Por: Ekary
Si de ti he bebido hasta la
última gota, si con cada luna nueva has de acompañarme en mi velo eterno,
formando parte de la robusta estadía, ahí donde los muebles viejos se han
llenado de polvo milenario, partículas que rodean la alcoba y las rosas marchitas
son la tumba de mis anhelos. Sí, creo que te querré ahí.
Sobre aquella mesa de buen
roble he escrito mis memorias a lo largo de los años, me he abrumado con la
enorme soledad con la que son plasmadas, sólo he sido espectadora de una interminable
existencia de la humanidad. Su ciclo vital se renueva, pero aun así siguen
cometiendo errores, creo que su extinción no sería suficiente para limpiar
verdaderamente el mundo como se necesita, porque al final siempre existirá
algún testigo sobreviviente de las desgracias, como suele ser el ímpetu del
humano, ¿comprendes lo que trato de decir?
Cada paso que había dado
antes de conocerte era perturbador, era inusual lo que acontecería, la rutina
nocturna me apetecía simplemente en un área de mi cuerpo, pero más allá, mis
deseos estaban insatisfechos, me atrevo a confesar que éstos ni siquiera
gozaban de una forma, sólo mi infortunio desesperado me llevaría a dibujarlos
en un lienzo ubicado en mi imaginación, -sí, admito que es grande y que muchas
cosas me sorprenden aún- de haber perdido esa capacidad seguramente sería menos
humana.
Una tarde, una muy oscura la
recuerdo, estabas ahí mirando hacia la nada, no entendía por qué, si teniendo
un hermoso paisaje frente a tus ojos, ellos se limitaban a fijarse en el profundo
lago que se visualizaba metros adelante. La brisa movía mis cabellos, sin
pensarlo me coloqué detrás de ti, no muy cerca pero lo suficiente para
conocerte mejor. Tardaste en darte cuenta de mi estancia; sin embargo, una vez
hecho el acto las miradas se fijaron inquisitivamente.
Entendimos los mensajes que
nuestras miradas lanzaban, los pliegos de aquel vestido de terciopelo azul que
cubrían mi tímida anatomía no te distrajeron lo suficiente de mi rostro, te clavaste
en las ondas que adornaban en mi cabello con cada soplo del aire, era eso y lo
delicado de mi aspecto lo que más te conmovió, te diste cuenta, no era común
encontrarte a alguien así en aquel lugar.
Mis manos pronto rozaron tus
mejillas, jugué con mis dedos acariciándote los labios, quisiste responder pero
te sorprendió sentirme tan fría que lo hiciste de nuevo, me asombró ver cómo te
acostumbrabas tan pronto.
Fue así que decidiste
seguirme a la oscuridad que la noche marcaba sin pautas, no fue necesario
llevarte de la mano, estabas prendido de mí como un niño con un helado
derretido, y yo disfrutaba tu compañía como ningún otro placer. Poco fue lo que
estuvimos, pero el suficiente para reconocer que la humanidad en realidad
estaba viva, más allá de los latidos que sus corazones precipitados lanzaban.
Es por eso que me embargó la
pena al descubrir lo frágil de tu mortalidad, sabía que tu belleza no sería
eterna, al menos no en aquel momento ni en ningún otro porque la naturaleza se
encargaría de llevarse lo que es suyo y al final terminarías siendo parte del
suelo por el que posan mis pasos. Tenía miedo de aquel momento indeseado, te
había poseído como posee el mar a los peces, habías naufragado y las sirenas te
llevaron a salvo dentro de una enorme concha y tú eras la perla, la más hermosa,
la que más brillaba en el fondo del
océano.
Entonces los cánticos de
aquellas mortíferas criaturas te silenciaron para sumergirte en un sueño
profundo, eterno, donde resplandecerías por siempre, y al final te llevarían
conmigo, al destino que habías elegido desde que me mostraste el camino de mis
deseos. Lo supe desde tu primera caricia: poseerte más allá de tu vitalidad,
conservar no sólo el recuerdo de tus memorias, conservarte a ti, así como tú me
conservarás en lo profundo de tus sueños, navegando por mares desconocidos,
explorando sus tesoros escondidos sin tener que compartirlos.
Así fue mi querido amante
como te convertiste en mi adoración e irremediablemente me debatí contra mi
propia naturaleza por seguir tus pasos, tras intentos fallidos logré acercarme
más a ti, a seguir tu sueño, me embarqué en un balsa para alcanzarte y remaré
hasta que consigamos nuestro objetivo, ahí donde los sueños son perecederos,
sin miedo a las marcas de la edad, sin discapacidades, ahí donde todo inicia y
donde todo deberá culminar eternamente.
Sólo así nos volveremos a
encontrar, en nuevos mares donde hemos de naufragar, donde las sirenas nos
invoquen con sus cantos y permanezcamos a lado de Tritón cuidando nuestro
nadar. Hasta entonces velaremos en la misma habitación, que comienza a
iluminarse con la salida del sol.
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