, pero
estos problemas y más han existido desde la primera presentación. Ahora, por
ejemplo, es impensable fumar mientras se ve una película, no obstante, antes
era totalmente valido. Son situaciones que van de la mano con la proyección, le
dan ese toque especial desde los niños llorones hasta el masticador a alto
volumen; sin embargo, el reciente concepto es el que está modificando la manera
de disfrutar el cine.
Cuando no existían esas
grandes empresas dedicadas a la proyección de películas, la mayoría contaba con
un cine cercano a su casa, además los precios no eran tan elevados, pero sobre
todo eran espacios más acogedores. Las salas pequeñas estaban acondicionadas
para ver la película, para sorprender por ella y nada más, pero ahora el lujo y
la alta tecnología suelen ser vistos como las atracciones principales. La
película no importa tanto porque es mejor ir a ver una porquería en una sala
VIP que un buen filme en un cine viejo y derruido.
En nuestro país existen
aún ciertos refugios. Esos cines de salas pequeñas donde la elegancia cede el paso
a la sencillez, donde todavía se recuerda que mayor lujo no se traduce en mejor
película. Son sitios perfectos para convivir con los típicos personajes del
cine: el señor dormido en la butaca de atrás, la señora hablando por celular, el muchachito
silbador, porque por más molestos que lleguen hacer son parte
fundamental de una visita al zoológico del cine, el cual ha sido transformado
en un recinto donde cientos de voces, de respiraciones, de masticaciones, ocasionan
la consumación del auténtico ambiente cinéfilo.
Un cine no debería ser
un espectáculo semejante a un partido de futbol, mas poco a poco estamos viendo
esa transformación. Mayor número de personas en un ambiente cerrado puede
llegar a ser molesto y hasta desesperante, por lo cual el estrés que se deseaba
dejar en la entrada retoma la posición de ataque. Al visitar los cines viejos
de salas pequeñas se recuerda con nostalgia el tiempo pasado, el regocijo de
ver, criticar, pero sobre todo disfrutar una película a la vieja usanza.
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