miércoles, 26 de febrero de 2014

Buenos comportamientos

Miles de personas se refieren al mes de febrero como si fuera un loco. Calor, lluvia, frío en el mismo día. Eso era antes, ahora todos los meses están lunáticos. El clima ha perdido la cabeza o mejor dicho, los humanos lo hemos enloquecido. Al final ya ni me gusta pensar en eso. Puedo poner algo de mi parte para tranquilizar al puto planeta, pero sale algún idiota, mi vecino por ejemplo, que contamina el doble o el triple que yo. ¿Qué se hace en ese caso? ¿Golpear al vecino? ¿Llamar a las autoridades? ¿Hacer lo mismo?

Con este problema inició un incidente. Tengo un vecino que se siente con la autoridad de hacer y deshacer en la colonia. Normalmente no tengo problemas con los y las vecinas. Sobre todo me llevo muy bien con las mujeres. Están todo el día en casa, me conocen, las conozco. A veces nos echamos un ojito y eso es normal y tranquilito. Sin embargo, sus esposos suelen ser siempre un dolor de cabeza. Nunca me han ofendido pero en ocasiones siento su coraje endemoniado cuando saludo a sus esposas. A mí ni me apura ni me preocupa porque sé que las mujeres son las que tienen los pantalones en la casa. Entonces, si el cabroncito llega a enojarse ella le pone el alto en seco.

En esta ocasión me encontré con un testarudo, burdo e idiota sujeto. Todos en el el edificio le tienen miedo. Hasta su esposa parece que lo venera como si fuera dios. Con todos ha tenido problemas. Es un patán que muy seguramente le pega a su esposa y a sus hijos. El único lenguaje que entiende son los golpes. En pocas palabras parece ser un animal con el cual no se puede razonar.

Un lunes que llegaba del trabajo vi que el mastodonte baja las escaleras. Al verlo no me importó su presencia, sin embargo, cuando iba subiendo vi los restos de basura que iba desperdigando por el edificio. Desde lejos le grité que su basura se le estaba cayendo. Él, con un grito serio y sin ningún rastro de preocupación, me dijo que ese no era asunto mío. No respondí nada. Seguí mi camino y al llegar a mi departamento me puse a ver la tele. En ese momento reparé que tal vez sí no era mi asunto. Era un problema que todos los vecinos deberíamos platicar. Muchos son unos cerdos y dejan toda su basura tirada. Sus hijos pegan los chicles en el pasamanos y hasta he encontrado condones en las escaleras. No me preocupé ni me interesé por el mastodonte en ese momento. Cené. Vi televisión y luego dormí.

Eran las tres de la mañana cuando escuché una discusión a alto volumen. Al parecer el mastodonte y su esposa tenían una pelea. No sé si desperté por eso o porque tenía ganas de orinar. Me dirigí al baño e hice lo mío mientras escuchaba los lamentos de la pobre esposa del mastodonte. Justo cuando bajaba la palanca escuché un fuerte golpe que estremeció el techo. Me espanté y salí disparado para el piso de arriba para saber qué estaba ocurriendo. Toqué a la puerta y nadie me abrió. Toqué el timbre y reconocí la voz del animal que me decía que ahí nada había pasado. Le pedí que abriera la puerta, quería asegurarme de que todo estaba bien. El silencio se hizo. Pasaron segundo que se me hicieron eternos y en eso se entreabrió la puerta. Vi el ojo derecho de Antonia, con lágrimas en los ojos. Me dijo que todo estaba bien, que fuera a dormir. Le pregunté que si todo estaba en calma, me respondió que sí, que me fuera, que me largara.

Regresé a mi cuarto. Sabía muy bien lo que estaba pasando, pero nada podía hacer en ese instante. La mujer estaba en todo su derecho de proteger a su animal, así como los niños cuidan a sus mascotas. No podía obligarla a que sacara al pedazo de mierda para luego llamar a la policía. Nunca he entendido a esas mujeres. Amantes de los golpes y de los pendejos.

Me volví a meter a la cama y dormí perdidamente. Al siguiente día, como de costumbre me levanté para irme a trabajar. Era un poco tarde. Tomé mi taza de café con un pan duro y salí de la casa. Justo cuando iba bajando las escaleras vi el cuerpo sudoroso y brillante del mastodonte. Estaba cruzado de brazos justo frente a la escalera del edificio. Algo muy dentro de mí me decía que tendría problemas debido a mi actuación samaritana de la noche anterior. Terminé de descender y quedé frente a él. No lo salude ni me saludó. Sentí nervios no lo niego pero al ver que no estaba ahí por mí, seguí con mi rumbo.

Cuando había avanzando dos calles vi a Antonia que salía de la tienda.Me le acerqué y le pregunté sobre lo ocurrido la noche anterior. Me pidió que no le preguntara, sólo había tenía una mala noche con el mastodonte, pero que no había pasado a mayores. Le di mi humilde opinión sobre su esposo, a lo cual ella rió. Me despedí con un beso y continuamos cada uno su camino.

No habían pasado más de diez segundo cuando escuché: ¡aguas Martín!. Las aguas no las sentí. Sentí un duro golpe que me entraba de lleno por la espalda. Un calor recorrió mi cuerpo. Cuando volteé me recibió otro puñetazo en la cara. El mastodonte por fin cobraba su venganza. Como pude me defendí del vendaval de golpes que me lanzaba, luego fue mi oportunidad. Le coloqué un izquierdazo justo en el hígado, lo cual hizo que el animal se encorvara. Ahí aproveché para darle un puñetazo en la parte izquierda de su rostro. El animal, como cualquier animal, cayó. Me disponía a seguir con la paliza porque aún sentía caliente mis entrañas, pero Antonia me pidió que parara. Me limpié el sudor y un poco de sangre con el suéter que llevaba en la mano.

Trabajé como de costumbre. Llegué a casa cansado y harto, pero aún sentía correr la sangre hirviendo. Me habría gustado ir a buscar al pendejo mastodonte para continuar con el baile, pero debía mantener la calma. Recuerdo cuando mi madre me decía: respira, Martín, sólo respira que el coraje ya pasará. Necesitaba tranquilizarme. No podía continuar pensando en sujetos que utilizan las manos para golpear mujeres, pero nunca las utilizan para amarrarse los pantalones y decidir meterse un balazo en la cien o comportarse decentemente.

Martín Soares.